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Militando el periodismo, por Laura Giussani Constenla

Para el futuro o para el pasado, para la época en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios… Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho: Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar…¡Felicidades!”, Georges Orwell, “1984”.

“Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar…” Esto escribía Winston, protagonista de 1984, en una noche de festejo y borrachera en la que se había animado a garrapatear unas palabras. La novela se desarrolla en tiempos oscuros en los que gobernaba el Partido Interior; al pueblo lo controlaba El Gran Hermano, y existían un Ministerio de la Verdad junto a una Policía del Pensamiento.

“Winston puso un plumín en el portaplumas y lo chupó primero para quitarle la grasa. La pluma era ya un instrumento arcaico. Se usaba rarísimas veces, ni siquiera para firmar, pero él se había procurado una, furtivamente y con mucha dificultad, simplemente porque tenía la sensación de que el bello papel cremoso merecía una pluma de verdad en vez de ser rascado con un lápiz tinta. Pero lo malo era que no estaba acostumbrado a escribir a mano. Aparte de las notas muy breves, lo corriente era dictárselo todo al hablescribe, totalmente inadecuado para las circunstancias actuales. Mojó la pluma en la tinta y luego dudó unos instantes. En los intestinos se le había producido un ruido que podía delatarle. El acto trascendental, decisivo, era marcar el papel. En una letra pequeña e inhábil escribió:…”

Un tiempo en el que la escritura era aracaica, acostumbrados como estamos al bendito “hablaescribe”, escribía Orwell allá por el 1949 ¿era o es arcaica? Winston, no lo sabe. Ignora si ése es el año en el que está escribiendo, quizás es el pasado o el futuro. Tampoco entendía porqué lo estaba haciendo. Escribir ¿para quién? ¿por qué?

“Durante algún tiempo permaneció contemplando estúpidamente el papel. La telepantalla transmitía ahora estridente música militar. Es curioso: Winston no sólo parecía haber perdido la facultad de expresarse, sino haber olvidado de qué iba a ocuparse. Por espacio de varias semanas se había estado preparando para este momento y no se le había ocurrido pensar que para realizar esa tarea se necesitara algo más que atrevimiento. El hecho mismo de expresarse por escrito, creía él, le sería muy fácil.-Sólo tenía que trasladar al papel el interminable e inquieto monólogo que desde hacía muchos años venía corriéndole por la cabeza. Sin embargo, en este momento hasta el monólogo se le había secado.”

Bien vale leer o releer el libro entrero: 1984 de Orwell. Tanto se ha hablado de él que casi nadie lo leyó, sabemos la moraleja, pero es mucho más que eso, cada frase se convierte en un descubrimiento inquietante (aquí uno de los tantos links en los que pueden encontrar el texto completo).

https://www.suneo.mx/literatura/subidas/George%20Orwell%201984.pdf

Hoy, de pronto, recordé aquella novela en donde la resistencia consistía en evitar que se perdiera la literatura, los escritos, la cultura. Empecinados que se comprometían a aprender libros enteros de memoria para transminir a su descendencia. ¿Cuándo había leído eso? ¿lo había leído? ¿Era Orwell en 1984? Así fue que me zambullí en ese texto que alguna vez creí que se trataba de ciencia ficción y terminó siendo más real que la realidad misma.

Había empezado el borrador de esta nota con esta frase: ‘Militancia y periodismo, dos palabras que ya no son lo que eran.’ Y terminé leyendo a Orwell por esa cosa de la relación libre de ideas.

¿De qué hablamos cuando hablamos de periodismo?

Me crié entre periodistas (del siglo pasado, claro). Muchos de ellos eran también militantes, pero una cosa era una cosa y otra cosa era otra cosa.

Los periodistas eran, por lo general, tipos cultos, informados, inteligentes, bohemios, medio borrachines, a los que no les gustaba trabajar de manera rutinaria en una oficina. Al menos eso me dijo mi padre. “Yo me hice periodista porque no me gustaba trabajar”, soltó una vez cuando le preguntamos cómo había empezado. Escritores poco perseverantes que necesitaban ganarse un mango y lo hacían escribiendo en un diario o una revista, que tenían como dueños a personas y no empresas, que respetaban a esos tipos raros. Grandes contadores de historias, curiosos, librepensadores, obsesivos por encontrar la palabra justa para informar datos precisos. De izquierdas o derechas, peronistas o gorilas, hombres y mujeres apasionados que respiraban grandes bocanadas de información y humor social de manera casi visceral. No existían por entonces los Licenciados en Comunicación. Aprendían el oficio en las redacciones y en la calle. Leían más de lo que escribían. Es cierto que los directores de esos medios que contrataban a estos cultos tarambanas también eran escritores o periodistas.

