Planeta Giussani
Acerca de Horacio González y un debate tabú, por Laura Giussani Constenla
Hace unos días, cuando fui a inaugurar la muestra Cartas de la Dictadura de la Biblioteca Nacional a Mar del Plata, me entrevistaron unos chicos de 6º año del Nacional Illia que hacían un taller de periodismo. Querían saber sobre la militancia estudiantil de los setenta. Es interesante que te pregunten cosas para las cuales no tenés una respuesta ya hecha.
Les conté un poco el clima, hablamos de las tres A, alguna anécdota de ‘operativos’ en clave cómica, de los amigos desaparecidos -veo sus caras y comprendo que no es común tener más de cien cien amigos secuestrados, o muertos, o quién sabe dónde, a los quince años-. De pronto me encontré diciendo algo así: “Hay que tener en cuenta que nosotros crecimos de golpe en golpe, con pocas primaveras democráticas, veníamos de masacres, fusilamientos, bombardeos y la revolución estaba al alcance de la mano. Estaban Cuba y Vietnam. Dos epopeyas revolucionarias. Y cuando los revolucionarios argentinos salíamos a la calle éramos cientos de miles. No éramos locos. El problema no fue la lucha armada, fue el verticalismo. Los dirigentes que mandan desde arriba terminan perdiendo el contacto con el abajo. Por eso no me gustan los líderes, los personalismos. Hubiéramos cometido muchos menos errores si nos dejaban hablar a los que no teníamos voz.” Obviamente no lo pensé mucho, salió de sopetón.
Una de las cartas que había en la muestra, al alcance de esos mismos chicos que me estaban prenguntando era una carta de mi papá, su primera carta desde Nueva York, a dónde se había ido durante el exilio porque su sueldo italiano no le alcanzaba para mantener una familia de seis personas, la carta decía:
Nueva York, 17 de octubre de 1977
Laurita:
Cuando estábamos en Roma la única cosa que me parecía estimulante de mi proyectado viaje a Nueva York, era la idea de que por carta me iba a resultar más fácil, y de efectos más persuasivos, intentar las discusiones políticas que allí en Roma siempre se demoraban, o fracasaban o dejaban cosas importantes en el tintero. Partí de Roma con cualquier cantidad de cartas ya redactas en la cabeza y divididas por temas, casi como si conjunto pudiera convertirse alguna vez en un libro. Y sin embargo, me encuentro ahora, con que llevarlas al papel también resulta difícil, en parte porque me siento pedante cada vez que me dispongo a escribirlas, en parte porque la distancia altera prioridades y perspectivas. Creo que a la Argentina ya ha llegado la temida paz de los cementerios, en la que sería un triste anacronismo entrar en acaloradas polémicas de esas que solo se justifican en medio de procesos vivos y palpitantes”.
Ocho años después de esa desoladora carta, publicó “La Soberbia Armada”, quizás pensó que volvíamos a vivir en medio de procesos vivos y palpitantes y bienvenido sería el debate. Toda la izquierda peronista cayó sobre él. La génesis de ese libro está en esa cartita colgada en este momento en la Biblioteca de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Reconozco que mi papá era un tipo dulce y se tomó buen trabajo para discutir con sus hijas. Páginas y páginas, años y años. El libro, esos capítulos que había pensado en el 77, se publicaron en el 85 ¿Fue inoportuno? Sí. Mejor no hablar de ciertas cosas.
No sé si a ustedes les pasa pero mi vida está plagada de casualidades tan significativas que parecen parábolas literarias. O fichas de rompecabezas que en algún momento encuentran su lugar. Momentos que pasaron de largo y, de pronto, cobran sentido.
Esta semana se armó mucha alharaca con los dichos de Horacio González y la lucha armada y los setenta y la necesidad de algún día pensarlo en serio porque esos militantes no nacieron de un repollo. González lo dijo en una entrevista a la Agencia Paco Urondo, seguramente hablando con un muchacho que se parecía a él cuando era joven. Charló, dijo lo que pensaba, cosa que suele hacer la gente de buena fe cuando le formulan una pregunta. Escándalo. Por primera vez todos los medios levantan a la Agencia Paco Urondo, ojalá lo hicieran más seguido. Los setenta siguen siendo un tema tabú. Y la derecha se hace un festín cada vez que algún intelectual los menciona, sea cual fuera la postura en cuestión.
