Planeta Giussani
Mayo, mes tumultuoso y seductor, por Laura Giussani Constenla
Esta columna está dedicada a Ignacio Ezcurra, reportero de La Nación, desaparecido y asesinado en Saigón, Vietnam, el 8 de mayo de 1968. Mientras vivimos otro mayo, con otras guerras en donde mueren otros periodistas. Por eso, el 2 de mayo la Unesco le entregó el Premio Mundial a la Libertad de Prensa de 2024, a los periodistas palestinos que cubren los ataques en Gaza. Ya son 26 los periodistas asesinados en ese conflicto. A Ignacio Ezcurra y a ellos, nuestro homenaje.
Viajemos pues, un poco en el tiempo.
Mayo de 1968, un mes de impactantes eclipses -como ahora- en el que se entrecruzaron astros y luchas. Quedará en la historia como el mes del Mayo Francés.
Nadie recordaba con exactitud cómo había comenzado todo. ¿La interrupción de una asamblea universitaria? ¿La apertura de un expediente a Daniel Cohn-Bendit? Lo cierto es que el lunes 6 de mayo, los estudiantes de la Universidad de la Sorbonne se apretujaron en el patio central para exigir que reabrieran Nanterre y suspendieran la investigación abierta contra ocho estudiantes ante el consejo de disciplina. Las autoridades de la Universidad llamaron a la policía y el edificio fue desalojado. La chispa que hacía falta.
Fueron días de resistencia, reuniones en cafés, discusiones, manifestaciones espontáneas, represión, gases, balas, idas y venidas, discursos encendidos.
Todos querían detener a los anárquicos jóvenes. El Partido Comunista bramaba contra estos “falsos insurgentes”, a quienes veía como revolucionarios de pacotilla que no admitían disciplina ni orden alguno.
En tanto, Cohn-Bendit desafiaba en las plazas: “Pompidou y todo el resto se quedarían tranquilos si fundáramos un partido que anunciara ‘Esta gente es nuestra’, sabrían con quién entenderse y encontrar la componenda. Ya no tendrían enfrente la anarquía, el desorden, la efervescencia incontrolable”. El filósofo del momento, Herbert Marcuse, asistía extasiado a los episodios parisinos que daban fe de su teoría: la clase obrera había sido asimilada por el capitalismo, ya nada podía esperarse de ella. Todo cambio provendría de los sectores marginales: los estudiantes, las mujeres, los negros, los inmigrantes.
Alrededor de la avenida, a lo largo de las entreveradas callecitas salpicadas por iglesias románicas que conservaban una fragancia mística de incienso, quedaban rastros de la revuelta; por allí habían corrido en desbandada los jóvenes que durante días y noches resistieron a la represión policial.
Cuando la furia daba señales de apaciguarse y el mundo recuperaba su armonía, los turistas, periodistas, señoras y señores burgueses que se habían mantenido al reparo salían como salen lentamente los animales de sus covachas después de una tormenta a husmear qué ha quedado en pie.
Mujeres elegantes, entonces, paseaban coquetos perritos por el Quai des Grands-Augustins, y reían o se sonrojaban al leer los graffiti en sus edificios, “debajo del asfalto está la playa” es uno de los más famosos junto a ‘la imaginación al poder’, pero hubo tantas consignas que conformaban un verdadero manifiesto colectivo: “Van a terminar todos reventando de confort”, “Vivir contra sobrevivir”, “Olvídense de todo lo que han aprendido, comiencen a soñar”, “Abajo el realismo socialista, viva el surrealismo”, “Si lo que ven no es extraño, la visión es falsa”, “La sociedad es una flor carnívora”, “Viva la democracia directa”, “Abramos las puertas de los manicomios y de las prisiones”, “La revolución debe hacerse en los hombres antes de realizarse en las cosas”, “El discurso es contrarrevolucionario”, “Civismo rima con fascismo”, “La barricada cierra la calle pero abre el camino”.