Militancia y periodismo, dos palabras que ya no son lo que eran. Tampoco la política es lo que era. Formo parte de ese mundo en disolución. Esta semana, el presidente Milei insultó nuevamente a los periodistas: delincuentes, ensobrados, mentirosos. Algo de razón puede tener, quién no sabe de algún llamado periodistas que puede vender sus palabras al mejor postor. ¿Acaso el periodismo ha muerto? ¿ya no hay apasionados del oficio que giran de aquí para allá en busca de una noticia o una crónica, leen con avidez y tratan de escribir con decoro? Sí, los hay, claro, pero suelen estar fuera del sistema. Difícil verlos en la televisión.

Puedo citar decenas de medios que se empecinan en evitar que un oficio tan digno y hermoso desaparezca. No está sola La Columna Vertebral, puedo citar de memoria radios como FM la Hormiga o Riachuelo, Radio Gráfica, portales indispensables como La Tinta, de Córdoba, EnRedados y el Eslabón de Rosario, Desde las Bases de Tierra del Fuego, Sur Capitalino de La Boca, EnRed, La Retaguardia, y tantos, tantos otros que hacen gala de un respeto por la palabra y la información digna de aquellos años de oro. Una cofradía parecida a la imaginada por Orwell que se resiste al fin de las palabras. Curiosos tipitos y tipitas adictos a leer, pensar, investigar, escribir, publicar. Vagos, de esos a los que no les gusta trabajar pero están todo el día haciéndolo. Porque no hay límite, ni horario ni patrón. Puro placer y terquedad.

Imagino que tanto a ellos como a nosotras, los anónimos miembros de la cofradía periodística, nos ataca la depresión cuando notamos la indiferencia de aquellos que deberían apoyar tanta voluntad, laburo y profesionalismo. Mientras los no-periodistas estrellas de los grandes medios se hacen ricos, nosotros sobrevivimos a los tumbos y más de una vez nos preguntamos ¿por qué lo hacemos?

No somos ‘periodistas militantes’, somos simplemente periodistas, algunos militarán otros no, ese maquiavélico invento del periodismo militante provocó más de un desatino.

Militar, antes, no implicaba ganar dinero alguno. Nada más lejano a un militante que un funcionario o a un empresario de los medios. Basta pensar en Walsh, a quien tanto se ha mencionado, para bien y para mal. Era un militante, sí, sobre todo en sus últimos años. Pero cuando escribía, no dejaba de ser Walsh. Su última carta es un compendio de buen periodismo: Información precisa, una lógica clara, y la palabra justa. Nunca se enriqueció, ni con la militancia ni con el periodismo, más bien todo lo contrario.

Cómo me gustaría tener el coraje de escribir un ´’Yo acuso’, a todos aquellos que se llenan la boca de Walsh y bestemian contra los medios hegemónicos, al tiempo que miran con recelo a esa cofradía periodística en resistencia, libre de toda libertad. Periodistas sin Patrón (PeSinPat)

El problema es que no pertenecemos y, se sabe, “pertenecer tiene sus privilegios”. ¿Quién las banca? Es una pregunta frecuente, y la realidad es que nadie. Pertenecemos a un mundo que quizás ya fue, no sabemos -ni nos gusta- buscar ‘sponsors’ ni auspiciantes ni canjes. Por eso inventamos este periodismo a la gorra poniendo una cuota de fe en nuestros iguales, pero no. Cuanto más iguales menos empatía.

A veces, sólo a veces, dan ganas de bajar los brazos. Creo que no es un problema personal sino social. Están consiguiendo quebrarnos, en el mundo del Gran Hermano el silencio vence la batalla, las calles se vacían, el miedo ataca. Y qué hacen ‘los nuestros’, esos que se suponen caminan por el mismo camino?

