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La V Columna | A desaprender

“Nunca moriría por mis creencias porque podría estar equivocado. Estar dispuesto a cambiar, es de personas inteligentes. El inconsciente gobierna nuestra vida, y el inconsciente está formado por nuestras creencias, muchas de las cuales son falsas aunque las demos por ciertas. Tener una actitud de apertura ante todo y todos nos ayuda para seguir creciendo. Como ya lo dijo Keynes: “Lo más difícil del mundo no es que la gente acepte nuevas ideas, sino que olvide las antiguas”; algo parecido a lo que pensaba Goethe: ‘Ten cuidado con lo que aprendes que no podrás olvidarlo’. Estar abiertos al ‘desaprendizaje’ es absolutamente imprescindible para que el verdadero aprendizaje tenga lugar. Muchas veces, lo que pensamos que conocemos es lo que realmente nos impide aprender.” 

Bertrand  Russell, filósofo, matemático y lógico británico nacido en 1872 y muerto en 1970. Un liberal socialista, según su definición. Pacifista y humanista. Premio nobel de literatura en 1950.

Desaprender para crecer es una idea tan estimulante como incómoda. ¿Qué significa? ¿Todo lo que aprendimos está equivocado? Creo que un amante de la lógica y la matemática como Russell no pretende borrar de un plumazo todo conocimiento adquirido. Entiendo que su idea apunta a animarnos a cuestionar lo que se nos ha inculcado como verdad revelada. 

Una de esas verdades es que la naturaleza, sus ríos o montañas son propiedad de una comunidad por derecho propio. En nuestro caso hemos aprendido que “las Malvinas son Argentinas”. Nadie en su sano juicio sería capaz de rebatir esa afirmación sin caer víctima del linchamiento colectivo. 

Sin embargo, el tema tiene algo de pensamiento mágico, como si la tierra fuera intrínsecamente de alguien. Los mapas fueron hechos por los hombres, por muchos que debieron morir para que fueran de un país o de otro. Así se conformaron las naciones, allá por el ochocientos. Y los límites se fueron modificando tanto que es difícil reconocer en un mapamundi de hoy lo que estudiábamos como estudiantes. 

El razonamiento histórico refiere a que fueron los argentinos los primeros en llegar. Cuestión controvertida porque los primeros que llegaron lo hicieron cuando Argentina todavía no existía. Pero no importa. Podemos considerar que por cercanía, por aguas continentales, es lógico que dependan de nuestro país. Y no hay dudas de que el imperio inglés no tiene derecho a hacerse poseedor de tierras tan exóticas y lejanas. Pero, los países no se hacen conforme a derecho sino conforme a guerras. Luego, claro, viene la cultura a crear una identidad nacional. Nosotros hemos crecido con un mandato cultural que decía y peleaba y luchaba por recuperar las islas del sur. Hay que decir que los habitantes de las islas crecieron con otra identidad cultural. No existen identidades buenas o malas. 

A veces las cosas se complican. Por ejemplo, todos sabemos que la ‘recuperación’ de las Malvinas en tiempos de Galtieri inició con el desembarco de un buque argentino en la Georgias del Sur que plantó la bandera argentina. Operación espontánea o no, poco importa. Allí empezó el germen de la guerra. 

Lo que poco se sabe es que en 1920 un grupo de obreros inmigrantes reclutados en el barrio porteño de la Boca se enroló para trabajar en una empresa pesquera argentina en esas mismas islas. Una sorda batalla entre empresas balleneras e inglesas se libraba en la Georgias. Allí desembarcaron una cuarentena de trabajadores argentinos de la boca, que en realidad eran rusos de Rusia. Las pésimas condiciones laborales los hicieron declarar una huelga que derivó en el primer Soviet de América del Sur a tres años de la revolución rusa. El lema del Soviet ruso -malvinense era: “Balleneros del mundo uníos”. Tembló también entonces el imperio Británico pero, como suele suceder, desalojó a los locos obreros rusos y los deportó a la Argentina. 

Los hechos narrados fueron estrictamente reales. Imaginemos que las cosas hubieran sido diferentes. Y que los bolches porteños ganaban. Hoy tendríamos a Putin reclamando,  porque en orden de aparición, navegaron y manejaron esas islas, los españoles, los ingleses, los franceses, una buena cantidad de aventureros pescadores, los argentinos y por último, los bolcheviques.  

Sí, sí. Ahora nos reímos solo porque no pasó. Si no, tendríamos a Putin también acá. 

