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Opinión

Lectura Recomendada: La Lengua Degenerada, de elgatoylacaja.com.ar

TXT: SOL MINOLDO, JUAN CRUZ BALIÁN

¿Tiene sentido hablar con lenguaje inclusivo? ¿Afecta nuestra percepción de la realidad?

Van dos peces jóvenes nadando juntos y sucede que se encuentran con un pez más viejo que viene en sentido contrario. El pez viejo los saluda con la cabeza y dice: “Buenos días, chicos, ¿cómo está el agua?”. Los dos peces jóvenes nadan un poco más y entonces uno mira al otro y dice: “¿Qué demonios es el agua?”

David Foster Wallace – This is Water

Cuando el escritor David Foster Wallace dio un discurso frente a los egresados de la Kenyon College comenzó contando esta historia de los peces. Su intención era simplemente recordarle al auditorio que todos vivimos en una realidad que, a fuerza de rodearnos, a la larga termina volviéndose invisible. Y que sólo la percibimos cuando se convierte en algo disruptivo, en un estorbo en nuestro camino: el conductor que nos cruza el auto en la esquina, el empleado que exige otro trámite para completar una solicitud, la palabra mal escrita: sapatilla, uevo, todxs. Mientras tanto, las cosas de las que más seguros solemos estar terminan demostrando ser aquellas sobre las que más nos equivocamos. Por ejemplo, el castellano:

Todos los que nacimos y fuimos criados en el mundo hispanohablante tenemos, rápido y pronto, certezas sobre cómo funciona el castellano porque es la lengua que aprendimos intensamente durante nuestros primeros años de vida. Y en algún punto no nos equivocamos. Incluso si nos preguntasen qué es el castellano podríamos responder en un parpadeo: “es nuestra lengua materna”. Pero esa respuesta no estaría dando cuenta de la verdadera naturaleza del asunto, porque en definitiva: ¿Qué demonios es la lengua?

Eso, ¿qué demonios es la lengua?

Tal como el agua de los peces, la lengua es un poco todo. Mejor dicho, en todo está la lengua, dado que, una vez que la adquirimos, nunca más dejamos de usarla para pensar el mundo que nos rodea. Sin embargo, si tenemos que elegir una entre muchas definiciones, diremos que la lengua es un fenómeno social. Ocurre siempre con relación a un ‘otro’, a una comunidad con la que establecemos convenciones respecto a qué significan las palabras y cómo significan esas palabras. En este sentido, vale decir que nos pertenece a todos los que la hablamos. Y, en el caso de la lengua castellana, a la Real Academia Española (RAE).

¡Momento! ¿Por qué a la Real Academia Española? No parece muy lógico que la segunda lengua más hablada del globo (después del chino y antes del inglés) sea tan celosamente protegida por unos pocos señores enfurruñados. Pero menos sentido tiene cuando uno piensa que estos señores a veces se paran como caballeros templarios protegiendo algo que nadie, absolutamente nadie, está atacando.

Ah, ¿cómo? ¿Nuestros jóvenes no son como los peces descuidados y rebeldes? ¿No van por la vida con una promiscuidad lingüística escandalosa, escribiendo kekomoxq todes? Sí, muchos sí. Los lectores se preguntarán cómo puede ser que permitamos semejante atropello.

Resulta que la lengua no es una foto, es una película en movimiento. Y la Real Academia Española no dirige la película, sólo la filma. A eso llamamos ‘gramática descriptiva’, que es el trabajo de delimitar un objeto de estudio (en este caso lingüístico) y dar cuenta de cómo ocurre más allá de las normas. Por eso, cuando un uso se aleja de lo que indican los manuales de la escuela, si es llevado a cabo por suficiente cantidad de personas y se hace lugar en determinados espacios, la RAE acaba incorporándolo al diccionario. Ese es su trabajo descriptivo. Luego informa al público y ahí todos horrorizados ponemos el grito en el cielo porque cómo van a admitir ‘la calor’ si es obvio, requete obvio, que el calor es masculino. Es EL calor.

¿Esto significa que podamos hacer lo que se nos antoja con la lengua? No. Hay cambios que el sistema simplemente no tolera. Uno puede comprarse todas las témperas del mundo y mezclarlas a su placer, pero no puede imaginar un nuevo color. Algunas partes de la lengua funcionan de la misma manera: por ejemplo, no es posible pensar el castellano sin categoría de sujeto (ese que en la escuela había que marcar separado del predicado y cuando no estaba se le ponía ‘tácito’ al costado de la oración). ¿Es culpa de la Real Academia que no nos deja? No, esta vez la pobre no hizo nada, es el sistema mismo del castellano el que no nos deja. Es simplemente imposible.

Pero entonces, si podemos usar la lengua como queramos e igual no se va a romper, ¿por qué hace falta tomarse el trabajo de formular normas y leyes? La gramática que no es descriptiva, la que se encarga de definir qué está bien y qué está mal, se llama gramática normativa y existe por una razón: las normas son necesarias para poder analizar una lengua, sistematizarla y enseñarla mejor a las siguientes generaciones.

Lo importante en este punto es comprender que el castellano no puede ser atacado, o que en todo caso sabe defenderse solo (se dobla y se adapta como el junco, pequeño saltamontes) porque está en permanente movimiento. Cada generación cree que la lengua de sus padres es pura y prístina mientras que la de sus hijos es una versión degenerada de aquella. Pero antes de hablar castellano rioplatense hablábamos otra variante del castellano moderno. Y antes de eso, hablábamos el castellano de Cervantes, y antes de eso las lenguas romances que fermentaron con la disolución del Imperio Romano, y antes de eso latín vulgar y antes del latín vulgar pululaban las lenguas indoeuropeas y antes de eso vaya uno a saber qué. Lo único que podemos saber a ciencia cierta es que la versión más pura, prístina y primigenia de cualquier lengua son unos gruñidos apenas articulados en el fondo de una caverna.

Las Glosas Emilianenses son uno de los registros más antiguos que tenemos del castellano. Se trata de anotaciones al margen en un códice escrito en latín, hechas por monjes del Siglo X u XI, para clarificar algún pasaje. Como se ve al costado, gracias a la glosa ahora el pasaje quedó clarito clarito.

Sirva como ejemplo la siguiente curiosidad: los españoles que llegaron a América durante la Conquista todavía utilizaban el voseo en sus dos vertientes: como forma reverencial y de confianza. Decían “Vuestra Majestad” o decían, por ejemplo, “¿Desto vos mesmo quiero que seáis el testigo, pues mi pura verdad os hace a vos ser falso y mentiroso?” (porque aguante citar el Quijote). Ese ‘vos’ arraigó en América, en parte a través de la literatura y en parte porque los españoles lo usaban reverencialmente entre ellos como modo de diferenciarse de los nativos. El tiempo pasó y hoy millones de personas lo usamos sin ningún tipo de reverencia ni distinción de clase, sin embargo, el voseo comenzó a desprestigiarse en el siglo XVI en la mismísma España, donde el castellano se decantó por el ‘tú’ sin que a nadie se espantara por eso. Lo cual demuestra que la lengua está en permanente cambio, pero ocurre tan lentamente que nos genera la sensación de permanecer detenida. Indignarse por ello sería como si los pececitos de la historia de Foster Wallace se indignasen porque el agua, que hasta recién ni sabían que existía, los está mojando.