No sé si alguna vez leí completo el libro de mi papá, pero estoy segura de que sé lo que pensaba. Años estuvimos discutiendo. No estaba contra la ‘lucha armada’, así, como un principio absoluto fuera de contexto. Simplemente se sentía responsable de haber difundido una idea equivocada: la posibilidad de una revolución a la Cubana. Pensó que el Che no estaba en lo cierto y que mucho menos lo que por entonces se llamaba la ‘guerrilla urbana”. Lograba destruir de un plumazo todo lo que oliera a pensamiento absoluto. “Yo no estoy en contra del uso de las armas, pero no en este momento, de éste modo, nos lleva a la ruina. Si hubiera una situación insurreccional, está claro, pero eso no pasa”. No estará escrita pero yo escuché esa frase de Giussani montones de veces. Esto tampoco quiere decir que estuviera a favor, en definitiva, detestaba todo dogma, toda verdad absoluta.
Y ahí está la ficha del rompecabezas que les quería mostrar.
Esa carta, la de mi papá discutiendo con gesto enjuto con una adolescente de 17 años fue leída por Horacio González para un informe de Infojús en el año 2014. Se me ocurrió que, dado que mi pensamiento rondaba en lo que dijo Horacio González y lo que pensaba mi padre, hubiera sido perfecto iniciar esta columna con ese audio. Una ficha que encajaba de maravillas. González leyendo a Giussani.
Mi viejo era un tipo inteligente y hubiera sido bien interesante escucharlo hablar con Horacio González. Ambos se hubieran sentido felices del encuentro.
Pero no se puede. Vaya a saber uno porqué, pero la carta que grabó infojús y que escuché hace unas semanas en Mar del Plata, ahora es solo la imagen de Horacio González leyendo y el sonido de una flauta. A él, a ellos, no se los escucha. Pueden buscarlo en google. Por suerte, los chicos de mar del plata, cuando todavía se escuchaba el archivo, recogieron una partecita de esa carta.
No era fácil ubicar la ficha en este rompecabezas, creí que iba en un lado, pero va para otro. En ese que tiene la frase: no se escucha.
LCV
¿Quién es Juan Raimundo Streiff?, por Laura Giussani Constenla
Pocos conocen la historia de este francés petitero que marcó a fuego nuestra cultura popular. Bah, era hijo de franceses inmigrantes en Argentina huyendo de la guerra (en ese momento la Franco- Prusiana). Nació en Buenos Aires en 1896, en su casa se hablaba francés, pero pronto se convirtió en un porteño de ley. Su primer trabajo fue en la sede central de Correo Argentino, en donde se destacó por su eficiencia y también su rebeldía al cuestionar las órdenes que consideraba inútiles razón por la cuál no le sirvió de mucho haber aportado avances tecnológicos a la empresa, y quedó en sin empleo antes de los previsto.
Vivía en la calle Río Cuarto, el corazón de Barracas, en un departamentito ubicado en un conventillo que era propiedad de sus suegros. Mientras su mujer, María Luisa Antola, trabajaba como costurera especializada en hacer los vestidos de novia de las chicas del barrio, y cuidaba de los tres hijos frutos del matrimonio con el francés, Juan Raimundo Streiff se convertiría rápidamente en el alma del carnaval. Al dejar las oficinas del Correo descubrió su vocación artística.
