LCV
Esperemos que así sea, por Laura Giussani Constenla
En esta despedida de octubre, descubro que mis octubres personales coinciden con los colectivos. Partí de la dársena D, a bordo del Eugenio G, rumbo a lo que después comprenderíamos que era el exilio, un 8 de octubre. Sí, el día que cayó el Che y nació Perón (o viceversa). Volví al país (el día más feliz de mi vida) el 17 de octubre de 1983, San Perón, patas en la fuente con la esperanza que asoma.
No podía perderme las elecciones. Vine por un mes, con una valijita casi tan chica como la que llevaba cuando me fui. Nunca volví a Roma.
Por esos tiempos, nos escribíámos cartas. Qué mejor para celebrar los cuarenta años de democracia que compartir las cartas que le escribí a mis viejos – que seguían en Roma- el día de las elecciones y los tres sucesivos (sí, podíamos tardar tres días en escribir una carta). Sin necesidad de apelar a la memoria, así viví yo las elecciones del 83.
Siento que mi voto los incluye
Buenos Aires, 30 de octubre 1983
Queridos todos:
Aquí estoy. Contenta, antes de ir finalmente a votar. Este es un especie de milagro, todos nos preguntamos incrédulos cómo pasó, pero pasó. HOY son las elecciones! Lo único que me entristece un poquito es que ustedes no puedan estar aquí conmigo, siento que mi voto los incluye, quizás por eso voy a cortar tanto las boletas: Alfonsín, por la democracia, Conte por los desaparecidos, PI por izquierda. Díganle a Franco que voto concejales del PI por su amigo (le pongo el voto yo, que esté tranquilo)
Un beso grande, hoy va a ser un día de fiesta, ustedes están conmigo, y ya muy prontito brindaremos todos juntos.
Nos vemos,
Laura
“Mire, mire, qué locura. Mire, mire qué emoción! Se acabó la dictadura la reputamadrequelosreparió”
Buenos Aires, 1 de noviembre de 1983.
Queridos Mami y Papi:
Ahora les mando las impresiones inmediatas del día de las elecciones (y los dos sucesivos).
El domingo fue todo muy extraño. Fui a votar después de hablar con ustedes. La cola fue muy larga (dos horas) pero tranquila, yo no podía creerlo, hasta que no entre en el cuarto oscuro pensaba que me iban a hacer algún problema. Una vez adentro me invadió un nerviosismo, como yo cortaba las boletas era un quilombo, no encontraba la de Conte (PDC-demócratas cristianos), en fin, después me calmé, encontré las boletas, salí y la introduje en la urna, sello y listo. Había votado. Les juro que daba mucha pena la idea de tanta gente querida que no podía votar (por desaparecidos o exiliados).
Me tomé un taxi y fui a lo de Jero y Clelia donde había un asado. Fueron cayendo de a uno de sus respectivas mesas electorales, se mezclaba la alegría, la melancolía, la ansiedad y el nerviosismo. Pero reinaba una euforia increíble esperando los resultados. De los que estábamos allí, Héctor (marido de Clelia), Hugo (marido de Alejandra) y yo habíamos votado Alfonsín, el resto a Alende (Clelia Luro no pudo votar porque llevó el documento original en vez del duuplicado, estaba a las puteadas).
En la lindísima casa de Clelia y Jero pasamos la tarde. A las 19 entramos en la histeria de los resultados, los primeros datos eran todos de Alfonsín que arrasaba, pero pensábamos que era casualidad. Los que votaban al PI estaban tristes porque Alende ni aparecía, y porque el peronismo estaba por el piso. La derrota del peronismo, tan rotunda, provocaba en todos sentimientos contrastantes, incluso para los que habíamos votado a Alfonsín pero veníamos del peronismo. Pensábamos en amigos peronistas que debían estar llorando. Además, había por la calle cada radical que daba asco (comentarios comunes tipo: “Los peronistas son negros ignorantes”), había en el aire una cierta revancha de clase. Los datos, igual, después demostraron que a Alfonsín lo votaron de todos los sectores, también populares (ganó en el cordón industrial). Pero en Capital te identificabas más con algunos peronistas de buena voluntad que con algunos radicales. No sé si puedo expresar lo que sentíamos, aclaro que yo lo voté convencida de que era lo mejor y lo sigo pensando, eran los “correligionarios” medio imbancables.