En medio de ese paisaje onírico paisaje de una París revolucionada coincidían varios argentinos como Andrés Percivale y Enrique Walker que iban rumbo a Vietnam para seguir los pasos de Ezcurra y quedaron varados en la ciudad luz por el cierre del aeropuerto. Asistían, incrédulos a una rebelión histórica que se parecía a una puesta pop del Instituto Di Tella, suerte de happening revolucionario con una estética que excedía la izquierda y abrevaba en el pop, en donde podían imaginar a la Minujin entre la bruma de los coches quemados—. También rondaba por allí un abogado santiagueño, Mario Roberto Santucho, que leía todos los volantes, fisgoneaba en las asambleas y vociferaba cuando encontraba consignas que decían: “Las armas de la crítica pasan por la crítica de las armas”. No podía creer que pudieran desperdiciar semejante ocasión. Maldecía por el hecho de que un grupo de jóvenes caprichosos estuviese al mando; no sabían dónde se hallaban los objetivos estratégicos ni hacia dónde disparar sus piedras. Con un poco de organización hubiesen podido tomar radios, canales de televisión, en fin, crear un verdadero desequilibrio y llegar hasta el palacio si los vientos lo indicaban, pensaba Santucho en el mayo francés. Y no era el único perplejo ante esos jóvenes revolucionarios raros.
A los partidos de izquierda tradicionales de Francia la situación les provocaba cierto disgusto, pero había adquirido tal dimensión, la represión era tan persistente, que los sindicatos llamaron a la huelga general y el 13 de mayo del 68 marcharon, unidos, obreros y estudiantes, profesores y vecinos y curiosos y todos aquellos que necesitaban expresar de algún modo su desagrado con el mundo.
Decenas de miles avanzaron, tímidos algunos, con carteles coloridos otros, eufóricos los más, por la elegante avenida Champs-Élysées rumbo al Arco del Triunfo. Multitudinaria hilera de personas que cubrían las calles con banderas y carteles, obreros y estudiantes, ciudad sitiada por la multitud que caminaba a paso ligero con rostros desencajados, respirando aires de libertad y con la fantasía de tomar nuevamente la Bastilla.
Fue Vietnam en mayo, y en mayo fue París, y México y Roma y hubo otro mayo un año después, mayo en el sur, mes tumultuoso y seductor, sol pleno, aire fresco, tiempo de siembras; otoño de tibios días y fuertes aguaceros, grises plomizos o cielos azules, mes de contrastes y transiciones. Primero fue un nombre, Juan José Cabral, que estalló en todo el país. Pintadas en los muros, agitación en los claustros, lágrimas en las esquinas. Todo empezó el 15 de mayo del 69 una manifestación estudiantil que marchaba por las calles de Corrientes en contra de la privatización del comedor universitario fue reprimida con ferocidad. Ametrallaron a mansalva, las balas cayeron sobre una multitud de estudiantes indefensos. Dos de ellos recibieron balazos en los brazos y uno en la cabeza. Un día después Cabral, el del tiro en la cabeza, moría. Los jóvenes del país, en el norte o en el sur, supieron que esa bala estaba destinada a ellos. Muerto en medio de un tumulto, de manera casual, Juan José Cabral se convirtió en estandarte; tomaron su vida y la echaron a andar, con potencia, sin límites. Asambleas espontáneas, discusiones, debates, acción.
Y el 29 de mayo del 69 llegaría el Cordobazo, otra vez, como en París, obreros y estudiantes, pero de eso, hablamos en la próxima.
* Laura Giussani Constenla es autora del libro “Cazadores de luces y de sombras: dos periodistas en tiempos de revueltas, guerras y revoluciones”, editado por Edhasa, que reconstruye la vida de Ignacio Ezcurra, desaparecido en Vietnam, y Enrique Walker, enviado por la revista Gente a Saigón, quien luego fundó Nuevo Hombre, se hizo montonero y fue secuestrado por la dictadura militar argentina. La información de esta columna forman parte de ese libro.
LCV
Militando el periodismo, por Laura Giussani Constenla
“Para el futuro o para el pasado, para la época en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios… Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho: Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar…¡Felicidades!”, Georges Orwell, “1984”.
“Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar…” Esto escribía Winston, protagonista de 1984, en una noche de festejo y borrachera en la que se había animado a garrapatear unas palabras. La novela se desarrolla en tiempos oscuros en los que gobernaba el Partido Interior; al pueblo lo controlaba El Gran Hermano, y existían un Ministerio de la Verdad junto a una Policía del Pensamiento.