Siempre vestido de blanco, impecable, como correspondía al marido de la modista, llevaba la risa siempre a flor de labios. Bromista, jodón, fue una compañía entrañable para sus vecinos, que en carnaval lo veían recorrer las calles del barrio sur, a orillas del riachuelo, tocando el bandoneón, y seguido por sus tres hijos disfrazados. Como el flautista de Hamelín, música y carisma provocaban un efecto hipnótico, al rato se armaba una comparsa espontánea con grandes y chicos que lo seguían haciendo sonar lo que tuvieran a mano, panderetas, cucharones o palitos, en un baile improvisado. Aprendió a tocar el bandoneón solo y fundó una orquesta típica que iluminó las fiestas del Club Barracas Juniors en aquellos años 30, la “Streiff-Garaventa” no podía faltar para que la alegría fuera completa. Era socio destacado del Club, cuya sede quedaba frente a su casa. El Barracas Juniors había sido fundado en una pieza de conventillo de la caller Patricios y Cerri, el 31 de Julio de 1912, fútbol todavía amateur y un club pequeño que fue creciendo con los años hasta llegar a la tapa del Gráfico.
Entre mates y bromas, una imprecisa tarde de la década del 30, nació el himno oficial del club. El Turco Mufarri, fanático del Barracas, tiró una letra a la que el francés Streiff le puso música. Y quedó algo así:
“Vamos muchachos unidos / todos juntos cantaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra de corazón. / Por esos bravos muchachos / que lucharon con fervor / por defender los colores / de esta gran institución”.
Sí, la música era la que después se conocería como la marcha peronista.Su autor, un francés tan pobre como seductor, el hombre de blanco de Barracas al sur. El himno fue un éxito, su música pegadiza fue entonada con pasión en cada reunión del Club.
Los primeros hacerla propia fueron los muchachos del Sindicato Gráfico que en 1948 le cambiaron la letra pero mantuvieron sin modificaciones la música. Nacía, entonces, la marcha de los gráficos peronistas que decía:
“Los gráficos peronistas / todos unidos triunfaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra de corazón / ¡Viva Perón! ¡Viva Perón! / Por ese gran argentino / que supo conquistar a la gran masa del pueblo / combatiendo el capital / ¡Perón, Perón, qué grande sos! ¡Mi general, cuánto valés! ¡Perón, Perón, gran conductor! / Sos el primer trabajador”.
El pianistaNorberto Ramos, integrante de la orquesta de Florindo Sassone y del Trío Yumba, contó haber participado de esa primera grabación de la canción de los obreros gráficos. “En 1948 mi padre trabajaba como gráfico en la editorial Atlántida. Yo tenía 15 años, y un día se apareció con unos compañeros suyos: Rafael Lauría, Enrique Odera y Guillermo de Prisco. Querían hacer una marcha para los obreros gráficos peronistas y necesitaban de mí para ponerle música. Me cantaron el “Perón, Perón, qué grande sos”, una melodía que, me dijeron, era usada por una comparsa”, recordó el músico en un reportaje para la desaparecida revista cultural “La Maga”.
Su testimonio coincide con la investigación llevada adelante por Néstor Pinsón y Ricardo García Blaya, historiadores de la música popular argentina, quienes explicaron en un artículo titulado “El origen deportivo y murguero de la marcha peronista”, que las las primera estrofas provenían del himno del Club de Barracas, que compuso Streiff, pero que su estribillo salió de otra formación barrial, una murga de otro barrio obrero, pegado a Barracas, bien del sur, bien portuario, bien conventillero. Una murga de La Boca hizo popular esta simpática canción:
¿Pa’ qué bebés si no sabés?/¿Pa’ qué tomás/ si te hace mal?/¡Tomá tomate/te hace bien!
En sus memorias, el entonces ministro de Educación Oscar Ivanissevich, cuenta que fue en 1949, en plena campaña electoral para la asamblea constituyente, tomó la marcha de los gráficos, modificó algunos detalles, y nació la Marcha Peronista tal como la conocemos ahora.
En la primera grabación participó el cuarteto folklórico de la Fábrica Argentina de Alpargatas. También en ese momento, la música de Streiff pegó de inmediato. El peronismo consiguió su reforma constitucional y el mismo General Perón, presidente de la Nación, pidió que la grabara Hugo del Carril, quien la cantó por primera vez, en vivo, en los balcones de la Casa Rosada, el 17 de octubre de 1949, con la orquesta de Domingo Marafiotti.