Bueno, sigo. A las 23 horas nos fuimos en coche para el centro, todavía no había resultados significativos, no sabíamos quién ganaba, íbamos a festejar las elecciones y el fin de la dictadura. Saludábamos a todos (peronistas y radicales) y cantábamos a voz en cuello por las ventanillas: “Mire, mire, que locura/mire mire que emoción/se acabó la dictadura/la reputa madre que los reparió”. La calle era una fiesta. Todos los coches tocaban bocinas, la gente te sonreía.
Llegamos caminando hasta el obelisco. Pasaban los resultados en el noticiero luminoso de la 9 de julio. Ya la victoria de Alfonsín era clara. Los peronistas no sabían qué hacer con su alma. Los honrados se retiraron a llorar, supongo, los patoteros reaccionaban violentamente. El clima se cortaba con cuchillo, estaba lleno de cana que daba miedo (parecían decididos a actuar). Ahí empezó el bajón de todos, habíamos ido a festejar que se iban los militares y nos habíamos encontrado con que lo que más se festejaba era que se iban los peronistas. Hubo momentos de tensión. Había una sede del PJ, la calle se había llenado de radicales, todo era rojo y blanco,. Los peronistas entraron a cantar la marcha con bronca, los radicales les cantaban “Alfonsín, Alfonsín”, los peronistas empezaron a tirarnos botellas vacías, empezó la corrida, los patrulleros se preparaban. Nos alejamos. Estábamos con bronca, yo tenía muchas ganas de llorar, eran todos síntomas malos. Clellia hija se puso a putear a los gritos con lágrimas en los ojos: “E·sto es una mierda, esta democracia es una mierda, porque nosotros somos una mierda que no sabe vivir en democracia, carajo!”. La idea era esa, los que la escuchaban la apoyaban. Era todo absurdo, teníamos que estar contentos y estábamos tristes. Cada tanto nos poníamos a cantar pero no era una felicidad plena.
A las cuatro de la mañana nos fuimos para la UCR. Pasamos antes por la sede del PJ. Estaban todos locos, les inventaban datos absurdos y ellos festejaban la victoria!
Llegamos a Alsina y Entre Ríos (UCR) y ahí nos levantamos la moral. La gente estaba distendida, contenta, el canto más lindo y común radical es: “Y siga, siga, siga el baile/al compás del tamboril/que vamos a ser gobierno/de la mano de Alfonsín”. Acá nos prendimos en los cánticos Hugo, Héctor y yo. Nos mejoró el humor (de los peronistas, Hugo decía que era lógico, esto era un parto y doloroso, pero que podía salir algo bueno). Otros cantos eran: “Salta, salta, salta/pequeña langosta/Lorenzo y los milicos son la misma bosta” o “Me parece que el trolo no puede ganar/me parece que el trolo no puede ganar/gana el macho/gana el macho radical” (machistas, eh?).
Nos fuimos a dormir un poco más contentos.
Al día siguiente las cosas se calmaron.
Los peronistas empezaron a reaccionar bien. Ubaldini habló, casi llorando, muy bien (“hemos luchado por la democracia y lucharemos para defenderla”). El resto de las declaraciones las saben (Luder, Isabel, etc). Yo me puse realmente contenta, empezamos a vislumbrar que quizás se nos hacía, conseguiríamos un mínimo de unidad. A la noche se festejó de vuelta y esta vez fue muy lindo. (todos los que me encontré, la noche anterior les había pasado lo mismo, depresión, también porque explotaba la bronca y veías lo mal que habíamos estado, los muertos, etc). Pero el lunes fue bárbaro. Los intransigentes del peronismo salieron también a festejar en forma unitaria. Llegué con Moira a Corrientes y había dos grupos enfrentados, los peronistas (pocos) en la vereda y un grupo de radicales en la calle. Cantaban cosas juntas contra la dictadura, los peronistas sacaban más el tema de los desaparecidos (eran de intransigencia) “Madres de la Plaza, el pueblo las abraza” o “Milicos, muy mal paridos, que es lo que han hecho con los desaparecidos…”Saludaron con la V, los radicales aplaudieron y se acercaron a abrazarlos. Yo la abracé a Moira gritando que quizás se nos hacía, lo conseguíamos. Seguimos dando vueltas, fuimos a La Paz. Nos fuimos a dormir temprano (a las 2), la noche anterior nadie durmió.