“Winston puso un plumín en el portaplumas y lo chupó primero para quitarle la grasa. La pluma era ya un instrumento arcaico. Se usaba rarísimas veces, ni siquiera para firmar, pero él se había procurado una, furtivamente y con mucha dificultad, simplemente porque tenía la sensación de que el bello papel cremoso merecía una pluma de verdad en vez de ser rascado con un lápiz tinta. Pero lo malo era que no estaba acostumbrado a escribir a mano. Aparte de las notas muy breves, lo corriente era dictárselo todo al hablescribe, totalmente inadecuado para las circunstancias actuales. Mojó la pluma en la tinta y luego dudó unos instantes. En los intestinos se le había producido un ruido que podía delatarle. El acto trascendental, decisivo, era marcar el papel. En una letra pequeña e inhábil escribió:…”
Un tiempo en el que la escritura era aracaica, acostumbrados como estamos al bendito “hablaescribe”, escribía Orwell allá por el 1949 ¿era o es arcaica? Winston, no lo sabe. Ignora si ése es el año en el que está escribiendo, quizás es el pasado o el futuro. Tampoco entendía porqué lo estaba haciendo. Escribir ¿para quién? ¿por qué?
“Durante algún tiempo permaneció contemplando estúpidamente el papel. La telepantalla transmitía ahora estridente música militar. Es curioso: Winston no sólo parecía haber perdido la facultad de expresarse, sino haber olvidado de qué iba a ocuparse. Por espacio de varias semanas se había estado preparando para este momento y no se le había ocurrido pensar que para realizar esa tarea se necesitara algo más que atrevimiento. El hecho mismo de expresarse por escrito, creía él, le sería muy fácil.-Sólo tenía que trasladar al papel el interminable e inquieto monólogo que desde hacía muchos años venía corriéndole por la cabeza. Sin embargo, en este momento hasta el monólogo se le había secado.”
Bien vale leer o releer el libro entrero: 1984 de Orwell. Tanto se ha hablado de él que casi nadie lo leyó, sabemos la moraleja, pero es mucho más que eso, cada frase se convierte en un descubrimiento inquietante (aquí uno de los tantos links en los que pueden encontrar el texto completo).
https://www.suneo.mx/literatura/subidas/George%20Orwell%201984.pdf
Hoy, de pronto, recordé aquella novela en donde la resistencia consistía en evitar que se perdiera la literatura, los escritos, la cultura. Empecinados que se comprometían a aprender libros enteros de memoria para transminir a su descendencia. ¿Cuándo había leído eso? ¿lo había leído? ¿Era Orwell en 1984? Así fue que me zambullí en ese texto que alguna vez creí que se trataba de ciencia ficción y terminó siendo más real que la realidad misma.
Había empezado el borrador de esta nota con esta frase: ‘Militancia y periodismo, dos palabras que ya no son lo que eran.’ Y terminé leyendo a Orwell por esa cosa de la relación libre de ideas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de periodismo?
Me crié entre periodistas (del siglo pasado, claro). Muchos de ellos eran también militantes, pero una cosa era una cosa y otra cosa era otra cosa.
Los periodistas eran, por lo general, tipos cultos, informados, inteligentes, bohemios, medio borrachines, a los que no les gustaba trabajar de manera rutinaria en una oficina. Al menos eso me dijo mi padre. “Yo me hice periodista porque no me gustaba trabajar”, soltó una vez cuando le preguntamos cómo había empezado. Escritores poco perseverantes que necesitaban ganarse un mango y lo hacían escribiendo en un diario o una revista, que tenían como dueños a personas y no empresas, que respetaban a esos tipos raros. Grandes contadores de historias, curiosos, librepensadores, obsesivos por encontrar la palabra justa para informar datos precisos. De izquierdas o derechas, peronistas o gorilas, hombres y mujeres apasionados que respiraban grandes bocanadas de información y humor social de manera casi visceral. No existían por entonces los Licenciados en Comunicación. Aprendían el oficio en las redacciones y en la calle. Leían más de lo que escribían. Es cierto que los directores de esos medios que contrataban a estos cultos tarambanas también eran escritores o periodistas.
Militancia y periodismo, dos palabras que ya no son lo que eran. Tampoco la política es lo que era. Formo parte de ese mundo en disolución. Esta semana, el presidente Milei insultó nuevamente a los periodistas: delincuentes, ensobrados, mentirosos. Algo de razón puede tener, quién no sabe de algún llamado periodistas que puede vender sus palabras al mejor postor. ¿Acaso el periodismo ha muerto? ¿ya no hay apasionados del oficio que giran de aquí para allá en busca de una noticia o una crónica, leen con avidez y tratan de escribir con decoro? Sí, los hay, claro, pero suelen estar fuera del sistema. Difícil verlos en la televisión.