El francés de Barracas, el rubio Streiff, no cabía en sí de la emoción cuando escuchó su música tocada en la casa de gobierno. Todavía hoy, se considera La Marcha Peronista como de autor anónimo.
La música estaba ya en el corazón del barrio. Las letras fueron modificándose. Cuenta la leyenda que la referencia al “primer trabajador” tuvo su origen en un socialista, José Domenech,secretario general del sindicato de trabajadores ferroviarios, la Unión Ferroviaria,que en una asamblea sindical realizada en Rosario presentó al entonces coronel Juan D. Perón diciendo “Perón es el primer trabajador argentino”.
Así nacen los grandes himnos populares. Desde abajo, en las bases.
Basta recordar que La Internacional se tocó por primera vez el 23 de junio de 1888 en un acto del sindicato de vendedores de periódicos. Su autor, otro francés, Eugène Pottier, era obrero y escritor, fundador de la Asociación Sindical de Talleres de Dibujantes y murió un año antes de su estreno. Nunca supo que su obra se convertiría en el himno indiscutido de los trabajadores del mundo.
Me acordé de todo esto luego de ver a Cristina abrir su acto de asunción con una canción de Lali Espósito. Todos amamos a Lali, pero me dejó cierto gusto a fin de época, el mismo que sentí cuando el Partido Comunista Italiano, que todos los años hacía hermosas fiestas populares en donde sonaba la Internacional, Bella Ciao o Fischi il vento Infuria la Buffera, un día decidió que era algo perimido. Cambió el nombre y las canciones, y perdimos esa música que nos conmovía a todos.
Creo que se malinterpretaron las palabras de Axel cuando dijo que había que dejar de cantar “una que sepamos todos”, se me hace que hablaba más de contenidos políticos, dejar de repetir consignas, y no necesariamente perder esa identidad que te dan las grandes obras de la cultura popular. Lo entendieron de forma literal.
Luego, vi el Tik Tok de Cristina entrando a la sede del Partido Justicialista que hoy preside y a la que parece que no había ido nunca y sentí la misma desolación. No sé ustedes, a mí me provocó una nostalgia de la que no logro todavía recuperarme como si de un plumazo quisiéramos borrar aquellos carnavales populares, la creatividad y la alegría de los conventillos de barracas al sur, la murgas de la Boca o los obreros socialistas de Rosario.
LCV
Tecnofeudalismo. Otra trama empieza, por Laura Giussani Constenla
Este año se publicó en español un libro titulado Tecnofeudalismo de Yánis Varoufakis, ex ministro de Economía de Alexis Tsipras cuando la izquierda llegó al poder en Grecia y terminó renunciando por disidencias con el presidente sobre cómo responder a las presiones hegemónicas. Sobre sus memorias está basada una excelente película de Costa Gavras, A Puertas Cerradas, de 2019, en donde se ventilan las negociaciones que sufrió la izquierda en el gobierno esa primavera de 2015 (recomendadísima peli para entender un poco más de lo que sucede cuando los cambios radicales terminan siendo no tan radicales).
En Tecnofeudalismo, el ex ministro hace un análisis de los nuevos medios de producción en el siglo XXI, haciendo un paralelismo con el último gran salto del Feudalismo al Capitalismo, cuando la tierra deja de ser la principal proveedora, para pasar a la producción industrial como protagonista del sistema económico.
Varoufakis sostiene que entramos en la era del Capital de Plataforma. Por el cual se produce la magia de que hoy el poder de la economía no reside más en aquellos que producen ‘cosas’ sino en las grandes plataformas digitales como Amazon, Google, Microsoft, etc.