Ahora bien, si llegado este punto los lectores de esta nota han aceptado las nociones básicas sobre el funcionamiento de la mismísima lengua que están leyendo, es momento de confesar que ha sido todo parte de una estratagema introductoria. Es hora de cruzar al otro lado del espejo y hablar de un tema un poco más controversial: el lenguaje inclusivo.

Bienvenides a la verdadera nota, estimades lecteres.

Las formas del agua

Una de las capacidades más poderosas de cualquier lengua es la capacidad de nombrar. Poner nombres, categorizar, implica ordenar y dividir. Y desde que nacemos (incluso antes), las personas somos divididas en varones y mujeres. Nos nombran en femenino o masculino, se refieren a nosotres utilizando todos los adjetivos en un determinado género. Muchísimo antes de que nuestro cuerpo tenga cualquier tipo de posibilidad de asumir un rol reproductivo, aprendemos que es diferente ser varón o mujer, y nos identificamos con los unos o las otras. Los nenes no lloran, las nenas no juegan a lo bestia ensuciándose todas. Para cuando podemos responder ‘qué queremos ser cuando seamos grandes’, nuestras preferencias, auto proyecciones y deseos ya tienen una enorme carga de los esquemas simbólicos que nos rodean.

A esa inmensa construcción social, que se erige sobre la manera en que la sociedad da importancia a ciertos rasgos biológicos (en este caso relacionados con los órganos sexuales y reproductivos), es a lo que refiere el concepto de ‘género’. Lo que los estudios sobre el tema han teorizado y documentado es que la división de géneros no es una división neutral, sin jerarquías: por el contrario, las diferentes características y los diferentes mandatos que se atribuyen a una persona según su género devienen, a su vez, en desigualdades que giran, spoiler alert, en torno a una predominancia de los individuos masculinos.

Haber identificado que esas desigualdades tienen su correlato en el modo en el que hablamos es lo que motivó, unas cuantas décadas atrás, que se plantee desde el feminismo y desde algunos ámbitos académicos y oficiales la importancia de revisar el uso del lenguaje sexista. ¿Qué es el lenguaje sexista? Es nombrar ciertos roles y trabajos sólo en masculino; referirse a la persona genérica como ‘el hombre’ o identificar lo ‘masculino’ con la humanidad; usar las formas masculinas para referirse a ellos pero también para referirse a todes, dejando las formas femeninas sólo para ellas; nombrar a las mujeres (cuando se las nombra) siempre en segundo lugar.

Las indeseables consecuencias de esta desigualdad lingüística se traducen en lo que el sociólogo Pierre Bourdieu define como ‘violencia simbólica’, y esto nos sirve para comprender uno de los mecanismos que perpetúan la relación de dominación masculina.

La violencia simbólica tiene que ver con que nos pensemos a nosotres mismes, al mundo y nuestra relación con él, con categorías de pensamiento que, de algún modo, nos son impuestas, y que coinciden con las categorías desde las que le dominader define y enuncia la realidad. Se produce a través de los caminos simbólicos de la comunicación y del conocimiento, y consigue que la dominación sea naturalizada. Su poder reside precisamente en que es ‘invisible’. De nuevo, como el agua, se vuelve parte de la realidad y ni nos damos cuenta que está ahí.

Pero la violencia simbólica de la que habla Bourdieu no constituye, como a veces se malinterpreta, una dimensión opuesta a la violencia física, ‘real’ y efectiva. Es, en realidad, un componente fundamental para la reproducción de un sistema de dominio donde les dominades no disponen de otro instrumento de conocimiento que aquel que comparten con les dominaderes, tanto para percibir la dominación como para imaginarse a sí mismes. O, mejor dicho, para imaginar la relación que tienen con les dominaderes.

Revertir esto requiere algo así como una ‘subversión simbólica’, que invierta las categorías de percepción y de apreciación de modo tal que les dominades, en lugar de seguir empleando las categorías de les dominaderes, propongan nuevas categorías de percepción y de apreciación para nombrar y clasificar la realidad. Es decir, proponer una nueva representación de la realidad en la cual existir.

Existir a través del lenguaje

Pero la sociología no está sola en esto: desde el palo de la lingüística, en los años ‘50 vio la luz una teoría que proponía que la lengua ‘determinaba’ nuestra manera de entender y construir el mundo o, por lo menor, modelaba nuestros pensamientos y acciones. Era la famosa teoría Sapir-Whorf.

Durante mucho tiempo, la idea de que la lengua que hablamos podía moldear el pensamiento fue considerada en el mejor de los casos incomprobable y, con más frecuencia, sencillamente incorrecta. Pero lo cierto es que la discusión se mantenía principalmente en el plano de la reflexión abstracta y teórica. Con la llegada de nuestro siglo resurgieron las investigaciones acerca de la relatividad lingüística y, de la mano, comenzamos a disponer de evidencias acerca de los efectos de la lengua en el pensamiento.Diferentes investigaciones recolectaron datos alrededor del mundo y encontraron que las personas que hablan diferentes lenguas también piensan de diferente manera, y que incluso las cuestiones gramaticales pueden afectar profundamente cómo vemos el mundo.

Todo muy lindo ¿Y la evidencia?

Para empezar, Daniel Cassasanto y su equipo encontraron evidencia, como resultado de 3 experimentos, de que las metáforas espaciales (las del tipo ‘la espera se hizo muy larga’) en nuestra lengua nativa pueden influenciar profundamente el modo en que representamos mentalmente el tiempo. Y que la lengua puede moldear incluso procesos mentales ‘primitivos’ como la estimación de duraciones breves.

Y no fueron les úniques, otros equipos, como esteesteesteeste y este, encontraron que la lengua con la que hablamos tiene mucho que ver con la forma en que pensamos en el espacio, el tiempo y el movimiento. Por otro lado, un estudio de Jonathan Winawer y su equipo aporta que las diferencias lingüísticas también provocan diferencias al momento de distinguir colores: es más fácil para une hablante distinguir un color (de otro) cuando existe una palabra en su idioma para nombrar ese color que cuando no existe esa palabra. Quien quiera celeste, que lo pronuncie.

Arriba se ven los 20 tonos de azul utilizados en el estudio sobre la capacidad de distinguir colores según la lengua hablada por los participantes. Abajo de la paleta completa vemos un ejemplo de la imagen del ejercicio: los sujetos debían distinguir cuál de los dos cuadrados de abajo era idéntico al de arriba. A partir de Winawer.

Pero ¿no estábamos hablando de género? Sí, sí, a eso vamos:

Se supone que el género de una palabra (masculino/femenino) no siempre diferencia sexo. Lo hace en algunos sustantivos como señor señoraperro y perra, carpintero carpintera, que remiten siempre a seres animados y sexuados. Pero, en general, el género en la mayoría de las palabras no es algo que se agrega al significado, es inherente a la palabra misma y sirve para diferenciar otras cosas: diferencia tamaño en cuchillo cuchilla, diferencia la planta del fruto en manzano manzana, diferencia al individual del plural en leño leña. En ese caso, se las considera palabras diferentes y no variaciones de una misma palabra. Otras veces, ni siquiera sirve para diferenciar nada porque muchas palabras tienen su forma en femenino y no existen en masculino, y viceversa. En esos casos, el género sólo sirve para saber cómo usar las otras palabras que rodean y complementan a esa palabra. Por ejemplo ‘teléfono’ existe sólo en masculino. No es posible decir ‘teléfona’, y sin embargo necesitamos ese masculino para saber decir que el teléfono es ‘rojo’ y no ‘roja’.

