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Memoria

24 de marzo de 1976: un golpe contra la clase trabajadora, por Leónidas Ceruti

El golpe militar del 24 de marzo de 1976 fue clara y contundentemente contra la clase obrera y los trabajadores, para restaurar el orden en la producción, desarticular las distintas formas de organización obrera e imponer un plan económico de distribución contra el proletariado.

Desde 1969, en distintas zonas industriales se fueron dando formas organizativas democráticas, con gran participación de las bases obreras que establecieron con el tiempo profundas relaciones interfabriles, con innumerables contactos regionales y nacionales. A esto se sumó la intensificación de las relaciones y debates al interior de las fábricas, entre fábricas, y de las zonas industriales a los barrios obreros.

Para frenar ese desarrollo en ascenso, el principal objetivo de la dictadura militar fue destruir y paralizar toda esa organización que se venía gestando en la clase obrera, el pueblo y las organizaciones populares.

La supresión de las garantías civiles fue la metodología para imponer las condiciones necesarias de destrucción y reestructuración económica, política, social y cultural, según los lineamientos internacionales que condicionaron los años sucesivos. Se desarticularon las formas de participación, de movilización, que venían construyendo los sectores populares. Fueron años trágicos, con profundas secuelas de sufrimiento y dolor, cambios y mutaciones.

Los militares genocidas llegaron con la consigna de poner disciplina ante la indisciplina social y productiva, la indisciplina fabril, la anarquía social que corroía el cuerpo social, y las jerarquías políticas en todos los planos. Lo hicieron para controlar las conflictos sociales, e implementaron mecanismos de desarticulación y escisión de todas las estructuras y organismos participativos, con el empleo de alta violencia y la no vigencia de las garantías civiles.

La larga lista de atropellos y apremios ilegales a los que fueron sometidos los detenidos, explican la crudeza del modelo de reorganización de la estructura productiva del país.

El primer objetivo de la Junta Militar de Videla, Massera y Agosti, fue desarticular las luchas, la organización de la clase obrera, controlar las demandas y cuestionamientos que generarían el segundo objetivo de la dictadura: la imposición de un modelo económico anti obrero.

Su aplicación trajo consecuencias sociales: cierre de fábricas, desocupación, deteriorando las condiciones de vida de los trabajadores y de la población. La clase obrera, desde antes del golpe militar del 24 de marzo, venía soportando una dura represión, pero desde ese día sufrió la mayor persecución desde sus orígenes en el siglo XIX.

El golpe militar constituyó el momento culminante de un largo proceso histórico en que militarismo y golpismo se conjugaron periódicamente para negar todo tipo de democracia. Nunca como en el período 1976-1983, se alcanzó lo que ahora conocemos como terrorismo de Estado, nunca como entonces se llegó al nivel de exterminio de miles de hombres, mujeres y niños.

La sociedad argentina se vio sometida por la dictadura militar, que llevó al paroxismo la persecución política, la cárcel, la tortura y la desaparición de personas.

Como hemos afirmado, el segundo objetivo del golpe militar fue imponer el proyecto económico encarnado en la figura del ministro de Economía José A. Martínez de Hoz, que fue elaborado como un programa de modernización del aparato productivo y de “racionalidad”. En la práctica, esto se manifestó en un lenguaje economicista que explicaba y trataba de justificar el proyecto de apertura económica, con el fin de atraer inversiones de capitales que concretaran la reestructuración económica. Todo se tradujo en una crisis económica que fue en aumento, con fábricas cerradas, miles de desocupados y una deuda externa que endeudó al país por años.

Las consecuencias de la represión son conocidas: 30.000 desaparecidos, miles de muertos, torturados, secuestrados, robo de niños y todo tipo de aberraciones.

El 24 de marzo de 1976 representa la muerte, la corrupción, la persecución, el exilio. No obstante el terror, la resistencia y la búsqueda de personas se manifestaron públicamente. Los jueves, la Plaza de Mayo vio marchar a las Madres. Publicaciones clandestinas y periodistas independientes, contribuyeron con su valerosa tarea a sacar a la luz los oscuros sucesos de ese período.