El otro día hablaba con un amigo de la cofradía cuyo ánimo estaba aún más baqueteado que el mío, y me decía:

“Antes pensaba que habia que convencer haciendo, que por ahí era el camino. No. Parece que es al reves. Muchos de los que trabajan en fundaciones o sindicatos, ven con cierto recelo lo que hacemos, como si fuéramos potenciales competidores. No es que no sepan , que desconozcan. Es cierto que están aturdidos por las permanentes demandas y empiezan a ver a todos los pedidos de aporte de la misma manera. Como si todos fuesen un ejercito de mangueros y su rol es “contenerlos” y pichulearles los pedidos. Algún día hay que blanquear la bronca. Tirar migajas aquí y allá no es un respetuoso aporte a quienes laburan en comunicacion. Pero creo que no está entre sus prioridades la construccion de otros medios…”

¿Para qué financiar ‘otros medios’ si tienen sus propios medios? Se preguntarán. Pues bien, es que un medio para ser periodístico no puede ser ‘propio’ de un partido o sindicato o del Estado mismo, sólo por eso.

Volvamos a Orwell, quien criticó al ‘periodismo militante’ mucho antes de ponerse de moda en Argentina. Eran otros tiempos, acababan de derrotar al nazismo y al fascismo. Sin embargo, tal como describe Javier Borrás en un excelente artículo que reproducimos somo lectura recomendada en nuestro portal, el dilema era el siguiene: “Derrotado el fascismo, la tentación soviética era el gran reclamo entre los escritores europeos (…)los intelectuales solo debían hacer un pequeño sacrificio, que —además, les tranquilizaron— solo sería por un breve período de tiempo: debían dejar de lado su libertad y debían mentir. Los que no se sumaron a este «camino a la libertad» fueron señalados y criticados por sus propios compañeros de letras. Los escritores que no estaban de acuerdo en renunciar a su libertad de opinión (era solo por unos pocos años, el resultado sería magnífico, habría valido la pena, ¿qué les costaba?) eran acusados de «encerrarse en una torre de marfil, o bien de hacer un alarde exhibicionista de su personalidad, o bien de resistirse a la corriente inevitable de la historia en un intento de aferrarse a privilegios injustificados». Una vez que la verdad había sido revelada, todo aquel que se opusiera a ella era, o un «idiota» y «romántico» por no entenderla, o un «egoísta» y «traidor» por no querer renunciar a sus privilegios burgueses. Todos aquellos que opinen distinto a nosotros «no pueden ser honrados e inteligentes al mismo tiempo».

He sido criticada como “idiota, romántica y librepensadora” (por suerte me ahorraron la de ‘traidora’ o ‘egoista’) durante años, mientras los periodistas militantes regalaban su dignidad en pos de un bien común (igual, sería algo de pocos años ¿no? Después se elevaría “il sol dell’avvenire”, el futuro era de los ‘buenos’ según las escrituras de los amantes del progreso, por pura fe en el mañana).

Aquí seguiremos en la cofradía de los que creen que, hoy más que nunca, hay que militar el periodismo. Generar conciencia, inculcar aquella idea que tenían nuestros padres de este hermoso oficio. Está en nosotros y está en ustedes. Aguante el periodismo a la gorra.

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Los Dedos de Punta del Este ¿un monumento a la muerte?, por Laura Giussani Constenla

Créase o no, esta semana fue comentario en casi todos los medios uruguayos y tapa de los diarios, la pintada que una muchacha hizo en los famosos Dedos del Playa Grande. El intendente de Maldonado, Enrique Antía, declaró que la autora del ‘acto vandálico’ era “una naba” y que “no la va a pasar bien” porque tendría que pagar los costos de reparación de la escultura cotizada en 10 millones de dólares. “Le salió cara la macana”, advirtió y de inmediato se puso en marcha el mecanismo por el cual la joven que incurrió en semejante desatino -escribir la iniciales de Cristiano Ronaldo en cada uno de los dedos, para ‘llamar la atención’ del futbolista, tuvo que presentarse ante la Justicia local y fue intimada a pagar 170.000 pesos uruguayos, una suma difícil de abonar para una muchacha de Tacuarembó que fue a trabajar en temporada a Punta del Este.

Se abrió la brecha social. En Tambores, su pueblo de 1500 habitantes, entienden esta persecución como “una bofetada de los pitucos esteños”, los periodistas corrieron tras la historia de Milagros, nacida en un hogar de extrema pobreza que, como tantos jóvenes, aprovechan la temporada para ganar unos pesos. En su defensa, Milagros declaró: “No sabía que era una obra de arte”. Algo que suena bastante sensato con solo ver el ‘Monumento al ahogado”.

