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Nadie, nada, nunca

Semana tras semana nos encontramos en éste planeta. Mi planeta, nuestro planeta. Y, a modo mío, les cuento lo que ando pensando, sintiendo, recordando. Por lo general, todo empieza con una idea, y tengo que encontrar las palabras justas para decirla. Esta semana fue al revés. Todo empezó con tres palabras, indescifrables, inconexas, que se conjugaban de manera perfecta. Durante varios días se aparecían como un mantra involuntario. Estaban allí, escondidas, con ganas de decir algo. Ellas, yo no. En realidad, yo no sabía que querían expresar.

Esas tres palabras eran: Nadie, nada, nunca. Sí, cómo el título de la novela de Juan José Saer. Novela que no leí. Quiero decir, no era Saer quien me llamaba, eran esas tres palabras exactas, potentes, devastadoras. La negación en su máxima expresión. Una opacidad que no llegaba a ser tristeza, apenas la revelación de un estado de ánimo en el que la ausencia prevalecía.

Nadie.

Nadie se hace responsable la patética realidad que nos toca vivir. Nadie votó a nadie, pero, sobre todo: nadie gobernó, nadie menospreció a la Patria, sí, ese que era el Otro, y en tanto Otro tenía sus propias ideas, porque la Patria era el Otro ¿o no?. Por otro lado, nadie deseó que ese otropatria se muriera de una vez porque era un bueno para nada.

Nada.

Nadie es responsable de nada. Ni presidentes ni ministros. Mucho menos funcionarios o empresarios. Ni qué decir de periodistas o intelectuales. Pasamos de ‘La Patria es el Otro’ a ‘La culpa es del Otro’. Quedamos a la deriva. En especial los pichis que nunca le creímos mucho a nadie y andabamos de centrifugado en centrifugado, intentando sobrevivir a tanta Patria y a tanto Otro. Los que supimos ser nada, tanto para los unos como para los otros. Los nadies o los nadas. Y así seguimos. Nada que hacer ¿Impotencia? ¿madurez? ¿depresión?

¿Quién sabe? Ganas de quedarse callado. Conciencia de que todo lo que hagas o digas puede ser usado en tu contra. Nada que decir. Shhh. Silencio. Las palabras nada importan. Si ganaste una pelea, si luchaste y conseguiste tu objetivo…shhh, no lo digas. Silencio. A menos que quieras que la voz del amo te castigue por bocón. Shhh. ¿Qué hacer, entonces? No alardees, no hagas olas. Que nadie se entere. Prohibido avivar giles.

Nunca pasó ésto. Ignoramos si ese silencio, esa sensación de impotencia, ese aislamiento servirá para algo. Nunca lo sabremos. Aunque imaginamos que de esta forma nunca cambiaremos nada, con suerte sobreviviremos, sí. En grupitos silenciosos. Tiempos de terrorismo de la imagen y el silencio.

Nadie, nada, nunca. ¿Qué querría decir Saer? ¿De qué habla su novela?

La busco, recorro rápidamente sus páginas en busca de alguna respuesta y encuentro un párrafo al azar que parece hablar de nuestra realidad, de cómo nos sentimos. Dice así:

“Una sensación vagamente enfermiza, irreal, donde todos los personajes están paralizados por un horror que no les ataca directamente. Donde flota un halo de desconfianza y de estupor, como si se temiera que los animales sacrificados sean símbolos o incluso preámbulos. Se repiten párrafos, frases, descripciones, las veces que haga falta para obtener el efecto preciso. Un efecto mísero y miserable. Turbio e inquietante. Los bidones semienterrados, los neumáticos tirados en el suelo, a nadie le preocupa esa estampa. Nadie quiere manifestarse ni dar un paso adelante, todos parecen querer ampararse en el anonimato antes que hacerse notar, para peor.”

Vivimos una era de silencio repleta de palabras huecas. Puro ruido, ninguna idea.

También es cierto que existe un mundo subterráneo. El mundo real, en donde hay derrotas, tristezas, desesperación, angustia, pero también victorias, alegrías y esperanzas. Pero de esas, mejor no hablar. Un día, estallará el silencio.

Columna de Laura Giussani Constenla, emitida el 19 de agosto de 2024 en La Columna Vertebral-Historias de Trabajadores, por larz.com.ar

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Collin y el regreso de Ludd, por Laura Giussani Constenla

Si estás desorientado y no sabés qué trole hay que tomar para seguir…es porque estamos atravesando un cambio de era. A no preocuparse, todos nos sentimos más o menos así, aunque algunos disfracen su ignorancia con frases altisonantes. Cuanto más fuerte el grito de una verdad absoluta, más dudosa su razón. Para darle algo de épica a este momento gris, pensemos que nos tocó vivir en un cataclismo de la historia. Cada cual en su bote, a la deriva pero haciendo historia, al fin.