Puedo citar decenas de medios que se empecinan en evitar que un oficio tan digno y hermoso desaparezca. No está sola La Columna Vertebral, puedo citar de memoria radios como FM la Hormiga o Riachuelo, Radio Gráfica, portales indispensables como La Tinta, de Córdoba, EnRedados y el Eslabón de Rosario, Desde las Bases de Tierra del Fuego, Sur Capitalino de La Boca, EnRed, La Retaguardia, y tantos, tantos otros que hacen gala de un respeto por la palabra y la información digna de aquellos años de oro. Una cofradía parecida a la imaginada por Orwell que se resiste al fin de las palabras. Curiosos tipitos y tipitas adictos a leer, pensar, investigar, escribir, publicar. Vagos, de esos a los que no les gusta trabajar pero están todo el día haciéndolo. Porque no hay límite, ni horario ni patrón. Puro placer y terquedad.
Imagino que tanto a ellos como a nosotras, los anónimos miembros de la cofradía periodística, nos ataca la depresión cuando notamos la indiferencia de aquellos que deberían apoyar tanta voluntad, laburo y profesionalismo. Mientras los no-periodistas estrellas de los grandes medios se hacen ricos, nosotros sobrevivimos a los tumbos y más de una vez nos preguntamos ¿por qué lo hacemos?
No somos ‘periodistas militantes’, somos simplemente periodistas, algunos militarán otros no, ese maquiavélico invento del periodismo militante provocó más de un desatino.
Militar, antes, no implicaba ganar dinero alguno. Nada más lejano a un militante que un funcionario o a un empresario de los medios. Basta pensar en Walsh, a quien tanto se ha mencionado, para bien y para mal. Era un militante, sí, sobre todo en sus últimos años. Pero cuando escribía, no dejaba de ser Walsh. Su última carta es un compendio de buen periodismo: Información precisa, una lógica clara, y la palabra justa. Nunca se enriqueció, ni con la militancia ni con el periodismo, más bien todo lo contrario.
Cómo me gustaría tener el coraje de escribir un ´’Yo acuso’, a todos aquellos que se llenan la boca de Walsh y bestemian contra los medios hegemónicos, al tiempo que miran con recelo a esa cofradía periodística en resistencia, libre de toda libertad. Periodistas sin Patrón (PeSinPat)
El problema es que no pertenecemos y, se sabe, “pertenecer tiene sus privilegios”. ¿Quién las banca? Es una pregunta frecuente, y la realidad es que nadie. Pertenecemos a un mundo que quizás ya fue, no sabemos -ni nos gusta- buscar ‘sponsors’ ni auspiciantes ni canjes. Por eso inventamos este periodismo a la gorra poniendo una cuota de fe en nuestros iguales, pero no. Cuanto más iguales menos empatía.
A veces, sólo a veces, dan ganas de bajar los brazos. Creo que no es un problema personal sino social. Están consiguiendo quebrarnos, en el mundo del Gran Hermano el silencio vence la batalla, las calles se vacían, el miedo ataca. Y qué hacen ‘los nuestros’, esos que se suponen caminan por el mismo camino?
El otro día hablaba con un amigo de la cofradía cuyo ánimo estaba aún más baqueteado que el mío, y me decía:
“Antes pensaba que habia que convencer haciendo, que por ahí era el camino. No. Parece que es al reves. Muchos de los que trabajan en fundaciones o sindicatos, ven con cierto recelo lo que hacemos, como si fuéramos potenciales competidores. No es que no sepan , que desconozcan. Es cierto que están aturdidos por las permanentes demandas y empiezan a ver a todos los pedidos de aporte de la misma manera. Como si todos fuesen un ejercito de mangueros y su rol es “contenerlos” y pichulearles los pedidos. Algún día hay que blanquear la bronca. Tirar migajas aquí y allá no es un respetuoso aporte a quienes laburan en comunicacion. Pero creo que no está entre sus prioridades la construccion de otros medios…”
¿Para qué financiar ‘otros medios’ si tienen sus propios medios? Se preguntarán. Pues bien, es que un medio para ser periodístico no puede ser ‘propio’ de un partido o sindicato o del Estado mismo, sólo por eso.