En fin, trato de contarles cómo lo vivimos, quizás allí pasó algo parecido. Tengo ganas de compartir con ustedes todo lo que vivo aquí. Estoy realmente contenta de haber venido. Pero me gustaría estar juntos. Quizás, si las cosas siguen así, podemos venirnos todos. Hay mucha esperanza, la gente quiere algo nuevo. También hay miedo de que no dure (comentario general: primer cadáver que aparece me voy para siempre de este país de mierda).
Pero hay mucha fé que esta vez el gobierno consiga durar. Esperemos que así sea.
Les mando un beso grande a todos.
Abrazos,
Laura
(El manuscrito de esta carta forma parte de la Colección Cartas de la Dictadura, preservada junto a otras miles en el Archivo de la Biblioteca Nacional. Se puede consultar on line en el catálogo de la BN. Si tenés cartas para donar, escribi a: archivosycolecciones@bn.gob.ar )
Foto portada tomada por Víctor Sokolowicz, en villa Borghese, a la joven que escribió estas cartas.
LCV
Militando el periodismo, por Laura Giussani Constenla
“Para el futuro o para el pasado, para la época en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios… Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho: Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar…¡Felicidades!”, Georges Orwell, “1984”.
“Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar…” Esto escribía Winston, protagonista de 1984, en una noche de festejo y borrachera en la que se había animado a garrapatear unas palabras. La novela se desarrolla en tiempos oscuros en los que gobernaba el Partido Interior; al pueblo lo controlaba El Gran Hermano, y existían un Ministerio de la Verdad junto a una Policía del Pensamiento.
“Winston puso un plumín en el portaplumas y lo chupó primero para quitarle la grasa. La pluma era ya un instrumento arcaico. Se usaba rarísimas veces, ni siquiera para firmar, pero él se había procurado una, furtivamente y con mucha dificultad, simplemente porque tenía la sensación de que el bello papel cremoso merecía una pluma de verdad en vez de ser rascado con un lápiz tinta. Pero lo malo era que no estaba acostumbrado a escribir a mano. Aparte de las notas muy breves, lo corriente era dictárselo todo al hablescribe, totalmente inadecuado para las circunstancias actuales. Mojó la pluma en la tinta y luego dudó unos instantes. En los intestinos se le había producido un ruido que podía delatarle. El acto trascendental, decisivo, era marcar el papel. En una letra pequeña e inhábil escribió:…”
Un tiempo en el que la escritura era aracaica, acostumbrados como estamos al bendito “hablaescribe”, escribía Orwell allá por el 1949 ¿era o es arcaica? Winston, no lo sabe. Ignora si ése es el año en el que está escribiendo, quizás es el pasado o el futuro. Tampoco entendía porqué lo estaba haciendo. Escribir ¿para quién? ¿por qué?
“Durante algún tiempo permaneció contemplando estúpidamente el papel. La telepantalla transmitía ahora estridente música militar. Es curioso: Winston no sólo parecía haber perdido la facultad de expresarse, sino haber olvidado de qué iba a ocuparse. Por espacio de varias semanas se había estado preparando para este momento y no se le había ocurrido pensar que para realizar esa tarea se necesitara algo más que atrevimiento. El hecho mismo de expresarse por escrito, creía él, le sería muy fácil.-Sólo tenía que trasladar al papel el interminable e inquieto monólogo que desde hacía muchos años venía corriéndole por la cabeza. Sin embargo, en este momento hasta el monólogo se le había secado.”
Bien vale leer o releer el libro entrero: 1984 de Orwell. Tanto se ha hablado de él que casi nadie lo leyó, sabemos la moraleja, pero es mucho más que eso, cada frase se convierte en un descubrimiento inquietante (aquí uno de los tantos links en los que pueden encontrar el texto completo).
https://www.suneo.mx/literatura/subidas/George%20Orwell%201984.pdf
Hoy, de pronto, recordé aquella novela en donde la resistencia consistía en evitar que se perdiera la literatura, los escritos, la cultura. Empecinados que se comprometían a aprender libros enteros de memoria para transminir a su descendencia. ¿Cuándo había leído eso? ¿lo había leído? ¿Era Orwell en 1984? Así fue que me zambullí en ese texto que alguna vez creí que se trataba de ciencia ficción y terminó siendo más real que la realidad misma.