Más allá del increíble avance tecnológico, Varoufakis ubica esta gran revolución en la crisis del 2008, con una depresión del consumo a nivel global que provocó un cambio inesperado hacia inversiones inmobiliarias y sobre todo tecnológicas. El resultado de este viraje produjo que un increíble crecimiento del capital accionario de estas empresas digitales que se encontraron como dueños de una herramienta con posibilidad de influir en el comportamiento y obtener rentas. “Un punto de ruptura en el funcionamiento tradicional del sistema capitalista. Y esto ocurrió de forma totalmente accidental: un caso clásico de consecuencias imprevistas, que no contó con la intención explícita ni siquiera de las propias empresas tecnológicas.”dice Varoufakis y agrega: “Ahora, tenemos bienes de capital que no se crearon para producir, sino para manipular comportamientos. Esto ocurre a través de un proceso dialéctico mediante el cual este selecto grupo de grandes empresas tecnológicas incita a miles de millones de personas a realizar un trabajo no remunerado, a menudo sin ni siquiera saberlo, para reponer el núcleo patrimonial de su capital de plataforma. Se trata de un tipo de relación social esencialmente diferente.”
Si bien algunos consideran este tipo de miradas como pensamientos post marxistas o postcapitalistas, allí está el ex ministro griego a desmentirlo. Sostiene que se basa en el marxismo básico según el cual hay que analizar el funcionamiento de los medios de producción de capital para entender el funcionamiento de una sociedad. No estaríamos exactamente en una etapa post capitalista, sino más bien en un estadio del capitalismo totalmente ajeno a todo lo que conocíamos hasta ahora. Un capitalismo recargado, en el que el único objetivo es acumular capital y no producir bienes, que, además, presenta algunas formas feudales de organización.
“Si observas Amazon.com, te das cuenta de que no es un mercado. Es un feudo digital o de capital de plataforma. Comparte ciertas características con los feudos de antaño: hay fortificaciones a su alrededor, hay un «señor» que lo posee, etcétera. Pero, a diferencia de estas estructuras premodernas caracterizadas por la preeminencia de la tierra y la existencia de meros cercamiento físicos, los feudos en la nube se construyen mediante el capital de plataforma y funcionan mediante un sofisticado sistema de planificación económica, un algoritmo que habría sido el sueño húmedo del Gosplan, el ministerio de planificación soviético.”
Caramba! Cómo es que llegamos a esta mención del sistema soviético de producción como algo parecido al feudalismo digital? Ahí va la última cita que les propongo, porque hay que masticar y digerir tantas ideas.
Dice Varoufakis: “Recordemos que la cibernética se desarrolló en la Unión Soviética. Los soviéticos utilizaban el término «algoritmo» para referirse a un mecanismo cibernético, que sustituiría a los mercados por un método diferente de adecuar las necesidades a los recursos. Si el Gosplan (el comité estatal encargado de la planificación económicaen la Unión Soviética) hubiera tenido a su disposición la sofisticación tecnológica de, por ejemplo, el algoritmo de Amazon, entonces la URSS bien podría haber sido una historia de éxito a largo plazo. Hoy, sin embargo, los algoritmos no se utilizan para proceder a la planificación en nombre de la sociedad en general, sino con el fin de maximizar las rentas generadas en la nube por el capitalismo de plataforma para sus propietarios. La reproducción del capital de plataforma, así como de los feudos digitales en la nube que este erige, destruye no sólo la competencia mercantil, sino también mercados enteros. Entonces, el plusvalor residual producido en el sector capitalista convencional (fábricas y similares) es objeto de apropiación en concepto de renta capturada en la nube por los propietarios del capital de plataforma. De este modo, el beneficio queda marginado y la acumulación de riqueza depende cada vez más de la extracción de renta mediante el capitalismo de plataforma.”
Pah! Tomemos aires. Oohhhmmm. ¿Qué significará todo esto? Cada cual que lo entienda como crea o pueda. Yo les cuento la idea, o mejor dicho la ‘sensación’ que me quedó (la palabra idea me estaría quedando grande, ya llegará).
Me suena a que el Capital,de la mano de la tecnología, se convirtió en un especie de Allien. El bienestar general por el que bregaban las distintas ideologías de los últimos dos siglos (socialismo, anarquismo, capitalismo, comunismo) es un valor herrumbado. Hoy el poder no se rige por esos parámetros, el bien general ya no está en juego. El sujeto se convirtió en objeto de otro juego, el que juegan los dueños de las plataformas.