Volvamos a Orwell, quien criticó al ‘periodismo militante’ mucho antes de ponerse de moda en Argentina. Eran otros tiempos, acababan de derrotar al nazismo y al fascismo. Sin embargo, tal como describe Javier Borrás en un excelente artículo que reproducimos somo lectura recomendada en nuestro portal, el dilema era el siguiene: “Derrotado el fascismo, la tentación soviética era el gran reclamo entre los escritores europeos (…)los intelectuales solo debían hacer un pequeño sacrificio, que —además, les tranquilizaron— solo sería por un breve período de tiempo: debían dejar de lado su libertad y debían mentir. Los que no se sumaron a este «camino a la libertad» fueron señalados y criticados por sus propios compañeros de letras. Los escritores que no estaban de acuerdo en renunciar a su libertad de opinión (era solo por unos pocos años, el resultado sería magnífico, habría valido la pena, ¿qué les costaba?) eran acusados de «encerrarse en una torre de marfil, o bien de hacer un alarde exhibicionista de su personalidad, o bien de resistirse a la corriente inevitable de la historia en un intento de aferrarse a privilegios injustificados». Una vez que la verdad había sido revelada, todo aquel que se opusiera a ella era, o un «idiota» y «romántico» por no entenderla, o un «egoísta» y «traidor» por no querer renunciar a sus privilegios burgueses. Todos aquellos que opinen distinto a nosotros «no pueden ser honrados e inteligentes al mismo tiempo».
He sido criticada como “idiota, romántica y librepensadora” (por suerte me ahorraron la de ‘traidora’ o ‘egoista’) durante años, mientras los periodistas militantes regalaban su dignidad en pos de un bien común (igual, sería algo de pocos años ¿no? Después se elevaría “il sol dell’avvenire”, el futuro era de los ‘buenos’ según las escrituras de los amantes del progreso, por pura fe en el mañana).
Aquí seguiremos en la cofradía de los que creen que, hoy más que nunca, hay que militar el periodismo. Generar conciencia, inculcar aquella idea que tenían nuestros padres de este hermoso oficio. Está en nosotros y está en ustedes. Aguante el periodismo a la gorra.
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LCV
Victoria Villarruel puso el dedo en la grieta, por Laura Giussani Constenla
Formo parte de una generación que a los 13 o 14 años abrazó los ideales de izquierda que habían sacudido el mundo con revoluciones triunfantes. El futuro estaba allí. Cuba era un ejemplo claro de que se podía acabar con la obscenidad del Capital y poner el foco en la igualdad. Un socialismo caribeño que lejos estaba por ese entonces de parecerse al dogmatismo soviético. Nosotros, los que nacimos en el 60, salimos al mundo cuando todavía quedaban hippies románticos, revolucionarios de metralla, el Che Guevara como símbolo de entrega, ecos del 68 en Europa y entusiastas rebeliones populares. Vietnam que le ganaba la guerra al imperio. Africa que se ponía de pié. Felices de formar parte de esa época en la que se decidía a fuerza de garra y voluntad cómo sería la relación de los hombres y mujeres que poblaban el planeta. Lo imaginábamos justo, alegre, solidario, sin tener una noción muy clara de cómo llegaríamos a construirlo pero convencidos de que lo primero era destruir ese mundo gris, repleto de víctimas, guerras, poderosos impunes, freno a la imaginación y la libertad.
La imprevista reivindicación de Isabel Martínez de Perón por parte de la vicepresidenta provoca un tembladeral en los cimientos mismos del peronismo. Quienes no vivieron esa época, es decir, todos los menores de 60 años, quizás no lo sepan, pero la idea de ‘aniquilar a los zurdos’, tan típica de estos tiempos pseudolibertarios, resuena en nuestras vidas como un retroceso que excede a la Dictadura Militar y se ancla en aquellos años del último Perón, que optaba por una CGT en descomposición, colaboracionista del gobierno que tuvieran enfrente –como los ‘dialoguistas’ de hoy- y llamaba a organizarse para acabar con esos ‘estúpidos e imberbes’ que cuestionaban su conducción.