Los asalariados

Las primeras medidas tomadas por la Junta Militar contra el movimiento obrero fueron: intervención de la CGT y de numerosos sindicatos – entre ellos 27 federaciones y 30 regionales de esa central obrera-, la suspensión de la actividad gremial -asambleas, reuniones, congresos-, la prohibición del derecho de huelga, la separación de las obras sociales de los sindicatos. En 1979, la ley de Asociaciones Profesionales limitó la cantidad de delegados de fábrica -en el caso de Ford, por ejemplo, se redujo de 300 a 6-, se aprobó la libre afiliación – a pesar de que el 95% de los trabajadores ratificaron a sus anteriores sindicatos -, se disolvieron las federaciones de tercer grado y se exigieron cuatro años de antigüedad en el empleo para ser elegidos como delegados, además de la infaltable constancia de “buena conducta” de la policía para poder presentarse a trabajar.

A eso se sumó la ley de prescindibilidad, que autorizaba el despido de cualquier empleado de la administración pública. A un mes del golpe se reformó la ley de Contratos de Trabajo, que anulaba normas en materia de derechos.

Sin embargo, existía la necesidad de brindar una imagen de “paz interior”. Por tal motivo, ese proceso de disciplinamiento represivo se realizó en forma abierta y también encubierta, ocultando la identidad de las víctimas, hechos que se materializaron en la figura del “desaparecido”.

Las características de los procedimientos y padecimientos a los que fueron sometidos los detenidos en los centros clandestinos, se conocieron por las declaraciones de sobrevivientes y posteriormente por el relato de los autores que son miles y arrepentidos muy pocos.

Este cuadro sobre los desaparecidos por profesión con datos de la Conadep, ejemplifica lo expresado: Desaparecidos por profesión porcentaje: obreros 30,2%, empleados 17,9%, docentes 5,7%, estudiantes 21%, profesionales 10,7%, autonomos 5%, amas de casa 3,8%, conscriptos 2,5%, periodistas 1,6%, actores, artistas 1,3%, religiosos 0,3%. En síntesis, sumando los porcentajes de desaparecidos obreros, empleados y docentes se llega a 53, 8%, lo que significa que la fuerza de la represión cayó sobre los trabajadores.

(Publicado en La Capital, el 28 de marzo de 2021)

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Haroldo Conti y la memoria sin fin, por Oscar Taffetani

En 1987, con la vuelta de la democracia y en un país donde todavía era peligroso recuperar la memoria sobre militantes desaparecidos -fueran ellos escritores, artistas, periodistas o simplemente víctimas de la diáspora y del exilio- participé de un proyecto fílmico inconcluso titulado “La balada de Haroldo”, que se proponía rescatar bajo la forma de una road-movie el itinerario de vida y escritura del imprescindible Haroldo Conti. Filmaríamos (y de hecho, filmamos) en Warnes, en Chacabuco, en el Delta, en Cabo Polonio y Barra de Valizas, entre otras locaciones. Entrevistamos a familiares y amigos del escritor. Consultamos documentos fílmicos, sonoros y gráficos existentes, entre ellos, como pieza medular, el proyecto (inconcluso) del estudiante de cine y fotógrafo Roberto Cuervo titulado “Retrato humano de Haroldo Conti”. No voy a explicar aquí las innumerables dificultades que tuvimos en aquel momento, con Carlos Vallina y otros compañeros de aventura, para conseguir financiamiento de aquel proyecto, que quedó definitivamente inconcluso a mediados de los ‘90. Sin embargo, en el camino, fuimos usando parte del material disponible para pequeños rescates, suerte de golpes de memoria que volvieran a poner sobre el tapete los asuntos de Haroldo, los asuntos de sus compañeros de vida y militancia y los asuntos de su escritura. Un fotograma del film mudo de Roberto Cuervo –por ejemplo- fue utilizado en 1988 para probar que un mascarón de proa tallado por el capitán Alfonso Dominguez en Uruguay, fue arrebatado de la casa de Haroldo cuando lo secuestraron, para ser luego vendido a una tienda de “antigüedades”. Lo que las dos publicaciones en Página/12 que siguen muestran, es la táctica que utilizamos para recuperar sin violencia ese mascarón y devolverlo a sus legítimos dueños. Nada más. Y nada menos. Marta Scavac –que ya no está- y Ernesto Conti –quien por entonces era un niño- testimoniaron su agradecimiento, dedicándome un libro de navegación que tenía Haroldo tras su naufragio en La Paloma, y que aquí también se reproduce. Buena lectura.