Y ya que salió Putin en la historia, lo que pasa en la invasión-guerra rusa en Ucrania me hace acordar al clima malvinero de 1982. “Vamos ganando”. En Ucrania están insuflados de patriotismo en una considerada ‘heroica resistencia’ -no es para menos, sin apoyo de la OTAN que no tiene intención de provocar una guerra mundial- toda una población está dispuesta a morir o aceptar las consecuencias de una guerra: heridas, exilios, familias destruidas, hambre. 

Están tan convencidos y son tan heroicos estos “nacionalistas nazis” -al decir de Rusia y la progresía mundial-; como cualquiera que luche por la benemérita Patria (y no se atrevan a decirle a este invento ‘Matria’, no basta una vocal para cambiar su concepto). 

El clima de Ucrania me lo imagino bastante parecido a esa entrega maravillosa y desmesurada que tuvo nuestro país para pelear contra el imperio británico. 

La exacerbación del antiimperialismo también nos puede llamar a engaño. En el 82, no solo la población manipulada apoyó la gesta del dictador Galtieri, también toda la izquierda y la derecha latinoamericana, incluidos los Montoneros que ofrecieron sus soldados para ir a Malvinas. Y si no estabas de acuerdo, eras funcional al imperio americano capitalista. Si hoy no apoyas a Putin, te ven igual. Aunque Putin también sea un imperio que no tuvo el nazismo sino el stalinismo, y sus intervenciones militares no fueron en Irak o Vietnam o todos los ejemplos que podamos dar de atrocidades occidentales, sino contra Afganistán, Ucrania, Polonia, Hungría, y todos los ejemplos que se les ocurra. 

Y si empezamos con la cita de un británico, bien vale terminar con la de un descomunal argentino, Juan José Saer, quien dijo: “Del lugar en que nacemos no brota ningún efluvio telúrico que nos transforme automáticamente en deudores. No hay ni lugar ni acontecimiento predestinados: nuestro nacimiento es pura casualidad. Que de esa casualidad se deduzca un aluvión de deberes me parece perfectamente absurdo”. 

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¿Quién es Juan Raimundo Streiff?, por Laura Giussani Constenla

Pocos conocen la historia de este francés petitero que marcó a fuego nuestra cultura popular. Bah, era hijo de franceses inmigrantes en Argentina huyendo de la guerra (en ese momento la Franco- Prusiana). Nació en Buenos Aires en 1896, en su casa se hablaba francés, pero pronto se convirtió en un porteño de ley. Su primer trabajo fue en la sede central de Correo Argentino, en donde se destacó por su eficiencia y también su rebeldía al cuestionar las órdenes que consideraba inútiles razón por la cuál no le sirvió de mucho haber aportado avances tecnológicos a la empresa, y quedó en sin empleo antes de los previsto.

Vivía en la calle Río Cuarto, el corazón de Barracas, en un departamentito ubicado en un conventillo que era propiedad de sus suegros. Mientras su mujer, María Luisa Antola, trabajaba como costurera especializada en hacer los vestidos de novia de las chicas del barrio, y cuidaba de los tres hijos frutos del matrimonio con el francés, Juan Raimundo Streiff se convertiría rápidamente en el alma del carnaval. Al dejar las oficinas del Correo descubrió su vocación artística.

Siempre vestido de blanco, impecable, como correspondía al marido de la modista, llevaba la risa siempre a flor de labios. Bromista, jodón, fue una compañía entrañable para sus vecinos, que en carnaval lo veían recorrer las calles del barrio sur, a orillas del riachuelo, tocando el bandoneón, y seguido por sus tres hijos disfrazados. Como el flautista de Hamelín, música y carisma provocaban un efecto hipnótico, al rato se armaba una comparsa espontánea con grandes y chicos que lo seguían haciendo sonar lo que tuvieran a mano, panderetas, cucharones o palitos, en un baile improvisado. Aprendió a tocar el bandoneón solo y fundó una orquesta típica que iluminó las fiestas del Club Barracas Juniors en aquellos años 30, la “Streiff-Garaventa” no podía faltar para que la alegría fuera completa. Era socio destacado del Club, cuya sede quedaba frente a su casa. El Barracas Juniors había sido fundado en una pieza de conventillo de la caller Patricios y Cerri, el 31 de Julio de 1912, fútbol todavía amateur y un club pequeño que fue creciendo con los años hasta llegar a la tapa del Gráfico.