O sea que el género funciona de muchas formas en castellano y no solamente como un binomio para decidir si las cosas son de nene o de nena. Pero lo que vuelve verdaderamente interesante el asunto, por muy gramátiques que queramos ponernos en el análisis, es que el género del castellano tiene siempre una carga sexuada, aunque remita a simples objetos. ¡No puede ser! ¿Puede ser?

Sí, puede ser

Webb Phillips y Lera Boroditsky se preguntaban si la existencia de género gramatical para los objetos, presente en idiomas como el nuestro pero no en el inglés, tenía algún efecto en la percepción de esos objetos, como si realmente tuviesen un género sexuado. Para resolverlo, diseñaron algunos experimentos con hablantes de castellano y alemán, dos lenguas que atribuyen género gramatical a los objetos, pero no siempre el mismo (o sea que el nombre de algunos objetos que son femeninos en un idioma, son masculinos en el otro). Los resultados de 5 experimentos distintos mostraron que las diferencias gramaticales pueden producir diferencias en el pensamiento.

En uno de esos experimentos buscaron poner a prueba en qué medida el hecho de que el nombre de un objeto tuviese género femenino o masculino llevaba a les hablantes a pensar en el objeto mismo como más ‘femenino’ o ‘masculino’. Para ello les pidieron a les participantes que calificaran la similitud de ciertos objetos y animales con humanes varones y mujeres. Se eligieron siempre objetos y animales que tuvieran géneros opuestos en ambos idiomas y las pruebas fueron realizadas en inglés (un idioma con género neutro para designar objetos y animales) a fin de no sesgar el resultado. Les participantesencontraron más similitudes entre personas y objetos/animales del mismo género que entre personas y objetos/animales de género distinto en su idioma nativo.

En otro estudio de Lera Boroditsky se hizo una lista de 24 sustantivos con género inverso en castellano y alemán, que en cada idioma eran la mitad femeninos y la mitad masculinos. Se les mostraron los sustantivos, escritos en inglés, a hablantes natives de castellano y alemán, y se les preguntó sobre los primeros tres adjetivos que se les venían a la mente. Las descripciones resultaron estar bastante vinculadas con ideas asociadas al género. Por ejemplo, la palabra llave es masculina en alemán. Les hablantes de ese idioma describieron en promedio las llaves como duras, pesadas, metalizadas, útiles. En cambio, les hablantes de castellano las describieron como doradas, pequeñas, adorables, brillantes y diminutas. A la inversa, la palabra puente es femenina en alemán y les hablantes de ese idioma describieron los puentes como hermosos, elegantes, frágiles, bonitos, tranquilos, esbeltos. Les hablantes de castellano dijeron que eran grandes, peligrosos, fuertes, resistentes, imponentes y largos.

También los resultados de María Sera y su equipo encontraron que el género gramatical de los objetos inanimados afecta las propiedades que les hablantes asocian con esos objetos. Experimentaron con hablantes de castellano y francés, dos lenguas que, aunque usualmente coinciden en el género asignado a los sustantivos, en algunos casos no lo hacen. Por ejemplo, en las palabras tenedor, auto, cama, nube o mariposa. Se les mostró a les participantes imágenes de estos objetos y se les pidió que escogieran la voz apropiada para que cobrara vida en una película, dándoles a elegir voces masculinas y femeninas para cada uno. Los experimentos mostraban que la voz elegida coincidía con el género gramatical de la palabra con la que se designa a ese objeto en el idioma hablado por le participante.

Como si todo esto fuera poco, Edward Segel y Lera Boroditsky también señalan que puede verificarse la influencia del género gramatical en la representación de ideas abstractas analizando ejemplos de personificación en el arte, en la que se da forma humana a entidades abstractas como la Muerte, la Victoria, el Pecado o el Tiempo. Analizando cientos de obras de arte de Italia, Francia, Alemania y España, encontraron que en casi el 80% de esas personificaciones, la elección de una figura masculina o femenina puede predecirse por el género gramatical de la palabra en la lengua nativa de le artista.

Cuando la idea abstracta personificada tenía género gramatical femenino en la lengua de le artista, fue personificado como mujer en 454 casos de un total de 528. Es decir, se produjo congruencia del género gramatical con el de la personificación en el 85% de las obras. Cuando tenía género gramatical masculino, fue personificado como varón en 143 casos de 237 (60%).

Blancanieves y los siete mineros estereotípicamente masculinos

Hasta acá todo bien: hay una relación entre pensamiento y lengua, hay una vinculación entre género y sexo en la mente de les hablantes y hay evidencia al respecto. Pero puntualmente, ¿puede la lengua tener un efecto sobre la reproducción de estereotipos sexistas y relaciones de género androcéntricas (es decir, centradas en lo masculino)?

Bueno, sí. Por ejemplo, Danielle Gaucher y Justin Friesen se preguntaron si la lengua cumple algún rol en la perpetuación de estereotipos que reproducen la división sexual del trabajo. Para responderse, analizaron el efecto del vocabulario ‘generizado’ empleado en materiales de reclutamiento laboral. Encontraron que los avisos utilizaban una fraseología masculina (incluyendo palabras asociadas con estereotipos masculinos, tales como líder, competitivo y dominante) en mayor medida cuando referían a ocupaciones tradicionalmente dominadas por hombres antes que en áreas dominadas por mujeres. A la vez, el vocabulario asociado al estereotipo de lo ‘femenino’ (como apoyo y comprensión) surgía en medidas similares de la redacción tanto de anuncios para ocupaciones dominadas por mujeres como para las dominadas por varones.

Los anuncios laborales para ocupaciones dominadas por varones contenían más palabras estereotipadamente masculinas que los anuncios para ocupaciones dominadas por mujeres. En cambio, no había diferencia en la presencia de palabras estereotipadamente femeninas en ambos tipos de ocupaciones.

Por otro lado encontraron que, cuando los anuncios incluían más términos masculinos que femeninos, les participantes tendían a percibir más hombres dentro de esas ocupaciones que si se usaba un vocabulario menos sesgado, independientemente del género de le participante o de si esa ocupación era tradicionalmente dominada por varones o por mujeres. Además, cuando esto ocurría, las mujeres encontraban esos trabajos menos atractivos y se interesaban menos en postularse para ellos.

El equipo de Dies Verveken realizó tres experimentos con 809 estudiantes de escuela primaria (de entre 6 y 12 años) en entornos de habla de alemán y holandés. Indagaban si las percepciones de les niñes, sobre trabajos estereotípicamente masculinos, pueden verse influidas por la forma lingüística utilizada para nombrar la ocupación. En algunas aulas presentaban las profesiones en forma de pareja (es decir, con nombre femenino y masculino: ingenieros/ingenieras, biólogos/biólogas, abogados/abogadas, etc.), en otras en forma genérica masculina (ingenieros, biólogos, abogados, etc.). Las ocupaciones presentadas eran en algunos casos estereotipadamente ‘masculinas’ o ‘femeninas’ y en otros casos neutrales. Los resultados sugirieron que las ocupaciones presentadas en forma de pareja (es decir, con título femenino y masculino) incrementaban el acceso mental a la imagen de mujeres trabajadoras en esas profesiones y fortalecían el interés de las niñas en ocupaciones estereotipadamente masculinas.