Historia de una escultura polémica

Durante el verano de 1981 se celebraba la Primera Reunión Internacional de Escultura Moderna al Aire Libre en Punta del Este, y a pesar de que se adjudicó una plaza para que nueve escultores colocaran sus obras, Mario Irarrázabal, con sus 41 años era el más joven de los artistas y escogió la playa grande al no ponerse de acuerdo los distintos artistas sobre dónde colocar sus obras.

En apenas seis días y apesar del fuerte viento del suroeste, logró colocar una mano de la que sobresalían sus dedos creando la estremecedora imagen de alguien que intenta sobrevivir al entierro. La escultura fue la única de las realizadas en aquel concurso que perduró en el tiempo a pesar de las inclemencias del viento y las olas. Los cinco dedos hechos en plástico fueron reforzados con barras de hierro, enrejado de metal, y un solvente resistente a la degradación.

La curiosa obra, conocida como Los Dedos o la Mano de Punta del Este, Hombre emergiendo a la vida o El Monumento al ahogado, fue inaugurada en febrero de 1982 y se convirtió en el emblema del balneario elegido por hombres de negocios, millonarios, políticos o faranduleros de todo tinte y color, que tuvo su apogeo en la Argentina de los años 90, durante el gobierno de Carlos Menem.

Cuenta la leyenda que su autor quiso hacer una advertencia para que bañistas y surfistas tuvieran cuidado frente a ese mar bravío que se había llevado más de una vida. Más allá de su grotesca estética, esa mano de plástico, se convirtió en la imagen del Balneario en la que miles de turistas se toman fotografías sonrientes.

El escultor chileno Mario Irrazabal, hoy es un artista multipremiado que ha sembrado el mundo con otras manos y otros dedos emergiendo de la tierra, una de ellas en el desierto de Atacama.

Como toda obra de arte, si de eso se trata, las interpretaciones de su buen gusto y mensaje quedan a criterio del observador quien bien puede acudir al contexto histórico, cultural y social de su origen.

¿Quién es el muerto?

La escultura fue montada por un artista chileno en el año 1981. En su país había una dictadura denunciada internacionalmente por su violación a los Derechos Humanos. Pinochet se había convertido a los ojos del mundo como el Gran Dictador de latinoamérica. Claro que no era el único. El lugar en donde se erigieron los Dedos del Hombre emergiendo a la vida, o del ahogado, según el nombre que se elija, también transitaba un momento de oscurantismo represivo comandado por otro militar no tan conocido pero igual de feroz: Aparicio Méndez. Como si esto fuera poco, del otro lado del río, Jorge Rafael Videla le cedía el poder a Roberto Eduardo Viola.

La represión del país vecino, Argentina, fue una de las más feroces del continente. La justicia ya ha comprobado no solo la matanza de miles de opositores, también el secuestro, la tortura, el robo de bebés y decenas de campos de concentración.

Argentina tuvo otra particularidad. Tantos eran los asesinados ilegales que optaron por deshacerse de muchos de ellos en los conocidos como “vuelos de la muerte”. Es decir, llevaban a los secuestrados en aviones, los drogaban y los tiraban al río. Muchos de esos cadáveres aparecían a lo largo de las costas del Uruguay.

Todo esto ocurría, mientras escultor chileno, hijo de un reconocido político del Partido Conservador de su país, montaba su obra en el grandioso balneario esteño. Posiblemente el artista desconocía la existencia de los vuelos de la muerte. Lo que seguro sabía es que esa región del continente estaba sembrada de cadáveres.

Por esta razón, la presencia de ese Monumento al Ahogado, o al Hombre Emergiendo a la Vida, resulta estremecedora. Acaso el escultor, como todo artista, absorvió el clima de una época en la que sin duda los ahogados de las dictaduras se contaban de a miles en comparación con las aisladas muertes por surfear.

Una lectura, claro, que hacemos desde acá pero que nadie parece haber advertido. Entre tanto, los turistas, esos ‘pitucos’ de los que hablan en Tacuarembó, siguen sonriendo para la foto frente a este monumento a la muerte. Aún si fuera por causa simplemente de las olas y el viento, esos dedos no son otra cosa que eso.

“No sabía que era una obra de arte”, dijo con sencillez Milagros. Como los insultos están de moda en boca de políticos, el Intendente la tildó de ‘naba’ ¿Qué se puede decir de él, entonces? Quien jamás se habrá preguntado sobre el valor artístico de esa mano de plástico. Seguramente si recibiera un insulto de esa calaña se consideraría desacato a la autoridad. Razón por la cual, nos reservamos calificarlo.