Entre mates y bromas, una imprecisa tarde de la década del 30, nació el himno oficial del club. El Turco Mufarri, fanático del Barracas, tiró una letra a la que el francés Streiff le puso música. Y quedó algo así:

Vamos muchachos unidos / todos juntos cantaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra de corazón. / Por esos bravos muchachos / que lucharon con fervor / por defender los colores / de esta gran institución”.

Sí, la música era la que después se conocería como la marcha peronista.Su autor, un francés tan pobre como seductor, el hombre de blanco de Barracas al sur. El himno fue un éxito, su música pegadiza fue entonada con pasión en cada reunión del Club.

Juan Streiff, el francés de barracas

Los primeros hacerla propia fueron los muchachos del Sindicato Gráfico que en 1948 le cambiaron la letra pero mantuvieron sin modificaciones la música. Nacía, entonces, la marcha de los gráficos peronistas que decía:

Los gráficos peronistas / todos unidos triunfaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra de corazón / ¡Viva Perón! ¡Viva Perón! / Por ese gran argentino / que supo conquistar a la gran masa del pueblo / combatiendo el capital / ¡Perón, Perón, qué grande sos! ¡Mi general, cuánto valés! ¡Perón, Perón, gran conductor! / Sos el primer trabajador”.

El pianistaNorberto Ramos, integrante de la orquesta de Florindo Sassone y del Trío Yumba, contó haber participado de esa primera grabación de la canción de los obreros gráficos. “En 1948 mi padre trabajaba como gráfico en la editorial Atlántida. Yo tenía 15 años, y un día se apareció con unos compañeros suyos: Rafael Lauría, Enrique Odera y Guillermo de Prisco. Querían hacer una marcha para los obreros gráficos peronistas y necesitaban de mí para ponerle música. Me cantaron el “Perón, Perón, qué grande sos”, una melodía que, me dijeron, era usada por una comparsa”, recordó el músico en un reportaje para la desaparecida revista cultural “La Maga”.

Su testimonio coincide con la investigación llevada adelante por Néstor Pinsón y Ricardo García Blaya, historiadores de la música popular argentina, quienes explicaron en un artículo titulado “El origen deportivo y murguero de la marcha peronista”, que las las primera estrofas provenían del himno del Club de Barracas, que compuso Streiff, pero que su estribillo salió de otra formación barrial, una murga de otro barrio obrero, pegado a Barracas, bien del sur, bien portuario, bien conventillero. Una murga de La Boca hizo popular esta simpática canción:

¿Pa’ qué bebés si no sabés?/¿Pa’ qué tomás/ si te hace mal?/¡Tomá tomate/te hace bien!

En sus memorias, el entonces ministro de Educación Oscar Ivanissevich, cuenta que fue en 1949, en plena campaña electoral para la asamblea constituyente, tomó la marcha de los gráficos, modificó algunos detalles, y nació la Marcha Peronista tal como la conocemos ahora.

En la primera grabación participó el cuarteto folklórico de la Fábrica Argentina de Alpargatas. También en ese momento, la música de Streiff pegó de inmediato. El peronismo consiguió su reforma constitucional y el mismo General Perón, presidente de la Nación, pidió que la grabara Hugo del Carril, quien la cantó por primera vez, en vivo, en los balcones de la Casa Rosada, el 17 de octubre de 1949, con la orquesta de Domingo Marafiotti.

El francés de Barracas, el rubio Streiff, no cabía en sí de la emoción cuando escuchó su música tocada en la casa de gobierno. Todavía hoy, se considera La Marcha Peronista como de autor anónimo.

La música estaba ya en el corazón del barrio. Las letras fueron modificándose. Cuenta la leyenda que la referencia al “primer trabajador” tuvo su origen en un socialista, José Domenech,secretario general del sindicato de trabajadores ferroviarios, la Unión Ferroviaria,que en una asamblea sindical realizada en Rosario presentó al entonces coronel Juan D. Perón diciendo “Perón es el primer trabajador argentino”.

Así nacen los grandes himnos populares. Desde abajo, en las bases.

Basta recordar que La Internacional se tocó por primera vez el 23 de junio de 1888 en un acto del sindicato de vendedores de periódicos. Su autor, otro francés, Eugène Pottier, era obrero y escritor, fundador de la Asociación Sindical de Talleres de Dibujantes y murió un año antes de su estreno. Nunca supo que su obra se convertiría en el himno indiscutido de los trabajadores del mundo.