¿Cómo será que se hace historia? Supongo que paso a paso, punto a punto, como un tejido o una costura que va uniendo lazos aquí y allá. Remendando quizás con mayor o menor arte en su costura. Acaso exista un punto atrás para después pegar el salto para adelante de modo resulte más fuerte y resistente. Claro que cada quién pega la puntada en dónde le parece su punto de partida.

Milei, por ejemplo, lo pone en la generación del 80, y estima que esa Argentina de ricos tirando manteca al techo en París mientras los laburantes intentaban sobrevivir ante un mundo hostil es el exacto punto para retomar el rumbo.

Por mi parte, hace rato que imagino que el cambio que vivimos es tan fuerte como fue la revolución industrial y todas las ideologías que por entonces aparecieron. En tiempos revueltos, al menos en esos tiempos, todos se ponían a pensar. Aparecieron los socialistas -más o menos románticos- desde Saint Jean a Proudhon o Rousseau; los anarquistas de Bakunin, los marxistas de Carlitos y los ludditas de un ignoto general Ludd.

La pregunta sería ¿qué hubiera ocurrido si en lugar de mantenerse tan firmes en sus convicciones se hubieran escuchado un poco más y hubiera nacido una síntesis de todos esos pensamientos de izquierda?

En estos días pude leer un interesante artículo que hace unos días Denis Collin publicó en el blog Philosophie et Politique y que llegó a mis manos (perdón a mi computadora que es casi una prolongación de mi cuerpo) gracias a la perseverancia del autor de Infoposta que desde hace décadas se empecina a difundir nuevas ideas en su boletín. https://infoposta.com.ar/notas/13633/el-regreso-de-ludd-o-c%C3%83%C2%B3mo-deshacerse-del-hombre-m%C3%83%C2%A1quina/

La nota tenía el sugestivo título de “El regreso de Ludd” en referencia a los luditas. Para ubicarnos en tema. Los luditas de inicios del ochocientos eran un poco rústicos y viscerales, para decirlo de algún modo. Quedaron tipificados en los libros de sociología como ‘algo imbéciles’. Obreros y artesanos que creían que la industria y el progreso iban contra la clase trabajadora y se dedicaban a destruir las máquinas de las primeras empresas textiles. Pura acción directa vista por muchos como absolutamente inconducente sobre todo por su falta de marco teórico. Dirigidos por un tal general Ludd, un personaje tan imaginario como el escarabajo del sub Marcos o Robin Hood. Fue allá por 1811, cuando los empresarios comenzaron a recibir cartas amenazadoras firmadas por un tal General Ludd. Un líder anónimo, tan individual como colectivo,que evocaba el nombre de un aprendiz de tejedor, Ned Luddlam, que rompió a martillazos el telar de su maestro en 1779. Una de las resistencias más fascinantes de los inicios de la revolución industrial. Obreros en acción que generaron pánico entre los terratenientes y grandes empresarios ingleses, quienes veían al movimiento como un verdadero peligro para sus empresas y sus beneficios. Por supuesto que le declararon la guerra a los insurrectos de la industria y consiguieron aniquilarlos allá por 1816.

Grabado del siglo XIX que representa a dos ludditas rompiendo a martillazos una máquina industrial

Bien, en ese artículo, Denis Collin sale en su defensa a pesar de que ‘durante mucho tiempo, los luditas se convirtieron en un arquetipo de resistencia reaccionaria al progreso industrial.’ ¿Quién podría estar contra el progreso? Sin embargo, nos recuerda Collin, el mismísimo Marx (que fue quien por entonces ganó esa pulseada ideológica y fue venerado en forma dogmática y acrítica por los comunistas), Marx, decíamos, que también era un optimista del avance de la civilización, del progreso, al fin y al cabo, pero con otras características, con una fe hoy insostenible de que la historia avanzaba hacia el bien común, por algo habíamos dejado de ser monos -el evolucionismo tuvo aspectos insospechados-, bueno, el propio Marx consideraba legítima la lucha de los luditas. Cita Collin al autor de El Capital quien en su obra cúlmine dice: “En cuanto el control de la herramienta pasa a manos de la máquina, el valor de cambio de la fuerza de trabajo se extingue junto con su valor de uso. El trabajador se convierte en no comercializable, como el papel moneda que ya no circula.

El profesor Collin, un filósofo francés contemporáneo que revisita Marx con una mirada transversal con aquellas corrientes de 1800, sin dogmatismo, y las hace dialogar entre ellas, entiende que “La parte de la clase obrera que la maquinaria transforma en población superflua, es decir, en población que ya no es inmediatamente necesaria para la valorización del capital, perece, por una parte, en la lucha desigual de la vieja empresa de tipo artesanal o manufacturero contra la que utiliza máquinas, y, por otra, inunda todas las ramas de la industria más fácilmente accesibles, sumerge el mercado de trabajo y, en consecuencia, hace que el precio de la fuerza de trabajo caiga por debajo de su valor