Igual, tranquilos, festejen, uruguayos festejen, la mano del ahogado ya ha sido ‘restaurada’ para beneplácito de los turistas que seguirán llegando al Este y pondrán cara de selfie frente al ahogado. Lástima que el ahogado sigue muerto.

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¿Quién es Juan Raimundo Streiff?, por Laura Giussani Constenla

Pocos conocen la historia de este francés petitero que marcó a fuego nuestra cultura popular. Bah, era hijo de franceses inmigrantes en Argentina huyendo de la guerra (en ese momento la Franco- Prusiana). Nació en Buenos Aires en 1896, en su casa se hablaba francés, pero pronto se convirtió en un porteño de ley. Su primer trabajo fue en la sede central de Correo Argentino, en donde se destacó por su eficiencia y también su rebeldía al cuestionar las órdenes que consideraba inútiles razón por la cuál no le sirvió de mucho haber aportado avances tecnológicos a la empresa, y quedó en sin empleo antes de los previsto.

Vivía en la calle Río Cuarto, el corazón de Barracas, en un departamentito ubicado en un conventillo que era propiedad de sus suegros. Mientras su mujer, María Luisa Antola, trabajaba como costurera especializada en hacer los vestidos de novia de las chicas del barrio, y cuidaba de los tres hijos frutos del matrimonio con el francés, Juan Raimundo Streiff se convertiría rápidamente en el alma del carnaval. Al dejar las oficinas del Correo descubrió su vocación artística.

Siempre vestido de blanco, impecable, como correspondía al marido de la modista, llevaba la risa siempre a flor de labios. Bromista, jodón, fue una compañía entrañable para sus vecinos, que en carnaval lo veían recorrer las calles del barrio sur, a orillas del riachuelo, tocando el bandoneón, y seguido por sus tres hijos disfrazados. Como el flautista de Hamelín, música y carisma provocaban un efecto hipnótico, al rato se armaba una comparsa espontánea con grandes y chicos que lo seguían haciendo sonar lo que tuvieran a mano, panderetas, cucharones o palitos, en un baile improvisado. Aprendió a tocar el bandoneón solo y fundó una orquesta típica que iluminó las fiestas del Club Barracas Juniors en aquellos años 30, la “Streiff-Garaventa” no podía faltar para que la alegría fuera completa. Era socio destacado del Club, cuya sede quedaba frente a su casa. El Barracas Juniors había sido fundado en una pieza de conventillo de la caller Patricios y Cerri, el 31 de Julio de 1912, fútbol todavía amateur y un club pequeño que fue creciendo con los años hasta llegar a la tapa del Gráfico.

Entre mates y bromas, una imprecisa tarde de la década del 30, nació el himno oficial del club. El Turco Mufarri, fanático del Barracas, tiró una letra a la que el francés Streiff le puso música. Y quedó algo así:

Vamos muchachos unidos / todos juntos cantaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra de corazón. / Por esos bravos muchachos / que lucharon con fervor / por defender los colores / de esta gran institución”.

Sí, la música era la que después se conocería como la marcha peronista.Su autor, un francés tan pobre como seductor, el hombre de blanco de Barracas al sur. El himno fue un éxito, su música pegadiza fue entonada con pasión en cada reunión del Club.

Juan Streiff, el francés de barracas

Los primeros hacerla propia fueron los muchachos del Sindicato Gráfico que en 1948 le cambiaron la letra pero mantuvieron sin modificaciones la música. Nacía, entonces, la marcha de los gráficos peronistas que decía:

Los gráficos peronistas / todos unidos triunfaremos / y al mismo tiempo daremos / un hurra de corazón / ¡Viva Perón! ¡Viva Perón! / Por ese gran argentino / que supo conquistar a la gran masa del pueblo / combatiendo el capital / ¡Perón, Perón, qué grande sos! ¡Mi general, cuánto valés! ¡Perón, Perón, gran conductor! / Sos el primer trabajador”.

El pianistaNorberto Ramos, integrante de la orquesta de Florindo Sassone y del Trío Yumba, contó haber participado de esa primera grabación de la canción de los obreros gráficos. “En 1948 mi padre trabajaba como gráfico en la editorial Atlántida. Yo tenía 15 años, y un día se apareció con unos compañeros suyos: Rafael Lauría, Enrique Odera y Guillermo de Prisco. Querían hacer una marcha para los obreros gráficos peronistas y necesitaban de mí para ponerle música. Me cantaron el “Perón, Perón, qué grande sos”, una melodía que, me dijeron, era usada por una comparsa”, recordó el músico en un reportaje para la desaparecida revista cultural “La Maga”.