¿Estupidos, imberbes? Puede ser, tan estúpidos y jóvenes que creyeron que era cierto el aval que una y otra vez del brindaba Perón desde su dorado exilio madrileño, fue Perón quien los abrazó y estimuló para organizar una resistencia armada que puso fin a 17 años de proscripción del peronismo. A las palmadas en la espalda, le sucedieron las órdenes de aniquilamiento que partían del viejo líder.
Isabelita representa lo peor del peronismo, un peronismo que ya huérfano de Perón, profundizó la división entre quienes soñaban con un país más equitativo, socialista, y aquellos que buscaban aniquilarlos. Fueron los tiempos de las Tres A, un estigma que todavía duele a pesar del esfuerzo por dejarlo en la sombra.
José López Rega se convertía, de golpe y porrazo, en el hombre más poderoso del país en esos años negros. Una suerte de mayordomo de Perón que fue nombrado Ministro de Bienestar Social por el Héctor J. Cámpora, y se convirtió en el apoyo político y afectivo más fuerte que tuvo Isabel al quedar al mando de la presidencia por la muerte del líder.
A la memoria completa de Villarruel habría que refrescarla recordándole que era en la Casa Rosada de Isabel Perón en donde se organizó el más feroz grupo paramilitar que recuerde este país formado por hombres de la fuerzas de seguridad y militantes de lo que por entonces se llamaba ‘la patota sindical’, cuya ferocidad provocaba estremecimiento: más de mil asesinatos a mansalva, torturas, amenazas y tres mil atentados con bombas y mesajes a una sociedad inerme que asistía atónita al escarmiento: cadáveres militantes aparecieron colgados como reces en un camión frigorífico, cuerpos incinerados tirados en las zanjas, o asesinatos a plena luz del día a reconocidos dirigentes como Ortega Peña en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Teatros que estallaban por los aires, y listas de las ‘próximas víctimas’ en comunicados de las 3 A que giraban por las principales redacciones. Empezaba el exilio de muchos, mientras otros elegían pemanecer en el país medio escondidos o en la resistencia.
Es raro que la artífice de ‘la memoria completa’ rescate del olvido a quienes sembraron de sangre el país a través de las Tres A, aquella miserable Alianza Anticomunista Argentina que fue el antecedente de los métodos de la dictadura militar que vendría. Sembrar el terror era la consigna de unos y otros.
Lejos de mostrar la supuesta interna en La Libertad Avanza en el presidente y su vice, este acto de reivindicación nos recuerda los parecidos indiscutibles de dos dirigentes políticos llegados por azar a la Casa Rosada: Milei y López Rega. Anticomunistas viscerales que imaginan seguir órdenes divinas.
¿Quién era López Rega?
Extraño hombrecito que en su juventud probó suerte en Estados Unidos y el Caribe imitando a Paul Anka. Sí, un cantante frustrado (como Milei).
De regreso al país se alistó en la policía en donde llegó al rango de cabo y logró reunir unos pesos para fundar una imprenta en donde hacía trabajos por encargo, se dedicó pero, sobre todo, lograba editar los primeros folletos de la secta Anäel. Una logia que incorporaba el espiritismo a la política. Unos de sus panfletos, escrito en Buenos Aires, en 1965, reproducía esta escena:
“Fue una tarde de octubre de 1965. Era la hora del crepúsculo. Varios miembros de la logia, juntamente con el doctor Anael, caminábamos. Anduvimos largo trecho en silencio. Sólo percibíamos nuestros pensamientos y el gorjeo de los pájaros.
—Doctor Anael —dijo de repente uno del grupo—. ¿Podremos construir la Nueva Civilización? Anael se adelantó unos pasos. Se detuvo, y dándose vuelta, contestó:
—¿Sientes el hambre y la injusticia del mundo?
—¡Sí!
—Entonces podrás construirla.
Giró sobre sus talones y reinició la marcha.
También en silencio, el sol buscaba un nuevo amanecer. ¡El tercer mundo ha entrado en acción!
Logia Anael, Buenos Aires, Noviembre de 1965.”
Una serie de casualidades imposibles de relatar en tan poco tiempo, puso a López Rega en el camino del derrocado Juan Domingo Perón y lo llevó a ser su fiel sirviente en su mansión de Puerta de Hierro. Allí pegó el gran salto, de la minúscula secta Anael a la Logia P2 que reunía a los poderosos del mundo, entre ellos Perón con la participación de Lopecito. Bingo.