Memoria del mascarón de proa
(Página/12, 6/5/1988)

A doce años de su desaparición, Haroldo Conti y su obra forman parte de la “cultura de la desmemoria”.

(Por Oscar Taffetani) No hace mucho una periodista habló de la virtual imposibilidad de acceder a la vasta obra literaria y testimonial de Sarmiento: el “ilustre sanjuanino” ha sido condenado, por falta de difusión y de reediciones, a ser sólo el autor de Facundo y Recuerdos de provincia. En esa nefasta cultura de la desmemoria se inscrihe también el caso —más reciente, más modesto, pero igualmente representativo— de Haroldo Conti, escritor secuestrado de su casa y desaparecido el 4 de mayo de 1976.

Un breve inventario del olvido instalado sobre la vida y obra de Haroldo Conti debería incluir hechos como la escasa reedición argentina de su obra: La balada del álamo carolina y Mascaró, el cazador americano, sus últimos libros, no han vuelto a editarse entre nosotros desde 1975; la novela Sudeste y el relato maestro Todos los veranos duermen en los catálogos desde hace casi dos décadas, lo mismo que valiosos estudios como El mundo de Haroldo Conti (Rodolfo Benasso, 1969).

Ese inventario debería incluir también —en un plano extraliterario— la prescripción o falta de prosecución de las causas abiertas en la Justicia, que afectan tanto a Haroldo Conti como a sus familiares directos (y es uno entre cientos y miles de casos semejantes).

Por último, y con infinita tristeza, el inventario debería incluir hechos como que el mascarón de proa tallado por Alfonso Domínguez en el Cabo Santa María, ese mascarón que Haroldo Conti tuvo colgado en una pared de su casa hasta que Fritz Roy —y en la época del imaginario vapor “Mañana”— hoy cuelga de la pared de una casa de antigüedades de Buenos Aires, con una etiqueta que dice: “Mascarón italiano, siglo XIX”.

El mascarón, impiadosamente “reciclado” por la ciudad (esa ciudad hostil que Conti conoció y describió en sus relatos), completa el cuadro de desaparición forzada de un ciudadano, el cuadro de toda una época del escritor argentino contemporáneo: un cuadro semejante al de Antonio Di Benedetto, fallecido hace un par de años; o al de Daniel Moyano, emigrado en 1976 (ese entre muchos, muchos casos).

Pero hay otra cara de esta moneda —no muy lustrosa hoy, tal vez reluciente mañana—: una cara que podría denominarse, por contraposición, “la verde memoria del pueblo”, en palabras de Conti. Ese país merece también, en esta fecha, un breve inventario.

Se inscribe allí el homenaje que el próximo domingo, 7 de mayo, rendirá a su más destacado escritor la gente de Chacabuco. Será representado en el teatro “La balada del álamo carolina”, hablarán algunos familiares y amigos, un grupo cumplirá con el rito de visitar el añoso álamo, el campo de Warnes.