Significa esto que se terminaron las ideologías? No, claro que no. Consultado sobre Ellon Musk y su aparición en la política mundial, nuestro ex ministro griego sostiene que a “Musk lo mueve la ideología: a diferencia de Bezos o Gates, cree de verdad que es una fuerza del bien.”
Un poco mesiánico el hombre. El bien común ya no es una construcción colectiva sino individual, él es la representación del bien. Solito su alma. Acaso obedece a un ser superior? Ni eso. Si vamos a retroceder al feudalismo de algún modo, podemos agregarle esta visión religiosa, nos movemos por poderes tan ocultos como ‘las fuerzas del cielo’. Quizás, empujados por un sólo sujeto jugador, el Señor de las Plataformas, que nos convirtió en meras fichas del tablero. Vivimos un tiempo desolador en los que es difícil sentirnos sujetos protagonistas de la historia. Empezamos a sentir, como diría Borges: “Qué Dios, detrás de Dios las trama empieza…”
Te puede interesar la entrevista completa a Yanis Varoufakis de diario.red:
LCV
Los antihéroes coparon la parada, por Laura Giussani Constenla
Hoy nos mudamos a Ciudad Gótica, Gothic Town, tan oscura como monumental. Aquí estamos, donde nació nuestro querido superhéroe sin superpoderes: Batman. Uno como vos y yo pero que se la tiene jurada a los delincuentes. La expresión más acabada de ‘lucha contra el mal’.
La historieta del icónico hombre murciélago fue publicada por primera vez el 30 de marzo de 1939. Por eso días empezaba segunda guerra mundial, eran tiempos en los que se necesitaban muchos Brunos Díaz ya que la Historia, con mayúsculas, había parido a un gran, gran, villano universal, Adolf Hitler.
Su primer episodio fue publicado en Detective Comics y llevaba el curioso nombre de “El caso del sindicato químico”. Y decimos ‘curioso’ porque es extraño que inaugure su saga contra el mal peleando contra un empresario químico que engaña a sus socios para quedarse con la empresa. Y un Sindicato que está en el asunto. En plena guerra, uno podría imaginar otros malvados más perversos que un ejecutivo poco leal a sus socios. No hay que olvidar que este héroe solitario y nocturno, también es un empresario millonario que vió como unos delincuentes mataban a sus padres cuando era niño y se prometió vengar sus muertes. Algo así como un ’empresario bueno’, un Soros de la época.
Algunos sostienen que sus creadores, Bill Finger y Bob Kane, se inspiraron en el personaje de El Zorro, hijo de un acaudalado productor que por las noches combatía el mal en el Nuevo México, con audacia, coraje y astucia. El Zorro, un personaje creado en 1919 por Johnston McCulley (también aquí tenemos una guerra mundial como telón de fondo, ese año terminaba la primera guerra y empezaba la era de los supehéroes)
A propósito de los autores. Durante años el crédito de la historieta se lo llevó Bob Kane, mientras que el pobre Bill Finger tuvo que esperar décadas por su reconocimiento. Según explicó Kane: “En aquella época debía haber un solo artista con su nombre encima del título —la política de DC Comics en sus publicaciones era ‘si no puedes escribirlo, consigue ayuda de otros escritores, pero los nombres de éstos nunca aparecerán en la edición final’—. Bill jamás me pidió crédito y yo tampoco me ofrecí a dárselo —tal vez por mi ego en esa época—. Me sentí muy mal cuando murió”. Es decir, los comics eran una realización colectiva de trabajadores tercerizados en la que sólo uno se llevaba el crédito y las ganancias. Créase o no, recién en el 2015, la familia de Bill Finger logró firmar un acuerdo en donde se reconocía su autoría como creador de Batman.