Había empezado el borrador de esta nota con esta frase: ‘Militancia y periodismo, dos palabras que ya no son lo que eran.’ Y terminé leyendo a Orwell por esa cosa de la relación libre de ideas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de periodismo?
Me crié entre periodistas (del siglo pasado, claro). Muchos de ellos eran también militantes, pero una cosa era una cosa y otra cosa era otra cosa.
Los periodistas eran, por lo general, tipos cultos, informados, inteligentes, bohemios, medio borrachines, a los que no les gustaba trabajar de manera rutinaria en una oficina. Al menos eso me dijo mi padre. “Yo me hice periodista porque no me gustaba trabajar”, soltó una vez cuando le preguntamos cómo había empezado. Escritores poco perseverantes que necesitaban ganarse un mango y lo hacían escribiendo en un diario o una revista, que tenían como dueños a personas y no empresas, que respetaban a esos tipos raros. Grandes contadores de historias, curiosos, librepensadores, obsesivos por encontrar la palabra justa para informar datos precisos. De izquierdas o derechas, peronistas o gorilas, hombres y mujeres apasionados que respiraban grandes bocanadas de información y humor social de manera casi visceral. No existían por entonces los Licenciados en Comunicación. Aprendían el oficio en las redacciones y en la calle. Leían más de lo que escribían. Es cierto que los directores de esos medios que contrataban a estos cultos tarambanas también eran escritores o periodistas.
Militancia y periodismo, dos palabras que ya no son lo que eran. Tampoco la política es lo que era. Formo parte de ese mundo en disolución. Esta semana, el presidente Milei insultó nuevamente a los periodistas: delincuentes, ensobrados, mentirosos. Algo de razón puede tener, quién no sabe de algún llamado periodistas que puede vender sus palabras al mejor postor. ¿Acaso el periodismo ha muerto? ¿ya no hay apasionados del oficio que giran de aquí para allá en busca de una noticia o una crónica, leen con avidez y tratan de escribir con decoro? Sí, los hay, claro, pero suelen estar fuera del sistema. Difícil verlos en la televisión.
Puedo citar decenas de medios que se empecinan en evitar que un oficio tan digno y hermoso desaparezca. No está sola La Columna Vertebral, puedo citar de memoria radios como FM la Hormiga o Riachuelo, Radio Gráfica, portales indispensables como La Tinta, de Córdoba, EnRedados y el Eslabón de Rosario, Desde las Bases de Tierra del Fuego, Sur Capitalino de La Boca, EnRed, La Retaguardia, y tantos, tantos otros que hacen gala de un respeto por la palabra y la información digna de aquellos años de oro. Una cofradía parecida a la imaginada por Orwell que se resiste al fin de las palabras. Curiosos tipitos y tipitas adictos a leer, pensar, investigar, escribir, publicar. Vagos, de esos a los que no les gusta trabajar pero están todo el día haciéndolo. Porque no hay límite, ni horario ni patrón. Puro placer y terquedad.
Imagino que tanto a ellos como a nosotras, los anónimos miembros de la cofradía periodística, nos ataca la depresión cuando notamos la indiferencia de aquellos que deberían apoyar tanta voluntad, laburo y profesionalismo. Mientras los no-periodistas estrellas de los grandes medios se hacen ricos, nosotros sobrevivimos a los tumbos y más de una vez nos preguntamos ¿por qué lo hacemos?
No somos ‘periodistas militantes’, somos simplemente periodistas, algunos militarán otros no, ese maquiavélico invento del periodismo militante provocó más de un desatino.
Militar, antes, no implicaba ganar dinero alguno. Nada más lejano a un militante que un funcionario o a un empresario de los medios. Basta pensar en Walsh, a quien tanto se ha mencionado, para bien y para mal. Era un militante, sí, sobre todo en sus últimos años. Pero cuando escribía, no dejaba de ser Walsh. Su última carta es un compendio de buen periodismo: Información precisa, una lógica clara, y la palabra justa. Nunca se enriqueció, ni con la militancia ni con el periodismo, más bien todo lo contrario.