Fotogramas de una película inconclusa por falta de financiación

Y no puede dejar de inscribirse el proyecto fílmico, La balada de Haroldo, largometraje sobre la vida y la obra del narrador de Chacabuco. Ese largometraje incluirá fragmentos de un inconcluso e inédito documental filmado por Roberto Cuervo en 1975. El director del proyecto, Carlos Vallina, ha manifestado su intención de filmar “la vuelta a Itaca de aquel Haroldo-Ulises que un día partió hacia Buenos Aires, las islas y el océano, pero que no dejó de regresar, obstinadamente, en sus textos”.

Su familia, entonces, que no olvida; el pueblo de Chacabuco, que no lo olvida y esa parte de la Argentina que no olvida a quienes, como Harodo Conti, la amaron profundamente, son la Penélope y el Telémaco de esta historia: la tierra a la que siempre se vuelve, el país del álamo carolina.

Aunque el mascarón del “Mañana” no pueda vialar el próximo domingo a Chacabuco, por un circunstancial extravío en Buenos Aires, alguien recordará la promesa escrita por su dueño en la última página de un libro: “…ese ángel que está naciendo (el mascarón) colgará para siempre de una pared de mis casas; dondequiera que yo vaya iré con él, abriendo camino”. El país del álamo carolina es un país donde las promesas tarde o temprano se cumplen.

Mascarón de proa tallado por el capitán Alfonso Dominguez en Uruguay, secuestrado junto a Haroldo Conti de su casa, restituido a sus herederos gracias al trabajo de investigación de un grupo de jóvenes periodistas.

Rescate del mascarón de proa
(Página/12, 28/5/1988)

Después de doce años, un “Angel” que pertenecía al escritor Haroldo Conti volvió a ocupar su lugar de origen.

(Por Marta Scavac) Cuando terminaba abril, Oscar Taffetani me comentó sobre la posibilidad de ubicar el mascarón. Según los datos de que disponía, el Ángel podría estar colgado en una casa de antigüedades de la Capital. Oscar me pidió calma y confianza hasta tener la información precisa.

He aprendido que muchas veces la paciencia ayuda a obtener mejores resultados. Me prometí recuperarlo. Ignoraba el modo, y una sucesión de incógnitas me atravesaba. Dueño, lugar, reacciones, consecuencias, logro, fracaso, todo se conjugó en un torbellino que por poco me deja sin vesícula (cada uno tiene su tripa de Aquiles).

Es 4 de mayo y Oscar me llama temprano para decirme que ese es nuestro día-rescate. Ana, una pintora amiga ha localizado al Angel. Fabián, otro amigo, lo ha fotografiado. Con la escribana Gloria Barrandeguy, a quien pedimos para cubrir la forma legal, marchamos hasta el lugar.

(Por razones que luego se verán, me valdré de un par de nombres figurados y de una referencia imprecisa para continuar con la historia.)

“Lleva más de 11 años colgado aquí… no es posible… esto es para un cuento de Bioy Casares… entonces, los que hicieron la venta eran los… no puede ser.”

“Sí puede ser. Es, señora. ‘Botín de guerra’… ¿Qué le sorprende tanto? ¿Acaso no han llegado a comerciar con los niños? ¿No puede entenderlo? Comprendo. Yo tampoco”.

La circunstancia era inédita. No teníamos derecho a perturbarnos con quien no conocíamos; pero tampoco se podía ser excesivamente incauto o confiado. Se sabe y no se debe olvidar que los “astices” nos rodean, “obedientemente” libres.

—No tengo nada que ver… no es mío… es prestado.

La miniprocesión, un tanto extrafalaria, se dirige entonces hasta el sitio —otra tienda de antigüedades— donde se encuentra el “depositario”, y a quien llamaremos Requena.

—¡No, no, no puede ser!… yo no tengo nada que ver, por favor no me confundan con “esa” gente. Nunca me había pasado algo así en los tantos años que llevo en esto… me engañaron, eran unos miserables ladrones. ¡Pero si yo fui a la casa a comprarlo!