Dos zancada más y estaría de regreso a la Argentina al lado del líder y su mujer, conviertiéndose en Ministro de Bienestar Social y suegro del Presidente provisional del Senado, Raúl Lastiri. La grieta, por entonces, atravesaba con violencia al peronismo. “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista’ se convertía de pronto en ‘Para un peronista no hay nada mejor que un peronista zurdo muerto’. De un lado y del otro, gritaban Viva Perón antes de caer.
Si creen que estamos viviendo tiempos locos, lamento desmentirlo. La locura parece ser casi endógena a nuestra historia reciente. Hoy tenemos un presidente que grita desaforado, termina sus discursos con un saludo a Las Fuerzas del Cielo, y sueña con clavar el último clavo del ataúd del kirchnerismo con Cristina adentro (La quema del cajón de la UCR de Herminio Iglesias es un poroto al lado de semejante amenaza).
Esperemos que las similitudes entre Milei y López Rega se detengan allí. Imaginamos que sí. Nadie puede creer que la Casa Rosada vuelva a ser una cueva de asesinos a sueldo, anticomunistas militantes, que siembren el terror en la población. Al menos, no a los tiros. Por ahora, con los discursos es suficiente para paralizar cualquier insurrección.
Ojalá que la Astrología Esotérica de José López Rega (alias el Hermano Daniel), haya quedado en el pasado, como su banda parapolicial Triple A dispuesta a masacrar todo lo que tuviera tufillo de ‘zurdo’ con el objetivo de crear una Argentina Potencia (el sueño de Lopecito). Ojalá que la memoria quede intacta para no repetir una y otra vez el mismo derrotero nefasto. Ojalá.
Columna emitida por larz.com.ar en la sección Planeta Giussani de La Columna Vertebral el 21 de octubre de 2024
LCV
Diosas griegas del Planeta Giussani
Se hizo desear pero, finalmente, salió la luna. Y no fue una luna común, fue una Superluna. Disculpen ustedes, mis queridos planetarios, si hoy me resulta indiferente el mundo todo con sus guerras, injusticias, muertes, hambre, represiones y locuras. Ahora tengo los ojos puestos en la luna. Es que el Planeta Giussani anda revolucionado por una nueva habitante que eligió nacer, como su hermana, en un lugar en el que el río es un mar y la lentitud una virtud.
Créanme si les digo que éstas son las cosas importantes. Cerrar los ojos y sentir que la vida sigue latiendo y no hay Dios ni Hombres que puedan detenerla. Mientras no perdamos esa capacidad de sentirla estaremos a salvo. Lo que sucede en nuestros pequeños planetas personales es lo único que nos permitirá seguir de pie con una sonrisa en los labios y la energía necesaria para levantarnos cada mañana.
Tuve la gracia de esperar el milagro de la llegada de la luna con su hermana, que pronto se convertiría en ‘la hermana mayor’. Pasamos largos días leyendo El Principito, recorriendo otros planetas repletos de personas raras. Horas y horas dedicadas a cosas importantes: jugar, charlar, leer, pintar, pasear. Tiempo para disfrutar de Ariadna, feliz por recibir a su hermanita menor. Ya sabemos que se dedicará a marcarle el camino cuando esté atrapada en un laberinto. Ariadna y Selene, como dos diosas griegas corretearán por el Planeta Giussani dándole luz a un mundo que quiere convencernos que está sumido en la oscuridad.
Cuando asome la desesperanza, recuerden que la felicidad está en saber escuchar el latido de la vida. Y darse el tiempo necesario para hacer esas cosas que para los extraños señores que viven solos en los planetas del Principito son puras tonterías.
‘Si yo soy una princesa, mi mamá es una reina…¿y la abuela qué es?”, pregunta Ari. “La Reina Madre!’, respondo con cierta vanidad. “Noooo, esa es mamá”. Ah! “Entonces soy la ex Reina Madre”. El mundo sigue andando, generación tras generación.
Gracias a todos por acompañarme semana tras semana en los avatares de mi planeta. Sepan que desde acá también tenemos la mirada puesta en el planeta que cada uno de ustedes habita. Unión interplanetaria, al fin.
Gracias, Nora, por esta hermosa bienvenida a una nueva vida en la Tierra.