Cómo me gustaría tener el coraje de escribir un ´’Yo acuso’, a todos aquellos que se llenan la boca de Walsh y bestemian contra los medios hegemónicos, al tiempo que miran con recelo a esa cofradía periodística en resistencia, libre de toda libertad. Periodistas sin Patrón (PeSinPat)
El problema es que no pertenecemos y, se sabe, “pertenecer tiene sus privilegios”. ¿Quién las banca? Es una pregunta frecuente, y la realidad es que nadie. Pertenecemos a un mundo que quizás ya fue, no sabemos -ni nos gusta- buscar ‘sponsors’ ni auspiciantes ni canjes. Por eso inventamos este periodismo a la gorra poniendo una cuota de fe en nuestros iguales, pero no. Cuanto más iguales menos empatía.
A veces, sólo a veces, dan ganas de bajar los brazos. Creo que no es un problema personal sino social. Están consiguiendo quebrarnos, en el mundo del Gran Hermano el silencio vence la batalla, las calles se vacían, el miedo ataca. Y qué hacen ‘los nuestros’, esos que se suponen caminan por el mismo camino?
El otro día hablaba con un amigo de la cofradía cuyo ánimo estaba aún más baqueteado que el mío, y me decía:
“Antes pensaba que habia que convencer haciendo, que por ahí era el camino. No. Parece que es al reves. Muchos de los que trabajan en fundaciones o sindicatos, ven con cierto recelo lo que hacemos, como si fuéramos potenciales competidores. No es que no sepan , que desconozcan. Es cierto que están aturdidos por las permanentes demandas y empiezan a ver a todos los pedidos de aporte de la misma manera. Como si todos fuesen un ejercito de mangueros y su rol es “contenerlos” y pichulearles los pedidos. Algún día hay que blanquear la bronca. Tirar migajas aquí y allá no es un respetuoso aporte a quienes laburan en comunicacion. Pero creo que no está entre sus prioridades la construccion de otros medios…”
¿Para qué financiar ‘otros medios’ si tienen sus propios medios? Se preguntarán. Pues bien, es que un medio para ser periodístico no puede ser ‘propio’ de un partido o sindicato o del Estado mismo, sólo por eso.
Volvamos a Orwell, quien criticó al ‘periodismo militante’ mucho antes de ponerse de moda en Argentina. Eran otros tiempos, acababan de derrotar al nazismo y al fascismo. Sin embargo, tal como describe Javier Borrás en un excelente artículo que reproducimos somo lectura recomendada en nuestro portal, el dilema era el siguiene: “Derrotado el fascismo, la tentación soviética era el gran reclamo entre los escritores europeos (…)los intelectuales solo debían hacer un pequeño sacrificio, que —además, les tranquilizaron— solo sería por un breve período de tiempo: debían dejar de lado su libertad y debían mentir. Los que no se sumaron a este «camino a la libertad» fueron señalados y criticados por sus propios compañeros de letras. Los escritores que no estaban de acuerdo en renunciar a su libertad de opinión (era solo por unos pocos años, el resultado sería magnífico, habría valido la pena, ¿qué les costaba?) eran acusados de «encerrarse en una torre de marfil, o bien de hacer un alarde exhibicionista de su personalidad, o bien de resistirse a la corriente inevitable de la historia en un intento de aferrarse a privilegios injustificados». Una vez que la verdad había sido revelada, todo aquel que se opusiera a ella era, o un «idiota» y «romántico» por no entenderla, o un «egoísta» y «traidor» por no querer renunciar a sus privilegios burgueses. Todos aquellos que opinen distinto a nosotros «no pueden ser honrados e inteligentes al mismo tiempo».
He sido criticada como “idiota, romántica y librepensadora” (por suerte me ahorraron la de ‘traidora’ o ‘egoista’) durante años, mientras los periodistas militantes regalaban su dignidad en pos de un bien común (igual, sería algo de pocos años ¿no? Después se elevaría “il sol dell’avvenire”, el futuro era de los ‘buenos’ según las escrituras de los amantes del progreso, por pura fe en el mañana).