Estos son sólo algunos de los muchos estudios realizados. Si algune se quedara con ganas de más, otros estudios (como esteesteeste o este) añaden evidencia sobre cómo les niñes interpretan como excluyentes los títulos de oficios o profesiones marcados por género y cómo, en general, el uso de un pronombre masculino para referirse a todes favorece la evocación de imágenes mentales desproporcionadamente masculinas. O incluso, cómo esos genéricos no tan genéricos pueden tener efectos sobre el interés y las preferencias por ciertas profesiones y puestos de trabajo entre las personas del grupo que ‘no es nombrado’, llevando a que puedan autoexcluirse de entornos profesionales importantes.

¿Y entonces qué hacemos?

Es en esta línea que puede comprenderse mejor la relevancia de los esfuerzos del feminismo por introducir usos más inclusivos de la lengua. Muchos se han ensayado, empezando por la barrita para hablar de los/as afectados/as, los/as profesores/as, los/as lectores/as. Pero esta solución tiene algunos problemas. Primero, la lectura se tropieza con esas barritas que saltan a los ojos como alfileres. Por otro lado, supone que la multiplicidad de géneros del ser humano puede reducirse a un sistema binario: o sos varón, o sos mujer.

Otras soluciones fueron incluir la x (todxs) o la arroba (tod@s) en lugar de la vocal que demarca género, pero la arroba era demasiado disruptiva ya que no pertenece al abecedario y además rompe el renglón de una manera distinta al resto de los signos. La x, por otro lado, sigue utilizándose, pero al igual que la arroba, plantea un problema fonético importante ya que nadie sabe muy bien cómo debe pronunciarla. Hay quienes (por ejemplo, la escritora Gabriela Cabezón Cámara) ven en ello una ventaja: lo disruptivo, lo que incomoda, es justamente lo que atrae las miradas sobre el problema de género que ese uso de la lengua busca denunciar, es la huella de una pelea, la marca de una puesta en cuestión.

Hasta ahora, la propuesta que parece tener mejor proyección a futuro para ser incorporada sin pelearse demasiado con el sistema lingüístico es el uso de la e como vocal para señalar género neutro. Como el objetivo es dejar de referirnos a todes con palabras que sólo nombran a algunes, no necesitamos usarla para referirnos a absolutamente todo, es decir: no vamos a empezar a sentarnos en silles ni a tomarnos le colective cada mañane. Pero si estamos hablando de personas (u otres seres animades a les que les percibimos una identidad de género), nos habilita una posibilidad para hablar de manera verdaderamente inclusiva. De todos modos, esta tampoco es una solución libre de problemas: implica entre otras cosas la creación de un pronombre neutro (‘elle’) y de un determinante (‘une’). Pero excepciones más raras se han hecho y aquí estamos todavía, comiendo almóndigas entre los murciégalos.

Algunas voces que patalean indignadas contra estas iniciativas señalan que esas propuestas ‘destruyen el lenguaje’. Y no falta la apelación a la autoridad: es incorrecto porque lo dice la Real Academia Española. Pero, como le lecter ya sabe, lo que diga la Real Academia Española sobre este tema nos tiene sin cuidado. Con todo respeto. Muy lindo el diccionario.

Otra de las fuertísimas resistencias a este tipo de propuestas es la de quienes sencillamente niegan que exista algún tipo de relación entre la lengua y los mayores o menores niveles de equidad de género. Aunque recién comentamos evidencias empíricas que sugieren que esa relación sí existe, se suele hacer referencia a la cuestión, también empírica, de que en aquellas regiones en las que se hablan lenguas menos sexuadas, por ejemplo con un genérico verdaderamente neutral, a menudo se verifica mayor inequidad de género que en otros países.

Un aporte interesante en esa línea es el trabajo de Mo’ámmer Al-Muhayir, que compara el árabe clásico, islandés y japonés, y muestra que el sexismo de la lengua no parece correlacionar con la inequidad de género. El árabe clásico utiliza el género femenino para los sustantivos en plural, sin importar el género de ese mismo sustantivo en singular. Y sin embargo, se trata de una de las lenguas más conservadoras del planeta, y en más de una de las sociedades en las que se habla (como Arabia Saudí o Marruecos), difícilmente podamos decir que hay igualdad de derechos entre hombres y mujeres. El islandés, por otra parte, es uno de los idiomas que menos cambios han sufrido a lo largo de los siglos, manteniéndose casi intacto debido a políticas de lenguaje sumamente conservadoras (no adquieren términos extranjeros sin antes traducirlos de alguna manera con raíces de palabras islandesas), y corresponde a una de las sociedades más avanzadas en cuanto al lugar que ocupa la mujer. Y el japonés directamente no tiene género gramatical, pero esta maravilla de la gramática inclusiva tiene lugar en el seno de una de las sociedades más estereotípicamente machistas que conocemos.

A partir de imagen de The economist, the glass ceiling index (o sea, el índice de techo de cristal, que mide equidad de género en el mercado de trabajo).

Sin embargo, la investigación empírica aporta indicios de que los sustantivos ‘neutrales’ y los pronombres de lenguas sin división gramatical genérica pueden tener de todas formas un sesgo masculino encubierto. Así, aunque eviten el problema de una terminología masculina genérica, incluso los términos neutrales pueden transmitir un sesgo masculino. Esto supone, además, la desventaja de que ese sesgo no podría ser contrarrestado añadiendo deliberadamente pronombres femeninos o terminaciones femeninas, porque en esas lenguas esa forma simplemente no existe. Se dificultan entonces las iniciativas de ‘subversión simbólica’ de las que habla Bourdieu. Eso concluye, por ejemplo, el trabajo de Mila Engelberg a partir del análisis del finlandés, una lengua que incluye términos aparentemente neutros en cuanto al género pero que, en los hechos, connotan un sesgo masculino. Y al no poseer género gramatical, no existe la posibilidad de emplear pronombres o sustantivos femeninos para enfatizar la presencia de mujeres. La autora señala que esto podría implicar que el androcentrismo en lenguas sin género puede incluso aumentar la invisibilidad léxica, semántica y conceptual de las mujeres. Algo muy similar encuentra Friederike Braun en su estudio con la lengua turca, cuya falta de género gramatical no evita que les hablantes de turco comuniquen mensajes con sesgos de género.

Un hit argentino

Por muchas guías que se hayan publicado para el uso no sexista del lenguaje, al menos cuando se trata de la lengua castellana, la cuestión no está en absoluto resuelta. Desde lingüistas hasta ciudadanes de a pie, las resistencias son diversas. Que si duele en los ojos, si entorpece el habla, si es ‘correcto’, si conduce a abandonar la lectura del texto y el infaltable ‘es irrelevante’. Que la verdadera lucha debería centrarse en transformar ‘el mundo real’. Que la lengua sólo refleja relaciones que son ‘extralingüísticas’. Que modificar la lengua ‘por la fuerza’ sólo es una cuestión de ‘corrección política’ que desvía la atención del problema central y hasta lo enmascara. Pero les lecteres que hayan llegado a este punto habrán atravesado media nota escrita de forma tradicional y media nota escrita con lenguaje inclusivo, de modo que además de toda la evidencia expuesta sobre la relación entre lengua y pensamiento, podrán evaluar también cuán traumática ha sido (o no) la experiencia, y preguntarse dónde ancla verdaderamente el origen de esa resistencia, de esa desesperación por preservar intacta la lengua.