Posiblemente ninguno de los dos imaginaba el éxito de la historieta que sólo un año después aparecería con su propia revista: Batman. Y en ese año, 1940, nacen también sus archienemigos. Porque Batman es distinto a Superman -su gran antecesor en el género-, sus autores le agregaron condimentos inéditos. No solo tiene la particularidad de que le faltan superpoderes – salvo, claro está, el poder que le confiere el dinero que le permite tener un mayordomo cómplice y fiel, una mansión con cuevas subterráneas donde lo esperaba su Baticoche que podría ser envidia del mismísimo Collapinto- sino que además de no volar ni tener poderes mágicos, Bill y Bob dieron a luz a la figura del antihéroe. Y, como si eso fuera poco, una antiheroína. El Guasón y Gatúbela aparecían con potencia en la escena.
Una interesante nota publicada por El País y firmada por Tommaso Koch, define así al reconocido villano: “La carrera original del Guasón apenas duraba unas 30 páginas. El tiempo de envenenar a Gotham, secuestrar a Robin y soltarle al Hombre Murciélago un par de manotazos y el primer “te voy a matar” de su relación. En la pelea final de Batman 1, el “horripilante bufón” sufría un final digno de su despiadada ironía: al tropezar se clavaba su propio puñal en el pecho. Sin embargo, el criminal mostró ya en su primera aventura un enorme talento para rebelarse contra el orden establecido. Su carisma sedujo a la editorial, DC Comics, que impuso añadir una viñeta. Ya dentro de la ambulancia salía a la luz “un dato desconcertante”. Y, entonces, un doctor sentenciaba: “Sigue vivo. ¡Y va a sobrevivir!“.
El mal nunca muere.
En el mismo año en que hizo aparición en la escena el perverso Guasón, un nuevo personaje sacudía la exitosa historieta: Gatúbela. Catwoman le dió un toque de sensualidad necesaria a este comic. Se trataba de una seductora ladrona de Ciudad Gótica enfundada en un traje de cuero negro con un látigo en la mano. Pocas veces se lo vio tan enamorado a Batman, quien mantenían una relación de amor-odio, y seguramente ella también con él, los sentimientos suelen ser recíprocos. Aunque Gatúbela no era buena por su intrínseca condición de villana, quién llegó a formar parte de la lista de la IGN que estableció los “100 mejores villanos de cómics de todos los tiempos”, con el correr de los años, su maldad se fue desdibujando. Siempre fue una antiheroína pero en los años noventa hubo una serie que intentaba explicar que tanta belleza no podía ser tan mala, y si hacía cosas incorrectas era para lograr un buen final. En fin, rebuscado cambio de nuestra villana favorita.
El asunto es que los malos fueron ocupando espacio y, como bien había anticipado el Doctor en su primera , el Guasón seguió vivito y coleando. Tan es así que en el 2019 se convirtió en superprotagonista gracias a la maravillosa película Joker. Sus características fundamentales se mantuvieron: una personalidad psicópata, con humor ácido y retorcido, que apela a ingeniosos dispositivos letales para realizar sus crímenes como barajas con navajas, cigarrillos explosivos, cajas sorpresa, etc. No era el único delincuente de la Ciudad Gótica, lo acompañaron en varias fechorías personajes como el Pingüino, el acertijo y la Banda de la Injusticia.
La realidad siempre se alimentó de la ficción -y viceversa-, algo así como la ‘profecía que se autorrealiza’ la literatura alentó diseños e ideas. En estos tiempos modernos podríamos decir que la política eligió un género en el que la imagen reemplaza a las palabras: el comic.
En una reciente entrevista, el filósofo brasilero Rodrigo Nunes, sostuvo que la nueva derecha en el mundo “juega con una ambigüedad constante entre la sinceridad y la broma.” Joker hizo escuela.
Demás está decir que tanto Batman, Guasón y Gatúbela son personajes ficticios. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia. Lo único que podemos afirmar es que ha llegado la hora de los villanos, los antihéroes ocuparon la parada. En las películas y en la política.
¿Quién será quién en esta historia? Nosotros, seguiremos siendo nosotros, superhéroes anónimos dispuestos al desafío de ganarle la partida a los villanos carroñeros de la muerte.