Imposible no sentir que lo que ocurría entonces es bastante parecido a lo que pasa hoy. Continúa Collin: “Se supone que los trabajadores empobrecidos encuentran un gran consuelo o bien en el hecho de que sus males son sólo «temporales» («un inconveniente pasajero»), o bien en el hecho de que la maquinaria sólo se está apoderando gradualmente de todo un campo de producción, reduciendo así la escala y la intensidad de su acción destructiva. Pero uno de estos dos consuelos abruma al otro. Cuando la máquina se apodera gradualmente de un campo de producción, produce una miseria crónica en la capa de trabajadores que compiten con ella. Cuando la transición tiene lugar rápidamente, produce efectos masivos y brutales.” Y vuelve a citar a Marx: “La historia del mundo no ofrece un espectáculo más horrible que el de la decadencia gradual de los tejedores manuales ingleses de algodón, decadencia que se consumó en 1838, después de decenios. Muchos de estos tejedores murieron de hambre, muchos otros vivieron durante mucho tiempo con sus familias con 2 monedas al día.” (Marx, El Capital, I, cap. XIII).

A esta altura, ya no sabemos si estamos hablando del pasado, del presente o del futuro ¿verdad? Hoy los trabajadores sienten igual amenaza frente e los ordenadores en red que crearon la indefinible Inteligencia Artificial. Hacia allí deriva el artículo de Collin: “La introducción de los llamados dispositivos «digitales» en todas partes, en objetos cotidianos o incluso bajo la piel o en el cerebro, es una amenaza de destrucción de la humanidad, con sobradas razones para ello.”

¿Qué hacer? Se preguntaba Lenín en 1902. Y la pregunta sigue flotando en el aire en el 2024. Empecé hablando del punto atrás como un simple diálogo con la historia, no para volver a ella sino para superarla (¿será ese el significado de dialéctico?). Como verán, mis conocimientos filosóficos son absolutamente rudimentarios. Y no tengo demasiada idea de quien es el buen Dennis Collin cuyo artículo devoré con ganas. Buscando de quién se trataba, encontré una entrevista a él en el que hace una clara advertencia al respecto:

“Es perfectamente justo y natural, ante una serie de decepciones, volver a los orígenes. Por otra parte, no es seguro que todos los socialistas se pongan de acuerdo sobre cuál era el socialismo de los orígenes, del mismo modo que los cristianos no podrían ponerse de acuerdo sobre la doctrina del Mesías.

Está visto que llegar a un acuerdo, a una síntesis, no es cosa fácil. Pero ¿vale la pena intentarlo? Hemos visto las similitudes que nos atraviesan, a los trabajadores del ochocientos como a los del 2000. Destaco una diferencia: el siglo XIX fue uno de los más fértiles en ideas que se convertían en actos, y viceversa. Todo estaba en discusión, un nuevo mundo asomaba y tenían conciencia de que había llegado la hora de tomar el destino en nuestras manos. Hoy, ese entusiasmo se ha convertido en una sensación de derrota. Es el progreso, estúpido, parece decirnos una voz desde el más allá. Como si nada pudiéramos hacer para cambiar de rumbo. Imagino que han existido tiempos estériles en pensamientos, sociedades feudales o monárquicas en las que no se alzaban tantas voces y durante siglos las personas vivieron creyendo en que esa realidad era inevitable. Tiempos grises. Secos. En los que, sin embargo, algo también se estaba gestando. Porque lo único cierto es que la historia no para. No siempre mejora ni empeora, simplemente no para. Porque la historia la hacemos nosotros. Para bien o para mal. Y los que pensamos la historia también somos nosotros, no hay artificios digitales que puedan modificar eso. A pensar, que se acaba el mundo.

No encuentro otro modo de terminar esta columna que no sea escuchando a Francesco De Gregori quien me enseñó en la adolescencia que ‘La historia somos nosotros’

Texto de Laura Giussani Constenla, emitido en La Columna Vertebral-Historias de Trabajadores el lunes 9 de septiembre de 2024 por larz.com.ar, en su sección Planeta Giussani

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Editorial Nora

Hoy: Las cosas por su nombre

Mientras el vocabulario se reduce, la realidad de diversifica. Con el humor que la caracteriza, Nora Anchart ofrece una lección para enriquecer nuestros discursos con sinónimos y antónimos. En un mundo que nos quita la sonrisa y las ideas, vaya este momento de radio de La Columna Vertebral-Historios de Trabajadores, del lunes 26 de agosto de 2024

Editorial musical:

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Editorial Nora

Con San Cayetano en la piel

Frente a una nueva Marcha en reclamo de Paz, Pan y Trabajo, Nora Anchart recupera su infancia en Liniers, las procesiones, su comunión y el sentimiento religioso profundo que implica esa devoción. Un editorial desde el alma, como siempre, con los pies en la tierra y los trabajadores como protagonistas. En primera persona. Así, recorre la vida del Santo, la suya propia y la de todos los que año tras año se arriman por un milagro. “Pero los milagros no se esperan, los milagros tenemos que hacerlos nosotros”. Luces y sombras, con la dictadura de fondo y la voz de Ubaldini.

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