—¿Qué casa? ¿Dónde?… Acaba usted de mencionar mi casa, señor, la que nos robaron, la que permaneció ocupada por extraños, la que no me ha sido devuelta porque la justicia no ha alcanzado entre nosotros —palabras de un juez— una “agilidad” acorde con los derechos elementales de los ciudadanos argentinos.

—Pero… y ahora… ¿Qué quieren ustedes? Yo lo pagué muy bien, y en dólares. No puedo perder todo. No es justo.

—No quiero ser injusta con usted señor Requena pero no puedo pagar esa cantidad por mi Mascarón.

—¡No es suyo, es mi Mascarón! Yo lo pagué, soy un comprador de buena fe…

—Correcto. Pero desde ahora, usted ya no sería un vendedor de buena fe. En todo caso, el Mascarón no es ni suyo ni mío. Es de un desaparecido, de un hombre del pueblo que ha decidido llevarlo siempre con él. Hasta que lo secuestraron, hasta que se lo robaron.

—Bueno, señora, comprendo. Él tendría sus ideales… yo no tengo la culpa…

—Señor Requena, ¿de qué lado está usted?

Oscar y Gloria tratan de aflojar la tensión y ofrecen alternativas en el lenguaje que suponen que un comerciante entiende. Infructuosamente… Decidimos dejar algunos días al señor Requena, dejarlo a solas con su conciencia. Por si aún estuviera muy dormida, Gloria dejó una copia del acta notarial y Oscar promete publicar en un diario, sin detalles, el incidente.

Dos días después, vuelvo a la tienda de Sonia a ver al Angel, aunque sea a través de la puerta cerrada. Me sorprende la dueña, que viene de darle de comer a un gato por el patio trasero de la casa. Me invita a pasar y me siento en una silla pequeñísima, rodeada de toda clase de objetos antiguos; el gato se acomoda en mi falda y duerme. Un cliente del barrio pasa y le regala masitas a esa señora a quien llamaremos Sonia. Compartimos exquisiteces y vivencias. Ella también lleva su marca por el pasado de horrores. Antes de irme saludo al Angel que sigue colgado en la pared

Camino hacia lo del señor Requena. “Marta, si algo me pasa te pido que salves la máquina de escribir (la vieja Royal con la que escribo estas líneas) y el Angel, al que querés tanto como yo”.

(La máquina Royal fue rescatada por mi padre en un acto de segundo amor, en el amanecer del 5 de mayo de 1976, junto con mis cuadernos y con la perrita, que en la próxima primavera cumplirá 16 años; ya ciega como el Mascarón.)

“¿Qué pensará el señor Requena y su feriado propio?”, me digo.

—Sí, sí, yo también recurriré a un abogado. Legalmente puedo pelear…

—Escuche en silencio todo su alegato legítimo (¿legítimo?).

—Yo no quiero ser injusta, pero sólo puedo ofrecerle pagar en cuotas el dinero que usted ha invertido, no sé…

—Marta (comienzan a jugar los duendes en esta historia), quiero que sepas que no soy insensible a todo lo que han hecho estos bárbaros. ¿Vos sabés que todos los años, cuando las Madres hacen su ronda de 24 horas, yo voy a la Plaza? Averigüé sobre tu marido. Ahora sé todo lo que les ha pasado. Te restituiré el Angel. Fijate que es como si te hubiera esperado 12 años. Tres veces estuve a punto de venderlo. Las tres veces falló la operación. ¿Casualidad? Me gustaría leer los libros de Haroldo y me gustará ver la película, cuando la terminen. Solo te pido que este gesto no sea utilizado por la prensa. Debe ser anónimo. Preservá mis datos y los de Sonia. Sabés… después de todo estoy contento, aunque sufra mi bolsillo.

(El Mascarón fue restituido a sus dueños el día 11 de mayo de 1988. Mi hija Miriam, mi hijo Ernesto y yo, tres náufragos sobrevivientes de aquella noche de 1976, lo llevamos de vuelta a casa, en espera de futuras navegaciones.)