Su testimonio coincide con la investigación llevada adelante por Néstor Pinsón y Ricardo García Blaya, historiadores de la música popular argentina, quienes explicaron en un artículo titulado “El origen deportivo y murguero de la marcha peronista”, que las las primera estrofas provenían del himno del Club de Barracas, que compuso Streiff, pero que su estribillo salió de otra formación barrial, una murga de otro barrio obrero, pegado a Barracas, bien del sur, bien portuario, bien conventillero. Una murga de La Boca hizo popular esta simpática canción:

¿Pa’ qué bebés si no sabés?/¿Pa’ qué tomás/ si te hace mal?/¡Tomá tomate/te hace bien!

En sus memorias, el entonces ministro de Educación Oscar Ivanissevich, cuenta que fue en 1949, en plena campaña electoral para la asamblea constituyente, tomó la marcha de los gráficos, modificó algunos detalles, y nació la Marcha Peronista tal como la conocemos ahora.

En la primera grabación participó el cuarteto folklórico de la Fábrica Argentina de Alpargatas. También en ese momento, la música de Streiff pegó de inmediato. El peronismo consiguió su reforma constitucional y el mismo General Perón, presidente de la Nación, pidió que la grabara Hugo del Carril, quien la cantó por primera vez, en vivo, en los balcones de la Casa Rosada, el 17 de octubre de 1949, con la orquesta de Domingo Marafiotti.

El francés de Barracas, el rubio Streiff, no cabía en sí de la emoción cuando escuchó su música tocada en la casa de gobierno. Todavía hoy, se considera La Marcha Peronista como de autor anónimo.

La música estaba ya en el corazón del barrio. Las letras fueron modificándose. Cuenta la leyenda que la referencia al “primer trabajador” tuvo su origen en un socialista, José Domenech,secretario general del sindicato de trabajadores ferroviarios, la Unión Ferroviaria,que en una asamblea sindical realizada en Rosario presentó al entonces coronel Juan D. Perón diciendo “Perón es el primer trabajador argentino”.

Así nacen los grandes himnos populares. Desde abajo, en las bases.

Basta recordar que La Internacional se tocó por primera vez el 23 de junio de 1888 en un acto del sindicato de vendedores de periódicos. Su autor, otro francés, Eugène Pottier, era obrero y escritor, fundador de la Asociación Sindical de Talleres de Dibujantes y murió un año antes de su estreno. Nunca supo que su obra se convertiría en el himno indiscutido de los trabajadores del mundo.

Me acordé de todo esto luego de ver a Cristina abrir su acto de asunción con una canción de Lali Espósito. Todos amamos a Lali, pero me dejó cierto gusto a fin de época, el mismo que sentí cuando el Partido Comunista Italiano, que todos los años hacía hermosas fiestas populares en donde sonaba la Internacional, Bella Ciao o Fischi il vento Infuria la Buffera, un día decidió que era algo perimido. Cambió el nombre y las canciones, y perdimos esa música que nos conmovía a todos.

Creo que se malinterpretaron las palabras de Axel cuando dijo que había que dejar de cantar “una que sepamos todos”, se me hace que hablaba más de contenidos políticos, dejar de repetir consignas, y no necesariamente perder esa identidad que te dan las grandes obras de la cultura popular. Lo entendieron de forma literal.

Luego, vi el Tik Tok de Cristina entrando a la sede del Partido Justicialista que hoy preside y a la que parece que no había ido nunca y sentí la misma desolación. No sé ustedes, a mí me provocó una nostalgia de la que no logro todavía recuperarme como si de un plumazo quisiéramos borrar aquellos carnavales populares, la creatividad y la alegría de los conventillos de barracas al sur, la murgas de la Boca o los obreros socialistas de Rosario.

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Editorial Nora

Los Nadies, por Nora Anchart

Esta semana el editorial de Nora Anchart se vio sacudido por una triste noticia: la muerte de Héctor Recalde. Abogado laboralista y militante a quien lloran todas las centrales obreras. Un homenaje a él, y a los Nadies. La voz de Eduardo Galeano alumbra a aquellos que nadie quiere ver y que ya son multitud. Para ellos, van estas palabras.

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