Mientras tanto, la disputa por el lenguaje continúa. Y de todas las formas que puede tomar este problema, acaso la más emblemática sea el uso de falsos genéricos, es decir, términos exclusivamente masculinos o femeninos, utilizados genéricamente para representar tanto a hombres como a mujeres, como cuando decimos ‘los científicos’: técnicamente podríamos estar refiriéndonos a científiques (varones, mujeres, etc.), aunque también diríamos ‘los científicos’ si quisiéramos referirnos sólo a los que son varones. En cambio, sólo usaríamos ‘las científicas’ para hablar de las que son mujeres.

Marlis Hellinger y Hadumod Bußmann explican que la mayoría de los falsos genéricos son masculinos y que los únicos idiomas conocidos en los que el genérico es femenino están en algunas lenguas iroquesas (Seneca y Oneida), así como algunas lenguas aborígenes australianas. En castellano, incluso los sustantivos comunes en cuanto al género, como ‘artista’ o ‘turista’, que se mantienen invariables sin importar si se refieren a un varón o una mujer, acaban señalando el género de lo que nombran a partir de las otras palabras que los complementan (adjetivos, artículos, etc.). Entonces, de nuevo, para referirnos a grupos mixtos, recurrimos al género que los nombra sólo a ellos. Tal vez los únicos genéricos genuinos que tenemos sean los llamados sustantivos epicenos como, por ejemplo, ‘persona’ o ‘individuo’, que no sólo van a mantenerse invariables (no hay ni persono ni individua) sino que ni siquiera tienen la posibilidad de marcar el género en el adjetivo (porque aunque una persona sea varón, nunca será ‘persona cuidadoso’, ni la mujer será ‘individuo cuidadosa’).

Pero un poco como lo que comentábamos arriba, un genérico con sesgo machista puede suponer un problema incluso más difícil de visibilizar y ‘subvertir’. Un hit argentino en este sentido es el debate por la palabra presidente:

Una nota de Patricia Kolesnikov recupera un breve diálogo en una mesa, en la cual un señor explicaba por qué está mal decir presidenta. Las razones gramaticales del señor eran inapelables: Presidente es como cantante. Aunque parece un sustantivo es otro tipo de palabra, un participio presente, o lo que quedó de los participios presentes del latín. Una palabra que señala a quien hace la acción: quien preside, quien canta. Justamente, no tiene género. ¿Vas a decir la cantanta?” Kolesnikov cuenta que hubo un momento de duda en la mesa, hasta que la escritora Claudia Piñeiro, con sabiduría de pez que conoce el agua, respondió: “¿Y sirvienta tampoco decís? ¿O presidenta no pero sirvienta sí?”

Anécdotas como esta nos recuerdan que la lengua es maleable y que apoyar o rechazar un uso disruptivo, que tiene por objeto reclamar derechos larga e injustamente negados, es una decisión política, no lingüística. Que si se busca un mundo más igualitario, la lengua no es una clave mágica para conseguirlo, pero tampoco se lo puede negar como espacio de disputa. Y que mientras las estadísticas de femicidios crecen y el sueldo promedio de las trabajadoras permanece por debajo del de ellos, conviene no indignarse si alguien mancilla un poquitito las blancas paredes del lenguaje.

 

https://elgatoylacaja.com.ar/la-lengua-degenerada/

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Lo personal es político. Anticipo de Causa Parcial/10

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A Florencia Lance el comentario de un compañero de la primaria le cambió la vida: “no puedo ir a tu cumpleaños porque donde vos festejás matan gente”. Se trataba de Campo de Mayo donde su ex-padre oficiaba de aviador de vuelos de la muerte. De ahí en adelante tuvo que construir una vida lo más lejos y enfrentada de aquel lugar terrorífico que paradójicamente representaba también las alegrías de la infancia. Le tocó formar parte de la edición del diario de las Madres de Plaza de Mayo y de militar codo a codo junto a Hebe de Bonafini durante toda la década del noventa. Integró desde sus inicios el colectivo de Ex-Hijas que renunciaron a avalar a los padres participes del terrorismo de estado.
Si nos interesa conversar con ella públicamente es porque la desobediencia real puede partir de lo más imprevisto -el comentario de un niño a una niña-; porque la ruptura de un orden no puede hacerse sin quebrar sujeciones profundas; pero tampoco puede hacerse sin tramas paralelas que permitan sostener los enfrentamientos -las amistades, las familias paralelas, las organizaciones políticas, aquellxs que nos cobijan-; porque en la riqueza de esta(s) historias no están delimitadas por modelos de éxito que sobreabunda en la política y en las redes; porque a veces esas anécdotas las escuchamos en la sobremesa y quedan adheridas a la memoria personal, porque se escuchan como se escuchan secretos que nos pertenecen y debemos cuidar; pero también porque mientras no sabemos bien qué hacer vale la pena contar y escuchar hasta cansarse, hasta que aparezcan las nuevas cosas sobre la marcha de una conversación atropellada; para que algunos nombres e historias nos queden titilando -por ejemplo, la de Manuel Molina, sindicalista y militante peronista, cuya historia también se cuenta aquí; porque sentimos ineficaz el discurso de los derechos humanos y para reconstruirlo hay que volver a contar, pieza por pieza, las capas que lo constituyen; porque Hebe de Bonafini hizo de la rebeldía un programa vital; porque nos gusta conversar para saber que es posible actuar de otro modo. Y también porque sí.
La escucha, el relato, la anécdota son aquellos que implican complicidad y la máxima confianza. Una confianza política en su total dimensión. Creer en lo que uno oye sin importar el conocimiento sobre el sujeto, sino la potencia del relato y la confianza del secreto que implica hacerte parte de la divulgación de esas anécdotas.
Lo personal e íntimo como política primigenia. A partir de aquí, construimos o destruimos. A partir de aquello que fue constitutivo en la historia íntima de la persona que decidimos escuchar y prestar atención. Nos da, sobre todo, una gran posibilidad: escapar de la trampa constante que estamos atravesando. La trampa de la coyuntura. Tener que estar todo el tiempo explicando hacia otros y nunca decir nada. El relato como única posibilidad de expresión de la época. Sobre todo, porque nos obliga a escapar de esta.
Cuando Hebe dice: “Agarren sus baldes y usen los confesionarios de la Catedral como baños”, nos sumerge en la música de una declaración de guerra, en una postura política que no supimos vivir, pero que nos fuerza a desdibujar una figura política que intentaron caricaturizar. El esfuerzo, placentero, está en sentir en nuestro cuerpo y con toda tensión esa frase, y decidir qué historia queremos adoptar.

Foto de portada: Florencia Lance de niña. Publicada por el Lobo Suelto

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Diego Sztulwark: “La subestimación a Milei es su propio combustible”

Junto a Diego Sztulwark recorremos las preguntas que nos agobian a un año de gobierno de Milei: ¿Cómo fué posible? ¿Por qué dura? ¿Qué hacer para enfrentarlo? Reflexiones sobre el nuevo capitalismo mundial, la aceleración como estrategia para la parálisis social. El grotesco reinado de la improvisación política y el desencanto sin fin. La claudicación de la necesidad de un pacto social. “Una sociedad desarmada desde arriba, puesta a pedalear a toda velocidad, con un escepticismo brutal en la política y con un señor que representa, a lo monigote pero con eficacia, estas ansias de que el mundo de las finanzas permita, por lo menos, un mínimo de estabilidad, me parece que componen un cuadro que es irrespirable pero efectivo. Estamos todos tan apurados, corriendo, corriendo, que no nos da tiempo para estallar“.