La hermosa gente de los muchos caminos existe. Gracias Requena, Sonia y todos. Desde algún lugar, Haroldo Conti los abraza. Ayer, 25 de mayo, fue su cumpleaños.

“El Derrotero Argentino”, dedicado a Oscar Taffetani por Maite y Ernesto Conti.

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Libros y alpargatas

Un libro que le da voz a los militantes de las Ligas Agrarias: Entrevista con Cristian Vásquez. 

El 26 de julio de 2019 se conoció la Sentencia de la Causa Ligas Agrarias, por el cual El Tribunal Oral Federal de Resistencia, condenaba a  la pena de prisión perpetua al ex teniente coronel del Ejército, Tadeo Bettolli, por el homicidio agravado del dirigente campesino Raúl Eduardo Gómez Estigarribia, y la misma pena para el ex agente policial Alcides Sanferraiter por el homicidio agravado por alevosía del militante rural Carlos Picolli. Mientras recibían penas de cuatro y dieciocho años los ex comisarios José Rodríguez Valiente y Eduardo Wischnivetzky por encubrimiento, privación ilegítima de la libertad y tormentos, según cada caso.

En ese marco, y con vistas a recuperar una experiencia rica en organización y conciencia entre los campesinos, María Florencia Contardo y Cristian Vázquez comenzaron a preparar un libro con el objetivo de presentarlo al cumplirse los 50 años de la fundación de las Ligas Agrarias, fundadas el 14 de noviembre de 1970 en el  “Primer Cabildo Abierto del Agro” convocado en Sáenz Peña, Chaco. 

Luego vino la pandemia pero el trabajo prosiguió por zoom. “Pensábamos que era muy importante poder recuperar esos testimonios y ponerlos en valor, no solamente por lo que significaron esas luchas en 50 años, sino porque todos ellas y ellos seguían militando de una u otra manera en diferentes ámbitos”, relata Cristian Vázquez, uno de los autores del libro “A 50 años de las Ligas Agrarias. Grita lo que sientes”, que desde hace un mes está recorriendo distintas localidades recuperando la memoria de un hito en las luchas campesinas argentinas. Cristian es, además, director de la Escuela de Formación sindical Libertario Ferrari.

LCV: ¿Qué queda de las Ligas Agrarias hoy?

—Las ligas, como organización, fue desarticulada por la última dictadura militar. Es decir, si las ligas comenzaron el 14 de noviembre de 1970, podemos decir que concluyeron también allá cerca de marzo de 1976. Pero eso no quita que los hombres y mujeres que formaron parte de esta experiencia organizativa siguieron teniendo otro ámbito de participación y de formación, y siguieron apostando a una sociedad mejor, donde todos y todas pudiéramos ser felices.

LCV: Puede parecer una historia muy setentista, pero también creo que tal como están las cosas hoy deben ser más importantes y más necesarias que nunca, ¿verdad?

—Sí. Te cuento una anécdota. Cuando nosotros estábamos presentando el libro, la primera presentación fue en la CTA y tuvimos el honor de contar con Pérez Esquivel como uno de los presentadores. En ese momento Pérez Esquivel decía que en este momento era más necesario que nunca comenzar a pensar la situación del hambre, que el hambre era una cuestión estructural en la Argentina, y que había que armar algo, una campaña, un llamamiento. En ese sentido se arma el llamamiento “la peor violencia es el hambre”. Y a mí me llamaba mucho la atención cuando se lanza el llamamiento en la Plaza de mayo, hace un mes aproximadamente, un día de mucho frío, estaba Pérez Esquivel, pero también había otras personas que habían formado parte de las ligas. Es decir, su espíritu de lucha y su espíritu reivindicativo sigue alumbrando dignidad más allá de los años. Porque también hay que pensar que hoy esas personas, si en aquel momento tenían 20 años, hoy rondan los 70,80, y aún así siguen militando y participando en diferentes ámbitos.

LCV: ¿Cómo le pega este libro a la gente joven a la que vos le enseñás?