Aquí seguiremos en la cofradía de los que creen que, hoy más que nunca, hay que militar el periodismo. Generar conciencia, inculcar aquella idea que tenían nuestros padres de este hermoso oficio. Está en nosotros y está en ustedes. Aguante el periodismo a la gorra.
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Formo parte de una generación que a los 13 o 14 años abrazó los ideales de izquierda que habían sacudido el mundo con revoluciones triunfantes. El futuro estaba allí. Cuba era un ejemplo claro de que se podía acabar con la obscenidad del Capital y poner el foco en la igualdad. Un socialismo caribeño que lejos estaba por ese entonces de parecerse al dogmatismo soviético. Nosotros, los que nacimos en el 60, salimos al mundo cuando todavía quedaban hippies románticos, revolucionarios de metralla, el Che Guevara como símbolo de entrega, ecos del 68 en Europa y entusiastas rebeliones populares. Vietnam que le ganaba la guerra al imperio. Africa que se ponía de pié. Felices de formar parte de esa época en la que se decidía a fuerza de garra y voluntad cómo sería la relación de los hombres y mujeres que poblaban el planeta. Lo imaginábamos justo, alegre, solidario, sin tener una noción muy clara de cómo llegaríamos a construirlo pero convencidos de que lo primero era destruir ese mundo gris, repleto de víctimas, guerras, poderosos impunes, freno a la imaginación y la libertad.
La imprevista reivindicación de Isabel Martínez de Perón por parte de la vicepresidenta provoca un tembladeral en los cimientos mismos del peronismo. Quienes no vivieron esa época, es decir, todos los menores de 60 años, quizás no lo sepan, pero la idea de ‘aniquilar a los zurdos’, tan típica de estos tiempos pseudolibertarios, resuena en nuestras vidas como un retroceso que excede a la Dictadura Militar y se ancla en aquellos años del último Perón, que optaba por una CGT en descomposición, colaboracionista del gobierno que tuvieran enfrente –como los ‘dialoguistas’ de hoy- y llamaba a organizarse para acabar con esos ‘estúpidos e imberbes’ que cuestionaban su conducción.
¿Estupidos, imberbes? Puede ser, tan estúpidos y jóvenes que creyeron que era cierto el aval que una y otra vez del brindaba Perón desde su dorado exilio madrileño, fue Perón quien los abrazó y estimuló para organizar una resistencia armada que puso fin a 17 años de proscripción del peronismo. A las palmadas en la espalda, le sucedieron las órdenes de aniquilamiento que partían del viejo líder.
Isabelita representa lo peor del peronismo, un peronismo que ya huérfano de Perón, profundizó la división entre quienes soñaban con un país más equitativo, socialista, y aquellos que buscaban aniquilarlos. Fueron los tiempos de las Tres A, un estigma que todavía duele a pesar del esfuerzo por dejarlo en la sombra.
José López Rega se convertía, de golpe y porrazo, en el hombre más poderoso del país en esos años negros. Una suerte de mayordomo de Perón que fue nombrado Ministro de Bienestar Social por el Héctor J. Cámpora, y se convirtió en el apoyo político y afectivo más fuerte que tuvo Isabel al quedar al mando de la presidencia por la muerte del líder.
A la memoria completa de Villarruel habría que refrescarla recordándole que era en la Casa Rosada de Isabel Perón en donde se organizó el más feroz grupo paramilitar que recuerde este país formado por hombres de la fuerzas de seguridad y militantes de lo que por entonces se llamaba ‘la patota sindical’, cuya ferocidad provocaba estremecimiento: más de mil asesinatos a mansalva, torturas, amenazas y tres mil atentados con bombas y mesajes a una sociedad inerme que asistía atónita al escarmiento: cadáveres militantes aparecieron colgados como reces en un camión frigorífico, cuerpos incinerados tirados en las zanjas, o asesinatos a plena luz del día a reconocidos dirigentes como Ortega Peña en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Teatros que estallaban por los aires, y listas de las ‘próximas víctimas’ en comunicados de las 3 A que giraban por las principales redacciones. Empezaba el exilio de muchos, mientras otros elegían pemanecer en el país medio escondidos o en la resistencia.