Diego Stulwartz 9/12/24

Politólogo de la UBA, docente y coordinador de grupos de estudio sobre filosofía y política. Integrante de FLACSO.


LCV: Me gustaría, primero, que analices este año en su conjunto. ¿Qué le pasó a la sociedad argentina?

—Buena pregunta, difícil, los argentinos interesados por estos temas estamos obsesionados preguntándonos lo mismo hace por lo menos un año. La pregunta “¿cómo pudo ser?” que es una pregunta que ya nos habíamos formulado en 2015, ¿no? “¿Cómo pudo suceder esto?”. Es una especie de estado de asombro, perplejidad, sorpresa. Esta vez, aumentado. Esa sorpresa se fue convirtiendo en otra durante el año, que es: “¿Hasta dónde van a llegar? ¿Cómo puede ser que esto dure tanto? ¿Cómo es que no hay límites?”. Entonces, entre todas las hipótesis que se fueron construyendo sobre cómo esto fue posible, o cómo Milei llegó al gobierno, yo creo que hay hipótesis ya muy discutidas que las podemos repasar, aunque sea como títulos.

Una es, efectos subjetivos de la pandemia. Otra, aceleración de una tecnología de la comunicación a distancia, que nos impacta muchísimo, aleja mucho el vínculo corporal entre nosotros y provoca situaciones muy mediadas por la dimensión virtual. Tercer hipótesis: transformación muy grande, muy acelerada e irreversible del mercado de trabajo. Esto hace que las personas hoy tengan una relación con lo colectivo, con lo laboral, con los derechos y con el consumo que, para las generaciones nuevas, ya supone una ruptura y un corte muy grande con memorias políticas y formas de organización tradicionales. Después, hay una cuarta hipótesis, que es política, digamos, que yo creo que habría que atenderla mucho. Es que la derecha falló en su apuesta política fundamental al gobierno de Macri, que no solo fue un fracaso para esa misma derecha, que empezó a buscar alternativas, sino que además dejó al país en una condición de endeudamiento tan brutal que condicionó un segundo y más grave fracaso político, que es el fracaso político del peronismo, la izquierda y el progresismo, para decirlo así, que fue el gobierno de la fórmula Fernández-Fernández. Entonces, esas crisis políticas también auspiciaron que muchísimas personas estuvieran dispuestas a votar cualquier cosa con tal de sacarse a los dos gobiernos anteriores. Entre las transformaciones subjetivas, económicas, laborales y políticas, hay una serie de cosas que ya hemos aprendido que tienen alguna importancia para entender cómo llegó Milei.

La segunda pregunta que aparece es: ¿Cómo fue posible que dure? Todos recordamos “no va a durar un mes, no va a durar tres meses, no va a durar seis meses”. ¿Por qué? Porque la gente va a reaccionar ante el ajuste, o porque se van a quedar sin dólares, o porque el equipo de gobierno es un equipo impresentable. En fin, tuvimos todo tipo de expectativas en que iban a aparecer una clase de límites al gobierno de Milei, que no aparecieron, y que ellos mismos iban a tener inconsistencias propias que no les iban a permitir sortear una situación de debilidad institucional, de inestabilidad monetaria, etcétera. Sin embargo, aquí están, han cumplido un año. Con lo cual, me parece que entre las cosas que podemos hacer ahora es pensar un poco todo esto. Pero también creo que podemos un tercer tipo de preguntas, que son preguntas que yo creo que son muy necesarias y que quedaron muy invalidadas en todo este último año: ¿Cómo lo enfrentamos?

LCV: ¿Enfrentarnos con la realidad de que Milei gobierna? ¿O cómo ser oposición?

—Hay una serie de preguntas que sirven para responder cómo llegó. Hay toda una serie de preguntas que sirven para entender cómo duró. Y hay toda una serie de preguntas que tienen que ver con cómo nosotros limitamos, frenamos, respondemos, enfrentamos a este gobierno de acá en más. Son tres tipos de conversaciones que yo creo que tenemos que tener.

Entonces, la cuestión de la duración de Milei creo que tiene algunas cosas que podemos pensar, que surgen de las consideraciones previas. Una es el desprestigio absoluto de lo que llamaríamos la casta, los políticos, los partidos políticos, el parlamento, buena parte de las instituciones que suponíamos que todavía operaban como autoridad en la sociedad argentina, y que el gobierno de Milei las ha avasallado, las ha maltratado, las ha comprado. Ha hecho todo lo posible para que, con una treintena de diputados, pueda sacar leyes extraordinariamente complejas, extraordinariamente reaccionarias: comprando senadores, comprando diputados, amenazando, devaluando, maltratando, despreciando. Ahí hay una forma de gobierno.

Hay una forma de gobierno de alguien que es débil institucionalmente, pero que acude a un tipo de fuerza que surge del momento político, que surge de la gente que lo votó, que surge del impacto político que supuso que una persona sin partido político le gane a las dos coaliciones políticas de una manera tan abrupta, pero también de una decisión de las élites económicas y financieras de la Argentina, que han tomado nota de que se puede avanzar políticamente sin construir la legitimidad que nosotros habituamos a demandar, que es la legitimidad fundada en la idea del pacto social, de un pacto político, de un pacto democrático que ya no rige mas. No rige, no por Milei, sino porque el capitalismo apuesta a la velocidad. La cuestión de estar todo el tiempo preocupados por pedalear la bicicleta, por ver las finanzas, por actualizarnos en el teléfono, actualizarnos con lo que fuera, esa cuestión de estar todo el tiempo resolviendo problemas en velocidad complementa y desplaza las viejas formas del pacto político, que suponían argumentos y algún mínimo de bienestar material.

LCV: Hay algún concepto por ahí que anda dando vueltas, que a mí me parece interesante, que dicen que Milei representa el aceleracionismo.

—Exactamente. Representa un aceleracionismo de un lado; del otro lado, representa una crisis del sistema político argentino muy notoria.

LCV: Es como el dibujito animado, que hay una parte que va rápido y de tan rápido tiene el movimiento inverso y queda frizado. Y creo que hay una situación en la oposición de gente que no sabe para dónde disparar, que reacciona tarde y mal.

—¿Sabés qué pasa? Si te ponés a pensar en los políticos, tenés razón. Y si te ponés a pensar en la gente que los escucha, da igual. Porque como no les creen nada, que corran o no corran, da igual. Y que digan una cosa u otra, también da igual. Previo a eso tenemos un asunto también muy difícil de pensar, que es el hecho de que una serie de organizaciones sociales, que en el periodo 2001 se constituyeron para intentar forzar una distribución del poder social, quedaron a la espera eterna de algo que no ocurrió y hoy por hoy no son vistas por la población como instrumentos políticos para transformar la realidad. Con lo cual, una sociedad desarmada desde arriba, puesta a pedalear a toda velocidad, con un escepticismo brutal en la política y con un señor que representa, a lo monigote pero efectivamente, estas ansias de que el mundo de las finanzas permita, por lo menos, un mínimo de estabilidad, me parece que componen un cuadro que es irrespirable pero efectivo.

LCV: En una parte de una nota tuya, una nota de opinión muy interesante al año de Milei, decís: “El antifeminismo del mileísmo es orgánicamente constitutivo de la economía neoextractiva”. ¿Qué quiere decir esto?

—Primero, sí. Creo que la subestimación de Milei, como dice un amigo mío, es su combustible. Eso hay que tenerlo muy en cuenta.