—En verdad, muchos desconocen que había existido esta forma de organización. Porque en la mayoría de los casos, en Argentina fundamentalmente, tengo que decir, hay una idea de que la sociedad argentina es blanca, moderna y europeizada. Dentro de esa cosmovisión no hay lugar para lo indígena, no hay lugar para el campesino, no hay lugar para nada que no se parezca a una sociedad moderna. En ese sentido, cuesta pensar que no hace mucho existió una forma de organización que planteaba la entrega de la tierra, que planteaba cuestiones que tienen que ver con la educación, la salud, valores de la producción de acuerdo a los costos, y que, como su nombre de la radio del programa que estamos aquí transmitiendo, se plantea La Columna Vertebral. Siempre se atendió fundamentalmente al movimiento obrero. ¿Qué pasa? Que es importante, vaya que es interesante tenerlo en cuenta, pero cuando alguien conmemora los grandes levantamientos de la década del 60, principios de los 70, se va el Cordobazo, el Rosariazo, y estas experiencias de organización, que también tienen su valor y también han marcado formas de organización, son desconocidos. En ese sentido, creo que por un lado, a ese desconocimiento de que varios de los estudiantes o jóvenes, con lo cual tengo la posibilidad de interactuar, la sorpresa, y luego esa sorpresa se convierte en la pregunta de por qué no sabemos sobre esta experiencia y el querer saber.

LCV: Yo creo que hay algo más. La extensión y la importancia que tuvieron las ligas agrarias en cuanto a movimiento y en cuanto a experiencia colectiva de trabajo, no ha sido transmitida nunca. Porque es cierto lo que vos decís de la Argentina blanca, pero yo también creo que hay intereses, creo que hay tremendos intereses detrás de esto. Fíjate que ni los ecologistas levantan las ligas agrarias.

—Casi siempre se dice muy acertadamente que la última dictadura militar vino para desmantelar la organización obrera e imponer un nuevo modelo económico y social en la Argentina. Yo estoy de acuerdo en términos generales con esa afirmación. Pero más que el movimiento obrero, creo que vinieron a desmantelar toda forma de organización, y resistencia. Y en ese ‘toda forma de organización y de resistencia’ estaba el movimiento obrero, pero también habían otras experiencias como éstas que engloban las ligas agrarias.

LCV: ¿Dónde encontramos tu libro? 

—El libro salió por editorial La Comarca, se puede googlear y se puede conseguir el libro, pero el libro está en formato digital y también se puede descargar desde la editorial. Porque la idea es que la historia se conozca, que este material sirva para debatir y para encontrarnos, fundamentalmente para encontrarnos y crear ámbitos nuevamente de conocimiento y reconocimiento como parte de una clase, como parte de un pueblo.

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Ligas Agrarias, 50 años. Informe especial de La columna vertebral

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Feliz año nuevo mapuche

Este año Parques Nacionales prohibió hacer referencia a las festividades Wiñoy Xipantv, del pueblo mapuche. Así lo denuncia el CELS en un mensaje de twitter: “Parques Nacionales prohibió a sus equipos publicar mensajes sobre las festividades Wiñoy Xipantv, del pueblo mapuche, e Inti Raymi, de los pueblos andinos, lo que hasta ahora era una costumbre. El racismo institucional se expresa en este tipo de decisiones.”

En el calendario mapuche -al igual que otros pueblos andinos como Inti Raymi, quechua, Machaq Mara y Aymara-el año nevo comienza con el solsticio de invierno. Entre el 18 y el 24 de junio. La noche del 23 celebran las comunidades reuniéndose y compartiendo alimentos para darle la bienvenida a un nuevo período de prosperidad, respeto y tranquilidad.

Cuando sale el sol se dice Akui We Tripantu (llegó el nuevo año) o Wiñoi Tripantu (regresa la salida del sol) con el amanecer del día 24 de junio se inicia otro ciclo de vida en el mundo mapuche y en la madre tierra.

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