Me acordé de todo esto luego de ver a Cristina abrir su acto de asunción con una canción de Lali Espósito. Todos amamos a Lali, pero me dejó cierto gusto a fin de época, el mismo que sentí cuando el Partido Comunista Italiano, que todos los años hacía hermosas fiestas populares en donde sonaba la Internacional, Bella Ciao o Fischi il vento Infuria la Buffera, un día decidió que era algo perimido. Cambió el nombre y las canciones, y perdimos esa música que nos conmovía a todos.

Creo que se malinterpretaron las palabras de Axel cuando dijo que había que dejar de cantar “una que sepamos todos”, se me hace que hablaba más de contenidos políticos, dejar de repetir consignas, y no necesariamente perder esa identidad que te dan las grandes obras de la cultura popular. Lo entendieron de forma literal.

Luego, vi el Tik Tok de Cristina entrando a la sede del Partido Justicialista que hoy preside y a la que parece que no había ido nunca y sentí la misma desolación. No sé ustedes, a mí me provocó una nostalgia de la que no logro todavía recuperarme como si de un plumazo quisiéramos borrar aquellos carnavales populares, la creatividad y la alegría de los conventillos de barracas al sur, la murgas de la Boca o los obreros socialistas de Rosario.

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Editorial Nora

Los Nadies, por Nora Anchart

Esta semana el editorial de Nora Anchart se vio sacudido por una triste noticia: la muerte de Héctor Recalde. Abogado laboralista y militante a quien lloran todas las centrales obreras. Un homenaje a él, y a los Nadies. La voz de Eduardo Galeano alumbra a aquellos que nadie quiere ver y que ya son multitud. Para ellos, van estas palabras.

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Tecnofeudalismo. Otra trama empieza, por Laura Giussani Constenla

Este año se publicó en español un libro titulado Tecnofeudalismo de Yánis Varoufakis, ex ministro de Economía de Alexis Tsipras cuando la izquierda llegó al poder en Grecia y terminó renunciando por disidencias con el presidente sobre cómo responder a las presiones hegemónicas. Sobre sus memorias está basada una excelente película de Costa Gavras, A Puertas Cerradas, de 2019, en donde se ventilan las negociaciones que sufrió la izquierda en el gobierno esa primavera de 2015 (recomendadísima peli para entender un poco más de lo que sucede cuando los cambios radicales terminan siendo no tan radicales).

En Tecnofeudalismo, el ex ministro hace un análisis de los nuevos medios de producción en el siglo XXI, haciendo un paralelismo con el último gran salto del Feudalismo al Capitalismo, cuando la tierra deja de ser la principal proveedora, para pasar a la producción industrial como protagonista del sistema económico.

Varoufakis sostiene que entramos en la era del Capital de Plataforma. Por el cual se produce la magia de que hoy el poder de la economía no reside más en aquellos que producen ‘cosas’ sino en las grandes plataformas digitales como Amazon, Google, Microsoft, etc.

Planeta Giussani, emitido en La Columna Vertebral-Historias de trabajadores el 9/12/2025

Más allá del increíble avance tecnológico, Varoufakis ubica esta gran revolución en la crisis del 2008, con una depresión del consumo a nivel global que provocó un cambio inesperado hacia inversiones inmobiliarias y sobre todo tecnológicas. El resultado de este viraje produjo que un increíble crecimiento del capital accionario de estas empresas digitales que se encontraron como dueños de una herramienta con posibilidad de influir en el comportamiento y obtener rentas. “Un punto de ruptura en el funcionamiento tradicional del sistema capitalista. Y esto ocurrió de forma totalmente accidental: un caso clásico de consecuencias imprevistas, que no contó con la intención explícita ni siquiera de las propias empresas tecnológicas.”dice Varoufakis y agrega: “Ahora, tenemos bienes de capital que no se crearon para producir, sino para manipular comportamientos. Esto ocurre a través de un proceso dialéctico mediante el cual este selecto grupo de grandes empresas tecnológicas incita a miles de millones de personas a realizar un trabajo no remunerado, a menudo sin ni siquiera saberlo, para reponer el núcleo patrimonial de su capital de plataforma. Se trata de un tipo de relación social esencialmente diferente.”