LCV: Totalmente. Haciendo un mínimo paréntesis antes de responder la segunda parte, tanto fue subestimado que se alimentó su ascenso, en una inconsciencia absoluta y en una ignorancia absoluta de los partidos políticos tradicionales.

—Te puedo reproponer algo. Mirá, las personas que calcularon que Milei no duraba tenían una razón errada. La razón era, efectivamente, el grupo de Milei es un grupo de inconsistentes, y, por otro lado, la inestabilidad económica y la inconsistencia general del programa económico permiten decir que esto no va a durar. Permiten, una y otra vez, decir esto no es consistente. Sin embargo, esa razón verdadera que todos hemos tenido para decir que esto no va a durar, que no puede durar, que es un veranito, que es especulación, que es una burbuja, que la gente no va a saber tramitar cuando empiece a haber un conflicto social en serio, todas esas cosas que yo creo que son verdaderas tienen que ser matizadas. Y acá está el problema de subestimación, con el hecho de que la gubernamentalidad capitalista actual es una forma de improvisación brutal. Y se combina con una forma de desencanto social continua. Entonces, hay que aprender a pensar que la inconsistencia no es de por sí una condena al colapso. Por ejemplo, no hubo estallido social. Ni durante los K, ni durante Macri, ni durante Alberto Fernández, ni durante el gobierno de Milei. Hay una sociedad implotada. Las personas no tienen tiempo para estallar.

LCV: Cuando vos decís que la explosión es hacia afuera, la implosión es que el edificio colapsa hacia adentro. Eso es lo que me parece que le está pasando a las personas. ¿Cómo salimos de ahí?

—Por empezar, quería marcar que, a pesar de que tenemos argumentos para suponer que todo esto es muy frágil y muy débil, no podemos subestimar la situación. Porque la situación está agarrada de nuestra propia implosión, y ni hablar de las personas que están sumergidas en trabajos ultra precarizados, en barrios ultra precarizados, sometidos a un ajuste social continuo, incluso durante los gobiernos progresistas. Entonces, si somos capaces de recobrar la conciencia real y efectiva de nuestra sociedad actual, vamos a tener menos derecho al exitismo y a la subestimación de los otros.


LCV: Además, es una implosión que no fue de este último año.

—Exacto. ¿Cómo salimos? Mirá, hay cosas que son para pensar. Por ejemplo, hace unos días, no sé si te enteraste, pero en Quilmes Oeste hay un viejo frigorífico, se llama Finscor, ahora creo que tiene otro nombre, que exporta carne de primera a Europa. Pero está al lado de una serie de barrios muy castigados, con casas de chapa, tierras tomadas de la época de los movimientos piqueteros, muy cerquita de Solano. Trescientas familias fueron una vez, fueron dos veces, fueron tres veces y lograron que les den 300 kilos de carne. “El hambre no esperaba” era la consigna. En La Matanza, la semana pasada, también hubo un intento de movilización bastante fuerte, que fue frenado por la policía. Hay comisiones internas que de a poco empiezan a organizarse por el hecho de despidos. Lo que quiero decir con esto es que, así como en los años 90, donde parecía que no pasaba nada, empezó a haber una lenta recomposición desde abajo, de personas que no eran conocidas, que no tenían apellido conocido, que no eran dirigentes políticos, que no eran famosos ni nada, y empezaron a reconstruir desde los desocupados, desde los hijos de desaparecidos, desde los cartoneros, empezaron a construir una contralógica. Pero esas contralógicas generan tiempo, generan un tiempo. Es un tiempo social de aprendizaje, de reconocimiento, de construcción de formas de lucha. Mi impresión es que, de manera lenta, gradual y demasiado dolorosamente, esa es una de las cosas que hay que mirar. Yo no creo que podamos imaginar que vamos a salir de esta situación proyectando la macropolítica actual. Ganando las elecciones en el 2025, no. Así no.

LCV: ¿Por qué vas a hacer algo distinto de lo que hiciste, si lo que hiciste me llevó a mí a querer votar a Milei? Esa es la pregunta que yo me hago actualmente.

—Por supuesto que, por ejemplo, cuando sale en los diarios de hoy que Axel dice “No vamos a dejar que vendan Aerolíneas”, uno se pone contento. Por supuesto que uno querría que todo eso se renueve de la mejor manera posible. Pero si me preguntás a mí si yo creo que con eso solo alcanza para salir de Milei, yo no lo creo.

LCV: A mi me parece que hay que volver a pensar, salir de los eslóganes, romper los esquemas.

—Esto que estás diciendo me parece que conecta con lo que vos decías del feminismo. Porque el feminismo fue descartado como si fuera una especie de máxima estúpida progresista.

LCV: Pero porque también lo metimos en una cajita. Lo metimos en una cajita donde parecía que solo leías desde un determinado prisma.

A eso voy. Por eso lo quiero recobrar. Porque el feminismo en toda América Latina y en la Argentina fue, es, y será mucho más que eso. Porque si uno se pone a pensar, y estoy pensando mientras hablo, en un referente que para mí es intelectualmente muy importante, que es Rita Segato. Si uno se pone a pensar en la correlación estructural entre una economía neoextractiva y la lógica patriarcal que divide las jerarquías políticas en los géneros, uno se va a encontrar con que es absolutamente el mismo mecanismo de agresión que frente a la renta de la tierra o de los bienes comunes o incluso de la renta que produce la cooperación social, que digámoslo así, es una renta que viene de afuera, extrae y saca. Esa lógica de viene de afuera, percibe dónde está la riqueza, mete la mano, agarra lo que necesita, no importa nada la crueldad que pone en juego y lo retira. Eso no es el hombre, es el patriarcado. O sea, es una lógica que divide a la sociedad en jerarquías para poder desarrollar, a partir de esa jerarquía, formas de explotación.

LCV: Un patriarcado que tiene la “p” adelante de “patriarcado”, pero que en realidad es una conducta que llevan adelante hoy por hoy algunas dirigentes importantes, como Ayuso, como Meloni, y demás. O sea, no es un problema solamente del sexo.

—Ojalá fuera sencillo. La lógica patriarcal está por detrás de lo que se define como hombre y mujer.

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Opinión

Un año de mentiras verdaderas, por Paulo Giacobbe

Se cumple un año de Javier Milei como presidente de la República Argentina y un poco más de once meses de su mudanza a la Residencia Presidencial de Olivos. Pocos recuerdan que no se mudó el mismo día que asumió porque en Olivos no estaban construidos los caniles para sus perros clonados, al menos eso dijo, y prefirió prolongar su estadía en el Hotel Libertador, lugar que utilizó como búnker de campaña durante meses. Pero los perros no estaban alojados en el hotel, razón por la cual no se entiende la lógica utilizada, perfectamente podía ir a vivir a Olivos porque en el Hotel Libertador tampoco estaba con sus “hijitos de cuatro patas”, como los definió oportunamente.

Un mes durante el cual no hubo registros de las visitas que tuvo Javier Milei siendo presidente en ejercicio. Un mes en blanco, sin información ni control institucional. Acaso sea esa la razón de su demora para mudarse a la residencia y no su amor por los perros con los que pasa mucho menos tiempo que el que está colgado de su celular, prendido a Twitter desde donde escupe noticias falsas, discriminación, racismo, odio, crueldad, amenazas varias y contenido irreproducible dentro de una larga lista de etcéteras.