Es raro que la artífice de ‘la memoria completa’ rescate del olvido a quienes sembraron de sangre el país a través de las Tres A, aquella miserable Alianza Anticomunista Argentina que fue el antecedente de los métodos de la dictadura militar que vendría. Sembrar el terror era la consigna de unos y otros.
Lejos de mostrar la supuesta interna en La Libertad Avanza en el presidente y su vice, este acto de reivindicación nos recuerda los parecidos indiscutibles de dos dirigentes políticos llegados por azar a la Casa Rosada: Milei y López Rega. Anticomunistas viscerales que imaginan seguir órdenes divinas.
¿Quién era López Rega?
Extraño hombrecito que en su juventud probó suerte en Estados Unidos y el Caribe imitando a Paul Anka. Sí, un cantante frustrado (como Milei).
De regreso al país se alistó en la policía en donde llegó al rango de cabo y logró reunir unos pesos para fundar una imprenta en donde hacía trabajos por encargo, se dedicó pero, sobre todo, lograba editar los primeros folletos de la secta Anäel. Una logia que incorporaba el espiritismo a la política. Unos de sus panfletos, escrito en Buenos Aires, en 1965, reproducía esta escena:
“Fue una tarde de octubre de 1965. Era la hora del crepúsculo. Varios miembros de la logia, juntamente con el doctor Anael, caminábamos. Anduvimos largo trecho en silencio. Sólo percibíamos nuestros pensamientos y el gorjeo de los pájaros.
—Doctor Anael —dijo de repente uno del grupo—. ¿Podremos construir la Nueva Civilización? Anael se adelantó unos pasos. Se detuvo, y dándose vuelta, contestó:
—¿Sientes el hambre y la injusticia del mundo?
—¡Sí!
—Entonces podrás construirla.
Giró sobre sus talones y reinició la marcha.
También en silencio, el sol buscaba un nuevo amanecer. ¡El tercer mundo ha entrado en acción!
Logia Anael, Buenos Aires, Noviembre de 1965.”
Una serie de casualidades imposibles de relatar en tan poco tiempo, puso a López Rega en el camino del derrocado Juan Domingo Perón y lo llevó a ser su fiel sirviente en su mansión de Puerta de Hierro. Allí pegó el gran salto, de la minúscula secta Anael a la Logia P2 que reunía a los poderosos del mundo, entre ellos Perón con la participación de Lopecito. Bingo.
Dos zancada más y estaría de regreso a la Argentina al lado del líder y su mujer, conviertiéndose en Ministro de Bienestar Social y suegro del Presidente provisional del Senado, Raúl Lastiri. La grieta, por entonces, atravesaba con violencia al peronismo. “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista’ se convertía de pronto en ‘Para un peronista no hay nada mejor que un peronista zurdo muerto’. De un lado y del otro, gritaban Viva Perón antes de caer.
Si creen que estamos viviendo tiempos locos, lamento desmentirlo. La locura parece ser casi endógena a nuestra historia reciente. Hoy tenemos un presidente que grita desaforado, termina sus discursos con un saludo a Las Fuerzas del Cielo, y sueña con clavar el último clavo del ataúd del kirchnerismo con Cristina adentro (La quema del cajón de la UCR de Herminio Iglesias es un poroto al lado de semejante amenaza).
Esperemos que las similitudes entre Milei y López Rega se detengan allí. Imaginamos que sí. Nadie puede creer que la Casa Rosada vuelva a ser una cueva de asesinos a sueldo, anticomunistas militantes, que siembren el terror en la población. Al menos, no a los tiros. Por ahora, con los discursos es suficiente para paralizar cualquier insurrección.
Ojalá que la Astrología Esotérica de José López Rega (alias el Hermano Daniel), haya quedado en el pasado, como su banda parapolicial Triple A dispuesta a masacrar todo lo que tuviera tufillo de ‘zurdo’ con el objetivo de crear una Argentina Potencia (el sueño de Lopecito). Ojalá que la memoria quede intacta para no repetir una y otra vez el mismo derrotero nefasto. Ojalá.
Columna emitida por larz.com.ar en la sección Planeta Giussani de La Columna Vertebral el 21 de octubre de 2024