Si bien algunos consideran este tipo de miradas como pensamientos post marxistas o postcapitalistas, allí está el ex ministro griego a desmentirlo. Sostiene que se basa en el marxismo básico según el cual hay que analizar el funcionamiento de los medios de producción de capital para entender el funcionamiento de una sociedad. No estaríamos exactamente en una etapa post capitalista, sino más bien en un estadio del capitalismo totalmente ajeno a todo lo que conocíamos hasta ahora. Un capitalismo recargado, en el que el único objetivo es acumular capital y no producir bienes, que, además, presenta algunas formas feudales de organización.

“Si observas Amazon.com, te das cuenta de que no es un mercado. Es un feudo digital o de capital de plataforma. Comparte ciertas características con los feudos de antaño: hay fortificaciones a su alrededor, hay un «señor» que lo posee, etcétera. Pero, a diferencia de estas estructuras premodernas caracterizadas por la preeminencia de la tierra y la existencia de meros cercamiento físicos, los feudos en la nube se construyen mediante el capital de plataforma y funcionan mediante un sofisticado sistema de planificación económica, un algoritmo que habría sido el sueño húmedo del Gosplan, el ministerio de planificación soviético.”

Caramba! Cómo es que llegamos a esta mención del sistema soviético de producción como algo parecido al feudalismo digital? Ahí va la última cita que les propongo, porque hay que masticar y digerir tantas ideas.

Dice Varoufakis: “Recordemos que la cibernética se desarrolló en la Unión Soviética. Los soviéticos utilizaban el término «algoritmo» para referirse a un mecanismo cibernético, que sustituiría a los mercados por un método diferente de adecuar las necesidades a los recursos. Si el Gosplan (el comité estatal encargado de la planificación económicaen la Unión Soviética) hubiera tenido a su disposición la sofisticación tecnológica de, por ejemplo, el algoritmo de Amazon, entonces la URSS bien podría haber sido una historia de éxito a largo plazo. Hoy, sin embargo, los algoritmos no se utilizan para proceder a la planificación en nombre de la sociedad en general, sino con el fin de maximizar las rentas generadas en la nube por el capitalismo de plataforma para sus propietarios. La reproducción del capital de plataforma, así como de los feudos digitales en la nube que este erige, destruye no sólo la competencia mercantil, sino también mercados enteros. Entonces, el plusvalor residual producido en el sector capitalista convencional (fábricas y similares) es objeto de apropiación en concepto de renta capturada en la nube por los propietarios del capital de plataforma. De este modo, el beneficio queda marginado y la acumulación de riqueza depende cada vez más de la extracción de renta mediante el capitalismo de plataforma.”

Pah! Tomemos aires. Oohhhmmm. ¿Qué significará todo esto? Cada cual que lo entienda como crea o pueda. Yo les cuento la idea, o mejor dicho la ‘sensación’ que me quedó (la palabra idea me estaría quedando grande, ya llegará).

Me suena a que el Capital,de la mano de la tecnología, se convirtió en un especie de Allien. El bienestar general por el que bregaban las distintas ideologías de los últimos dos siglos (socialismo, anarquismo, capitalismo, comunismo) es un valor herrumbado. Hoy el poder no se rige por esos parámetros, el bien general ya no está en juego. El sujeto se convirtió en objeto de otro juego, el que juegan los dueños de las plataformas.

Significa esto que se terminaron las ideologías? No, claro que no. Consultado sobre Ellon Musk y su aparición en la política mundial, nuestro ex ministro griego sostiene que a “Musk lo mueve la ideología: a diferencia de Bezos o Gates, cree de verdad que es una fuerza del bien.”

Un poco mesiánico el hombre. El bien común ya no es una construcción colectiva sino individual, él es la representación del bien. Solito su alma. Acaso obedece a un ser superior? Ni eso. Si vamos a retroceder al feudalismo de algún modo, podemos agregarle esta visión religiosa, nos movemos por poderes tan ocultos como ‘las fuerzas del cielo’. Quizás, empujados por un sólo sujeto jugador, el Señor de las Plataformas, que nos convirtió en meras fichas del tablero. Vivimos un tiempo desolador en los que es difícil sentirnos sujetos protagonistas de la historia. Empezamos a sentir, como diría Borges: “Qué Dios, detrás de Dios las trama empieza…”

Te puede interesar la entrevista completa a Yanis Varoufakis de diario.red:

https://www.diario.red/articulo/armas-para-pensar/varoufakis-trabajo-asalariado-produciendo-directamente-capital-forma-que-carece-precedentes/20241123122819038969.html

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