“Teníamos claro que, por el tipo de ajuste que estábamos haciendo, era muy probable que el impacto más fuerte se sintiera durante el primer trimestre. Por lo tanto, también era importante hacerlo durante vacaciones, para que la gente no se enterara tanto, por decirlo de alguna manera, de lo que estaba ocurriendo”, declaró muy tranquilo en octubre, sin voces ni toses de fondo, en el 60 Coloquio de Idea 2024 de Mar del Plata; y lo aplaudieron. “Hemos llevado adelante el ajuste más grande de la historia de la humanidad y no hemos perdido un ápice de apoyo social”, dijo el mismo mes en el evento del Foro Económico Mundial de Buenos Aires; también lo aplaudieron. “Argentina vuelve a valer porque tiene un gobierno que, por primera vez en décadas, está haciendo lo que nadie quería hacer y que prefiere decir verdades incómodas a mentiras confortables”.

¿Ajusta en verano para que la gente no se entere tanto o va de frente con sus verdades? Verdades tan equívocas como decir que “Sólo el 11% de los jubilados es pobre”, tal como justificó el Ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, para clavar una estaca a los medicamentos que entregaba PAMI.

Tanto el Ministro de Economía, como la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich, fueron denostados públicamente por el presidente antes de nombrarlos en los cargos que hoy ocupan. A Bullrich la sumó antes del ballotage en una entrevista con Luis Majul. Ese día también convocó a dirigentes de izquierda a integrar el futuro Ministerio de Capital Humano, porque “son los que más saben” en esa área. Ningún dirigente de izquierda aceptó la propuesta, pero Bullrich terminó al frente del Ministerio de Seguridad, y Luis Petri, que acompañó a Patricia en la fracasada fórmula presidencial de Juntos por el Cambio, al frente del Ministerio de Defensa.

Es probable que las designaciones del binomio antes opositor le hayan caído a Victoria Villarruel como un baldazo de agua fría que todavía no se secó. “Hay que debatir un poco eso, tenemos bastante avanzado todo el armado y hay que debatir si ella quisiera una función de esa relevancia”, declaró antes de asumir la vicepresidencia en relación a la designación de Patricia. Los resultados del debate están a la vista. Como muchos argentinos de bien, Villarruel creyó lo que Javier Milei decía en octubre de 2023. En el caso de la vicepresidenta, que ella estaría al frente de esas áreas. Pero no ocurrió y ahora Victoria Villarruel se convirtió en parte de la casta. “Está más cerca del círculo rojo, de lo que ella llama la alta política, y lo que nosotros llamamos la casta”, declaró recientemente Javier “Jamoncito” Milei sobre Victoria, en el Canal LN+.

La experiencia de Bullrich en la materia es tan dañina como la inexperiencia de Petri. “El talco siempre se confunde con cocaína”, fue la frase de la ministra para justificar que un revendedor de talco estuvo 21 días detenido. Gendarmería lo bajó de un micro y durante dos días la familia no supo dónde estaba. En la cárcel fue maltratado y le robaron sus pertenencias. Bullrich había festejado esa detención como un golpe al narcotráfico: “¡La seguridad de nuestro país va un paso adelante de los delincuentes! El que las hace, las paga”.

Durante el debate presidencial, cuando la actual ministra se proponía para sentarse en el sillón donde ahora se sienta Javier, dijo que los gendarmes que actuaron en la represión que derivó en la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado fueron absueltos. “Sos una Mentirosa Patricia Bullrich. Los gendarmes no están absueltos, siguen imputados. ¿Cómo van a ser inocentes si todavía no hubo juicio? ¡Mentirosa!”, fue la respuesta de Sergio Maldonado, hermano de Santiago.

Pero tanto la ministra, como Petri, como Villarruel y el propio Javier, tienen en materia de seguridad y derechos humanos más puntos en común que diferencias. Niegan a los y las 30 mil compañeras detenidas desaparecidas y, con el disfraz de “memoria completa”, declaran que los genocidas están injustamente detenidos. Serpentean entre reivindicarlos y pedir la domiciliaria. Se suma al grupo el Ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, que además consideró que “estamos afectando el criterio de humanidad de las penas, estamos afectando el criterio de dignidad. Y esto ya no se ha convertido en justicia, sino que se torna en venganza”. La confesión fue después de la visita que realizaron un grupo de diputados de La Libertad Avanza a la cárcel de Ezeiza, donde se sacaron una foto sonrientes con varios genocidas. Victoria Villarruel fue pionera en el tema: según sus propias palabras, “dos o tres veces” visitó a Jorge Rafael Videla cuando estaba preso.

Los condenados que defienden no dejaron crimen sin cometer. Durante la última dictadura cívico militar eclesiástica, no les quedó nada en el tintero. ¿Es posible entonces pedirle a quien defiende y acompaña genocidas que tenga algún gesto humanitario? La crueldad de este gobierno, lo inhumano, tiene una raíz. Existe un punto en común entre reivindicar genocidas y el goce que explicitan al reprimir, al quitar medicamentos o al despedir trabajadores. Un Ministerio de Capital Humano que no entrega alimentos a las organizaciones sociales, que los deja vencer en galpones, es apenas una pieza más del rompecabezas sin alma que conforma este año de gobierno de Javier Milei. La lista es larga y hay de todo para todas las edades.

Cuando, en septiembre de este año, la Policía Federal gaseó en la cara a una nena de diez años, que estaba sentada en el piso abrazada a su madre, en una marcha por el aumento de las jubilaciones, el gobierno negó lo ocurrido. “Resulta que NO fue la policía quien tiró gas sino fueron los mismos manifestantes que le tiraron la sustancia a la niña”, escribió en su red el presidente. En paralelo, Bullrich culpaba a la madre de la nena, también gaseada. La operación montada por el gobierno duró poco porque el hecho ocurrió frente al Congreso, a la vista de cientos de personas que filmaron la represión. Esa es la puesta en práctica de la resolución del Ministerio de Seguridad con un nuevo protocolo “para el mantenimiento del orden público ante el corte de vías de circulación”. Una resolución con pretensiones de Código Penal, que además arma causas a manifestantes y opositores políticos.

Por último, otro punto a destacar, son los viajes personales que el presidente realizó al exterior y los premios que recibió, como cuando fue nombrado Embajador Internacional de la Luz en Miami o el Premio al Liderazgo Regional que la Asociación de Dirigentes de Marketing de Uruguay le otorgó hace unos días en ese país. Pero el peor momento de todos fue cuando Jair Bolsonaro le entregó una medalla que asegura al portador ser inmortal, tener erecciones y que no mantendrá relaciones sexuales con ningún hombre. “Imbrochável, imorrível e incomível”, con la cara del golpista brasileño. Además de todo, nos arrastra al plano de lo bizarro y uno ya no sabe si algunas noticias son reales o inventadas. Como ese momento que no puedo borrar de la memoria, si no fuera porque lo vi, diría que no es real. Pienso en Milei y vuelve la imagen incomprensible de su discurso de asunción dándole la espalda al Congreso, hace un año, en un escenario montado en las escalinatas y al sol. “Argentina se ha convertido en un baño de sangre. Nuestras fuerzas de seguridad han sido humilladas durante décadas”, dijo el presidente y el público presente respondió saltando: “¡Policía, policía, policía!”. Faltaba Jack Palance con su particular susurro anticipando “una jornada hacia lo extraño, lo fantástico y lo inesperado”.

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